08/12/2025
Publicado en
Diario de Navarra
Javier Larequi |
Investigador predoctoral en el Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra.
En 2025 se han cumplido 90 años desde el fallecimiento de Julio Altadill y Torrontera (1858 – 1935). Aquellos que nos dedicamos a la historia de Navarra, independientemente del periodo que estudiemos, nos hemos encontrado en diferentes momentos con las investigaciones de Altadill. Es oportuno detenernos en este importante personaje de la Navarra del siglo XX desde Diario de Navarra, periódico en el que él también escribió en alguna ocasión. La obra de este militar nacido en Toledo, pero casado con la pamplonesa Florencia Aldave Arteaga, es imprescindible para el estudio de las vías romanas, los castillos medievales, los despoblados o el auge del vasquismo cultural entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX en Navarra.
De hecho, Altadill fue una figura clave en la creación del Museo de Navarra en 1910, abierto con el nombre de Museo Artístico-Arqueológico y ubicado en el edificio de la Cámara de Comptos. En la inauguración destacaron las palabras pronunciadas por Ricardo de la Rosa, entonces gobernador civil de Navarra, para referirse a Altadill y a sus compañeros de la Comisión de Monumentos de Navarra como “esa clase benemérita de sabios modestos que se encierran en la soledad de sus estudios profundísimos y dedican sus esfuerzos a salvar de la ruina o de la indiferencia de muchos esos preciosos tesoros de la cultura que nos legaron las generaciones pasadas”. El militar toledano contribuyó a la creación de esta importante institución con el donativo de una colección de monedas romanas de plata y de un grupo de libros especializados en arqueología cristiana. Otros personajes de la época como el arquitecto Florencio de Ansoleaga u Onofre Larumbe también se encontraron entre esos “prohombres” que impulsaron el Museo.
Altadill ha vuelto a protagonizar la investigación en Navarra en el último año gracias a una de las piezas que dio a conocer en su volumen de la Geografía General del País Vasco-Navarro (1911, p. 681): la estatua togada de Pompelo, hoy felizmente recuperada en el Museo de Navarra para toda la sociedad. De hecho, Altadill fue el primer historiador en publicar en el mencionado libro una foto de la estatua broncínea. Como él mismo dijo, se trataba de una reconstitución teniendo en cuenta que la pieza había aparecido fragmentada en tres partes. De no haber dado a conocer la estatua con una imagen, es muy probable que el Gobierno de Navarra nunca hubiese podido recuperar la pieza. En efecto, parafraseando el citado discurso del gobernador de Navarra, Altadill salvó de la indiferencia a la estatua togada pamplonesa. Hoy ya todo el mundo reconoce su inmenso valor como una de las dos únicas estatuas togadas de bronce completas que conservamos en España.
Otro insigne navarro, el también historiador y arqueólogo Juan Iturralde y Suit, ya había informado en agosto de 1895 de las circunstancias del hallazgo. Este se produjo durante la ejecución de las obras de construcción de un edificio de viviendas a la altura del actual número 16 de la calle Navarrería. El contexto arqueológico era el de “un terrible incendio de época romana” teniendo en cuenta que “todo estaba enterrado entre fajas de tierra calcinada”. La estatua togada apareció “sin cabeza, muy deteriorada y rota en su mayor parte” junto a fragmentos de columnas, un capitel y una cabeza femenina de bronce “de superior mérito artístico”. Esta última continúa desaparecida y en su momento se atribuyó a la diosa romana Juno. Aunque Iturralde proporcionó todos estos datos, es evidente que estaba más interesado en la cabeza de bronce que en la estatua. Por tanto, fue Altadill el que proporcionó en su obra de 1911 varios elementos adicionales que explican el debate científico actual, aún abierto y pendiente de un dossier que se publicará en 2026 en Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, en torno al carácter masculino o femenino de la estatua togada.
