Natalia Horstmann, Directora de Comunicación del Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA), Universidad de Navarra
Mujer es femenino plural
No creo mucho en los días internacionales. Prefiero los días normales porque me parecen más auténticos. Aun así, quisiera aprovechar el de la Mujer Trabajadora para compartir una reflexión abierta a mil matices porque ¿cuántas maneras hay de conciliar la vida familiar y laboral? Al menos, tantas como mujeres y situaciones vitales: solteras, casadas, con hijos, sin ellos, trabajando en casa o fuera, a jornada completa o parcial…
Incluso en una misma mujer, su situación cambia con el tiempo. Por supuesto, en el hombre también. Mis preocupaciones y prioridades en mi primer trabajo difieren bastante de las que tengo hoy. Sin ir más lejos, acabo de acostar a mis hijos y este momento es idóneo para el balance de las cosas importantes que, bien mirado, ni son muchas ni son cosas. El auténtico éxito -peligrosa palabra- quizá tiene que ver más con la vida que con el currículum. Y es clave, para conseguirlo, elegir bien a qué renunciamos.
En mi caso, de nada me serviría algo tan aparentemente útil como saber idiomas o tener una carrera, si tuviera que desgastarme rodeada de un deficiente ambiente laboral. De nada sirve apuntar alto en el trabajo, si con ello desnivelamos la vida personal o familiar. Conseguir un equilibrio vital y una cooperación armónica, ¿está acaso también en nuestras manos? Las mujeres podemos y debemos avanzar en nuestra capacidad de integrar a los hombres en nuestra vida familiar para que ellos, en la misma medida, nos acojan en su vida laboral. De ahí la importancia de contar con jefes que tengan sensibilidad para la conciliación propia y la de sus colaboradoras, así como con maridos implicados en el pilotaje, a dúo, de una familia. Por fortuna, cada vez más mujeres tenemos esa doble suerte.
Hace ahora 100 años que se reconoció el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y, a pesar de que muchas injusticias aún reclaman nuestro compromiso persistente, hoy podemos celebrar grandes avances que redundan en una sociedad más próspera. El desarrollo social debe mucho a los hombres y mucho a las mujeres. El ámbito científico supone una buena muestra. La categoría de un hallazgo no se mide por el sexo de su descubridor. Las mujeres que trabajamos en el CIMA suponemos el 65% de todo el personal de este centro de investigación. Siendo un dato medible y positivo para nosotras, no deberíamos llegar a conclusiones erróneas. Por eso, dudo que imponer cuotas de hombres y mujeres sea la clave. Encarar la educación de nuestros hijos e hijas con un enfoque más abierto y creativo que nos permita detectar y potenciar cuanto antes sus mejores y auténticas cualidades facilitaría, quizá, que cada uno y cada una ocupen su puesto para un mejor servicio a la comunidad.
Me parece muy arriesgado hablar de "la mujer" así, en femenino singular. Desde luego, es femenino, pero muy plural. Y aunque apenas puedo ofrecer mínimas pinceladas de esa pluralidad, me gustaría referirme también a muchas mujeres, tan trabajadoras como yo, o más, que nunca escribirán en el periódico ni liderarán manifiestos para la posteridad, pero cuya dignidad merece nuestro reconocimiento. Ellas trabajan cuidando hogares ajenos para que otras mujeres podamos, al menos, intentar esa deseada conciliación. ¿Por qué resignarse a considerar utópica esta armonía?
Creo en la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, pero no en las matemáticas para nivelar lo enriquecedoramente distinto. Si un hombre escribiera este artículo, probablemente destacaría otros aspectos, también interesantes. Y, sin duda, las percepciones de hombres y mujeres al leerlo abarcarán un amplio espectro. Y ésta es la mejor parte.