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David Thunder, Investigador Ramón y Cajal del Instituto Cultura y Sociedad y profesor de la Universidad de Navarra. Su próximo libro se titula ‘El Estado soberano y el aborto prematuro de la libertad republicana’.

El arte de ceder

             
sáb, 09 nov 2019 09:44:00 +0000 Publicado en Expansión

Dentro de unos pocos días los ciudadanos de España acudirán a las urnas a elegir un nuevo gobierno, apenas siete meses después de las últimas elecciones. Muchos se preguntarán si finalmente los políticos de este país serán capaces de negociar lo que haga falta para formar un gobierno estable. Muchos se preguntarán por qué a los políticos de España les cuesta tanto llegar a un acuerdo para sacar adelante el país a pesar de sus diferencias ideológicas y políticas.

Si quisiéramos explicar la dificultad de conseguir un gobierno estable en estos años, podríamos incidir en factores como el auge del nacionalismo catalán, la fragmentación del voto, diferencias ideológicas entre los partidos y el declive de los tradicionales bloques mayoritarios en el parlemento de España como posibles explicaciones de la inestabilidad política que España está experimentando en estos años.

Todos estos factores son relevantes. Pero tal vez un factor más determinante aún sea la falta de cultura cívica por parte de nuestros representantes políticos. Para ser preciso, su incapacidad -o indisposición- de dialogar sinceramente con sus adversarios en aras del bien común de todo el país.

Los ciudadanos de a pie, cuando observan las discusiones y juegos de poder de sus representantes, no ven un deseo sincero de servir al bien común, sino más bien un deseo de “salirse con la suya”, sea como sea, aunque fuera a cambio de un sinfín de elecciones política y económicamente costosas. Parece ser que lo que prima en la mente de nuestros líderes políticos no es la construcción de un futuro viable y justo para todos, sino más bien el postureo, el narcisimo y una forma de partidismo fanático que no ve más allá de sus propios intereses partidarios.

En parte, este partidismo y rehúso al diálogo se podrían explicar por la falta de magnanimidad, valentía, y compromiso con el bien común de nuestra clase política. Pero también es un problema más general que afecta, de un modo u otro, a toda la cultura hispana: un desconocimiento general del arte de ceder. Lo que los anglosajones llaman “the art of compromise” y apenas tiene un término equivalente en español es algo imprescindible para cualquier sistema político, sobre todo cuando existe un equilibrio delicado entre grupos política e ideológicamente opuestos.

El “arte de ceder” implica una capacidad y disposición de ceder en las propias preferencias y proyectos políticos cuando eso es requerido por el bien del pueblo, y de ceder todo lo posible para llegar a un acuerdo práctico con los adversarios cuando esto sea necesario para la estabilidad del país. Cuando este arte cae en desuso, la política desciende hacia el tribalismo, el postureo y constantes juegos de poder que no tienen en vista el bien del país, sino el mero aumento de los poderes e ingresos económicos de los actores políticos involucrados.

El arte de ceder no implica un desprendimiento total de principios o compromisos morales y políticos. Al contrario, el que maneja bien el arte de ceder debe discernir, con prudencia, cuándo un principio es demasiado importante para sacrificar, y cuándo no. Por ejemplo, para resolver el impasse entre unionistas y nacionalistas en el norte de Irlanda, los partidos involucrados tuvieron que ceder en puntos centrales de sus respectivos proyectos políticos. Al final de un largo y difícil debate público y un diálogo extendido entre las partes implicadas, lo hicieron, porque era la única manera de salir de un largo ciclo de violencia e inestabidad política.

El arte de ceder es saber superar el propio egoísmo y orgullo y entablar un diálogo abierto y sincero con los adversarios políticos a fin de llegar a un acuerdo para el bien de todos. El arte de ceder es saber manejar las expectativas propias y ajenas para llegar a una situación que es peor de lo ideal pero mejor que una interminable lucha de poder donde se genera incertidumbre e inestablidad política, ineficiencia gubernamental, y en el peor de los casos, incluso violencia y desorden público.

Las diferencias ideológicas, políticas, y económicas nunca se pueden reconciliar del todo. Rara vez todos los partidos saldrán de una negociación con todas sus expectativas satisfechas. Pero si nuestros representantes políticos aprendieran a ver más allá de sus carreras y cuentas bancarias, a negociar con espíritu magnánimo y generoso, con vistas al bien común, sería posible llegar a acuerdos que, aún no siendo perfectos, posibilitan el gobierno y favorecen los intereses de todos los ciudadanos, al menos dentro de lo que cabe en un mundo imperfecto.

El arte de ceder no es totalmente desconocido en España. Muchos consideran que el acuerdo constitucional que se forjó durante la Transición fue un acto ejemplar de magnanimidad y liderazgo de parte de los líderes políticos de aquel entonces. Ojalá los políticos de nuestros tiempos aprendan, como sus antecesores, el arte de ceder, en aras del bien común de los pueblos de España.