Gracias a la interpretación del objeto que se encuentra en la mano de la estatua como un haz de espigas, Altadill aseguró que se trataba de Ceres, la diosa romana de la agricultura; una figura, por tanto, femenina. Después de que varios investigadores descartasen durante décadas que se tratase de una estatua de mujer por llevar una toga praetexta, prenda exclusiva para varones en época alto-imperial, la propuesta de Altadill ha vuelto con fuerza en 2025. Este mismo año, en Trabajos de Arqueología Navarra, dos investigadores alemanes, Carmen Marcks-Jacobs y Hans Rupprecht Goette, han vuelto a identificar la pieza como femenina gracias a argumentos que, en parte, ya encontrábamos en la obra de Altadill. Se trata de una hipótesis que no comparten, entre otros, Luis Romero y Javier Andreu, autores este último año del Corpus Signorum Imperii Romani para el territorio vascón, obra en la que se recoge toda la estatuaria romana de este espacio geográfico de la Antigüedad. Como vamos a ver, el acalorado debate científico que hemos vivido en este 2025 al respecto todavía no ha alcanzado la intensidad que sí tuvieron algunas polémicas en las que Altadill se vio envuelto hace un siglo.
Al margen de esta polémica sobre la estatua togada que ha vuelto a recordarnos la importancia de la obra de Altadill noventa años después de su muerte, son muchas otras las cuestiones que pueden destacarse de este intelectual navarro de adopción. Lo cierto es que Altadill nació en Toledo, donde su padre estaba destinado como militar. Muy pronto se mudó con su familia a Pamplona y en los años setenta estaba estudiando Filosofía en el Seminario Conciliar de San Miguel de Pamplona, formación que tuvo que interrumpir por el estallido de la tercera guerra carlista en 1872. Sin embargo, pudo continuar sus estudios de Bachillerato en el Instituto de Pamplona.
Más tarde, Altadill se formó en la Academia de Intendencia Militar de Ávila, siendo el número 1 de su promoción. Alcanzó el grado de intendente general del Ejército de Tierra después de una carrera militar que le llevó a ser profesor de la Academia y a participar en la Guerra de Melilla en 1909. Mucho antes, se encargó de la contabilidad del Fuerte de San Cristóbal durante su construcción. En su doble condición de militar e historiador, también fue miembro de la comisión que organizó la visita de Alfonso XIII a Pamplona en 1912.
Ese mismo año, Altadill se convirtió en el primer director de La Vasco-Navarra, aseguradora frente a accidentes de trabajo. Al parecer, la experiencia contable en el Fuerte de San Cristóbal le dio una formación sólida para esta nueva empresa. Llama la atención que precisamente La Vasco-Navarra encargase a Víctor Eusa en 1924 la construcción del edificio donde hoy se encuentra la tienda de Zara, en la avenida de San Ignacio de Pamplona. Este edificio, de hecho, estaba rematado hasta la reforma de 1943 con una escultura de Atenea, diosa de la guerra y de la sabiduría. Resulta sugerente pensar que Julio Altadill tuviese algo que ver con la presencia de este elemento clásico en el céntrico edificio pamplonés.
En cualquier caso, el militar toledano pasó a la reserva en 1918 y pudo dedicarse a lo que más le apasionaba: la investigación sobre la historia y geografía de Navarra, asunto del que se ocupó hasta su muerte. De hecho, desde 1902 era académico correspondiente de las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando y también miembro de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra como secretario. También fue correspondiente de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras, teniendo en cuenta que se había estrenado en la labor de historiador en 1883 con unos Estudios histórico-críticos sobre el Descubrimiento, conquista y dominación de los españoles en América. A falta de una investigación en profundidad sobre la biografía de Julio Altadill, buena parte de los datos sobre su vida están recogidos en la necrológica publicada por José Zalba, secretario de Arturo Campión, en el segundo número de 1935 del Boletín de la Comisión de Monumentos. También se puede destacar su importante fondo fotográfico, que está digitalizado y se puede consultar online en la página web del Archivo Real y General de Navarra. En la faceta religiosa, tal y como destacó Zalba en su necrológica, Altadill fue devoto de San Francisco Javier. También hay que mencionar que no es el único intelectual navarro de la época que compartió la pasión por la historia con el oficio militar. Es el caso del también médico pamplonés Nicasio Landa, cofundador de la Cruz Roja española en 1864, que participó tanto en la campaña de Marruecos como en la guerra franco-prusiana y en la tercera guerra carlista. Después sería presidente de la Asociación Euskara de Navarra en 1886 y director de la revista de esta entidad entre 1878 y 1879.
