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Miguel A. Alonso del Val, Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra

Arata Isozaki: un Priktzer en Pamplona

jue, 07 mar 2019 13:16:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

En el año 2001, con ocasión del Concurso para el Museo de los Sanfermines, Arata Isozaki se acercó a la ciudad de Pamplona para conocerla de cerca y tratar de entender su peculiar idiosincrasia para proponer un itinerario que implicaba toda la ciudad, comenzando con un edificio curvo, denominado “Sanfermines Experience”, en el parque del Arga en la Rochapea, enfrentado a otro cúbico, denominado Museo de Pamplona” sobre el Baluarte de Parma entre el Museo de Navarra y el Archivo General de Navarra, para continuar el recorrido por las calles del Encierro y finalizar en la Plaza de Toros o “Mediateca de los Sanfermines”.

Nuestro estudio fue llamado a colaborar con el maestro japonés en la propuesta y, aunque no resultamos premiados, la experiencia de compartir aquel proyecto fue altamente gratificante y, sobre todo, la posibilidad de explicar el rico legado que el urbanismo de Pamplona y su fiesta más universal tienen para la ciudad. Su visita fue fugaz como correspondía a un arquitecto ya instalado en el “star system” de principios de siglo, pero los miembros del equipo de “ah arquitectos” recordamos la sensibilidad y el aprecio que demostró hacia una ciudad tan tranquila para un arquitecto acostumbrado al bullicio de Tokio que, increíblemente, podía transformarse en una permanente fiesta en rojo.

Nacido en 1931 en la ciudad de Oita, en la isla japonesa de Kyushu, fue uno de los integrantes más jóvenes del grupo denominado de los “metabolistas” que, bajo el liderazgo de Tange y Maekawa, representó la aportación de los arquitectos japoneses de tercera generación. Menos radicales que Kurokawa y Kikutake, tanto Maki como Isozaki pronto abandonaron un movimiento dedicado al urbanismo utópico que trataba de mezclar referencias al mundo industrializado y a la tradición japonesa, del que es buena muestra su proyecto de ciudad espacial.

Estudió en la Universidad de Tokyo y colaboró con su profesor Kenzo Tange, también Premio Priktzer de 1987, en el Centro de Comunicaciones de Yamanashi. En 1963 fundó su propio estudio y realizó un conjunto de obras relevantes en la prefectura de Oita, como es la biblioteca de 1966. Más tarde trabajó en el plan de Osaka y fue contratado como arquitecto jefe de la Expo'70, donde realizó la Festival Plaza que introducía en el espectador la sensación de encontrarse en un espacio tecnológico virtual.

Sin embargo, será en 1974 cuando construya el Museo de Bellas Artes de la Prefectura de Gunma, una obra que le otorgó relevancia internacional con sus dibujos de un edificio geométrico de estructuras cúbicas que se despliegan sobre un paisaje lleno de referencias tradicionales. Otras obras importantes son la Biblioteca Central de Kitakyushu, también de 1974, y el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (1986) donde se aprecia un claro formalismo populista. También fue un arquitecto que importó talento extranjero a su país natal, favoreciendo desarrollos urbanos complejos como las viviendas Nexus de Fukuoka que, en 1989, ofreció una oportunidad a arquitectos emergentes como Rem Koolhaas y Steven Holl.

Convertido en un arquitecto internacional, realizó varios proyectos en España alrededor de la Olimpiada de Barcelona 92. Además del Palacio de Deportes de Palafolls y el posterior del Caixa Forum, su obra más reconocida es el Palacio de Deportes de San Jordi en Montjuic, con una cubierta que es una cúpula hecha con una estructura en forma de malla espacial doble diseñada específicamente para el recinto y cuya forma final es el resultado de un proceso constructivo complejo muy del gusto del arquitecto japonés.

También ha dejado otras obras construidas en España que se han convertido en una referencia ciudadana. En La Coruña edificó el Museo Domus como una vela abierta sobre un acantilado orientado hacia el mar en Riazor y, más cerca, en Bilbao edificó dos torres acristaladas conocidas como “Isozaki Atea” sobre las ruinas de un viejo almacén del muelle de Uribitarte. Ambas piezas muestran la versatilidad de un arquitecto que ha ido recorriendo todas las corrientes formales de la segunda mitad del siglo veinte al que, ahora, al final de una larga trayectoria, le llega un reconocimiento que ya habían recibido casi todos sus colegas de éxito generacional.

Un arquitecto pausado y silencioso que no llegó a culminar su deseo de construir una secuencia de formas potentes, quizá algo impostadas, en la Pamplona de principios de siglo pero que disfrutó, y mucho, de la luz contrastada de aquel mayo caluroso en el casco antiguo y de la extraordinaria calidad de las verduras servidas en el restaurante “Rodero”. Pamplona no concedió una oportunidad al arquitecto Isozaki pero Arata san se llevó un gran recuerdo de Pamplona.