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Libros y gestión (II): La innecesaria soledad del líder. Elogio al trabajo en equipo

Publicado en

Expansión

Rocío García Bourrelier |

Profesora de Historia Moderna

“El Señor de los Anillos”, obra cumbre del escritor inglés de origen sudafricano John Ronald Reuel Tolkien, es un clásico de la literatura fantástica, siempre sujeto a especulación: ¿Es, como afirmaba Asimov, una crítica a la sociedad industrial y un canto a la ecología? ¿Una denuncia de la Alemania nazi y de la guerra en general, dado que el autor vivió los dos grandes conflictos europeos? ¿O es sencillamente una obra atemporal que presenta valores universales como la amistad, el bien, la codicia o la atracción del mal? Tolkien negó repetidamente cualquier doble (o triple) significado, más allá de su deseo de crear un mundo mitológico aplicable a su patria.

La trama de la saga es conocida: Sauron, el Señor Oscuro, busca un anillo perdido hace siglos que, por diversas circunstancias (narradas en “El Hobbit”) ha caído en manos de Bilbo Bolsón, un habitante de la Comarca. El mago Gandalf el Gris le conmina a destruirlo, pero Bilbo, incapaz de hacerlo, huye y deja el anillo a su sobrino Frodo. Así comienza la historia.

Como ocurre con el significado de la obra, también puede haber dudas respecto al protagonista (el “líder”) de la epopeya: ¿Quién es realmente? En sus páginas hay grandes personajes: Aragorn, fuerte y resiliente, está llamado a ser rey; Gandalf es un poderoso mago; Boromir defiende con valentía el amenazado mundo de los hombres; los elfos tienen cualidades sobrehumanas; y los enanos, una enorme capacidad de trabajo. Les sobran talentos y confianza. ¿Y los hobbits? Son unos seres bajitos, amantes del tabaco, de beber y cantar, de la familia y de la tranquilidad. Son “los medianos” porque viven en la Tierra Media, pero también porque no destacan por nada especial.

Y, sin embargo, el improbable protagonista de la saga es un hobbit: Frodo Bolsón, fiel, honesto, responsable, humilde… pero demasiado confiado y poco ducho en el arte de la guerra. A pesar de ello, es nombrado portador del Anillo Único, capaz de arrasar el mundo, para llevarlo al Monte del Destino, donde será destruido: “Esta misión te ha sido encomendada. Si tú no encuentras el camino, nadie lo hará”. Reticente, Frodo acepta la tarea y pone en juego sus talentos (incluyendo su vida) para llegar a Mordor y cumplirla. Un objetivo, una persona decidida a alcanzarlo, muchas dificultades: el camino del liderazgo. Pero, aunque tome la iniciativa y vaya por delante, esa persona necesita de otros que entiendan sus debilidades y limitaciones. “No puedo hacer esto solo”, indica Frodo. Para alguien que está al frente de una gran tarea, lo más inteligente siempre es pedir ayuda.

Así, inicia su camino acompañado por los integrantes de la Comunidad del Anillo que se oponen a Sauron, el Señor Oscuro. Pero cuando la codicia de Boromir, un hombre, le hace perder la cabeza y ataca a Frodo (“El corazón de los hombres se corrompe con facilidad”), este decide continuar en solitario.

Los lectores de la obra de Tolkien saben que, dejado a su suerte (olvidando la ayuda solicitada), Frodo nunca hubiese finalizado su encargo: la fatiga le vence y se arrepiente de haber aceptado la misión (“Ojalá el anillo nunca hubiera llegado a mí”); empatiza en exceso con Gollum, un despojo de hobbit esclavizado por el anillo; su voluntad se quiebra ante los cantos de sirena del aro dorado, sin que, como Ulises, sepa tomar precauciones… Por suerte no está solo. Le acompaña alguien que conserva la cabeza fría y los (enormes) pies en el suelo: Sam, su jardinero, “protector de lo que crece”.

Samsagaz Gamyi, que conoce bien a su amo (empleador, diríamos hoy) y el peso que arrastra, lo sigue cuando abandona la Comunidad. Cuida de él evitando que la misión lo engulla: se ocupa de que coma y beba, de que descanse; carga con él cuando no puede caminar; desconfía con lucidez de quienes se presentan falsamente como amigos (Gollum, Boromir). En definitiva, pone cordura en una situación descabellada. En ese sentido, el personaje creado por Tolkien recuerda al entrañable Sancho salido de la pluma de Cervantes: ambos protegen de buen grado a un señor que, por razones diversas, vive en su propio mundo, y procuran allanarle el camino.

Diversos peligros acechan al emprendedor: en aras de conseguir su objetivo, puede descuidar sus lazos familiares, su salud física y mental, su crecimiento intelectual, sus amistades… Además, un exceso de confianza puede resultar en una errónea valoración de los obstáculos, dando al traste con su esfuerzo. Por ello, le conviene contar con un Gamyi (individual o colectivo) que lo entienda y asesore, y cuyas indicaciones quiera seguir. Porque toda ayuda es inútil si se desprecia.

Esa persona o grupo es el objeto directo que requiere el verbo “liderar”: alguien que comparte el recorrido, mantiene una saludable distancia emocional, conoce bien a la persona al cargo, sale al paso de sus (razonables) necesidades y modera sus exigencias. No es siempre fácil trabajar junto a alguien designado para sacar un proyecto adelante; no es sencillo ser Sam. Para apoyar a quien dirige se precisa la madurez de entender y valorar el propio papel, además de un gran interés por culminar el propósito común. Sin Sam, sin un “mediano” sensato y optimista, Frodo habría fracasado. Para conseguir sus objetivos no actúe nunca solo, ponga un Gamyi (o dos) en su vida.