Como miembro de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra, Altadill no solamente se preocupó por los descubrimientos arqueológicos que tenían lugar en Pamplona, sino que también viajó por el territorio foral. En 1921 fue enviado a Liédena por el también historiador pamplonés Arturo Campión, entonces presidente de la Comisión de Monumentos, para dirigir los descubrimientos de mosaicos romanos que se estaban produciendo en la mencionada villa. Aunque Blas de Taracena y Luis Vázquez de Parga, predecesores de María Ángeles Mezquíriz, fueron quienes se encargaron de los trabajos arqueológicos en la villa romana de Liédena, la primera íntegramente excavada en España, Altadill dio a conocer “el magnífico vestigio romano” en el Boletín de la Comisión a partir de una descripción que incluía un buen número de detalles iconográficos, históricos y arqueológicos. Los mosaicos de Liédena se conservan hoy en día, precisamente, en el Museo de Navarra.
Sin una universidad que fomentase desde un ámbito estrictamente científico y académico los estudios historiográficos y arqueológicos en Navarra, el impulso científico de personajes como Campión y Altadill fue fundamental. En su capacidad para integrar los restos arqueológicos en el discurso histórico, Altadill fue seguramente más innovador que Campión, más condicionado este último por sus orientaciones ideológicas y religiosas. El militar toledano aseguró que “cada día se esfuman y diluyen más en las umbrías de la antigüedad remota las tradiciones y las teorías de discutible verosimilitud. Los monumentos, la obra escrita en piedra (…) son los testigos ya únicos llamados a deponer en los interrogatorios que la ciencia del siglo XX exija” (Vías y vestigios romanos en Navarra, p. 3). En su reflexión se aprecia una verdadera actitud científica, poniendo en valor en una fecha tan temprana como 1923 el conocimiento histórico que los restos materiales podían proporcionar para acabar con los mitos sobre la historia antigua de Navarra en los que tanto se había insistido hasta el siglo XX e incluso durante esta centuria.
Junto a Arturo Campión y Hermilio de Olóriz, Altadill se encargó del diseño de la actual bandera de Navarra. Este mérito les permitió a los tres ser galardonados con la Medalla de Oro de Navarra en 2017. Con el apoyo de Campión, Altadill también fue el impulsor de “un obelisco en la villa de Maya, en memoria y honor de los últimos defensores de la independencia navarra (…) frente al injusto invasor y manteniendo cubierto el inmaculado nombre de Navarra, vilipendiado por los traidores partidarios del conde de Lerín”. Esta propuesta, que en un primer momento contó con el apoyo unánime de los miembros de la Comisión de Monumentos, a continuación se encontró con el rechazo del tradicionalista Víctor Pradera. Los navarristas Pedro José Arraiza o José Esteban Uranga también propusieron que la Comisión celebrase el aniversario de la incorporación al Reino de Castilla y que el monumento añadiese el escudo de España. Se quejaron de que el monolito contase con los escudos de las provincias vascas junto al de Navarra. Como consecuencia de todo ello, Altadill y Campión desaparecieron entre 1927 y 1934 de la Comisión de Monumentos. El obelisco de Maya fue volado con dinamita en 1931 y hay que esperar hasta 1982, en época democrática, para que la Diputación Foral de Navarra lo volviese a inaugurar con su aspecto original.
El historiador de Toledo también se ocupó de muchas otras cuestiones. En 1909 publicó unas Memorias de su admirado Sarasate y entre 1934 y 1936 recogió en Progenie de la lengua vasca las opiniones sobre los orígenes del euskera de buena parte de los estudiosos que se habían acercado a ella. Altadill también defendió a través de la Comisión de Monumentos la preservación del patrimonio navarro en las primeras décadas del siglo XX. Por ejemplo, se implicó en la restauración del monasterio de Leyre y en 1915 participó con Florencio de Ansoleaga en el traslado de los sepulcros de los Reyes de Navarra desde la iglesia de Yesa hasta el panteón regio de Leyre.
Como hemos visto, Altadill también fue protagonista de uno de los episodios premonitorios de la división identitaria que se viviría en Navarra en la Segunda República entre vasquistas y navarristas. Una ruptura materializada entonces que seguramente todavía nos atenaza hoy. En cualquier caso, podríamos decir que Altadill fue un vasquista como consecuencia de su admiración por Juan Iturralde y Suit y Arturo Campión, personajes a través de los que entendió e interpretó la identidad histórica de su tierra adoptiva. En cualquier caso, de las intervenciones de Altadill podemos deducir un apasionamiento político menor que el de sus mentores en la Comisión. Quizás sus orígenes castellanos y su disciplina militar contribuyeron a ello.
Así se refirió José Zalba a Julio Al