Publicador de contenidos

Volver 2023_03_06_FYL_maria_josefa_huarte

Las Mujeres en las Artes y las Letras en Navarra (7). María Josefa Huarte Beaumont: coleccionista y mecenas

06/03/2023

Publicado en

Diario de Navarra

Angel J. Gómez Montoro |

Presidente del Patronato del Museo Universidad de Navarra

Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos sobre la relación de la mujer con las artes y las letras en Navarra.

Una familia navarra emprendedora

María Josefa Huarte fue la tercera de los cuatro hijos que tuvieron don Félix Huarte Goñi y doña Adriana Beaumont Galduroz. Don Félix, de orígenes modestos, se hizo a sí mismo y, aunque le hubiera gustado ser arquitecto, realizó estudios de delineante después de asistir a las escuelas municipales de Pamplona. Pronto montó su propia empresa, se trasladó a Madrid y allí consiguió desarrollar una exitosa carrera profesional. Doña Adriana, dedicada a las tareas del hogar, fue su perfecta compañera. En palabras de María Josefa, si su padre tenía un carácter fuerte, su madre era, toda ella, “equilibrio constante”. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Jesús, Juan, María Josefa y Felipe.

Don Félix fue un hombre emprendedor, lleno de energía, con espíritu de modernidad, compromiso social y un gran amor a Navarra que tuvo múltiples manifestaciones, tanto en el ámbito cultural -apoyo a jóvenes artistas, al Orfeón Pamplonés, al Conservatorio de Pamplona…- como en los proyectos de industrialización que llevó a cabo desde la Vicepresidencia de la Diputación Foral. Sus hijos heredaron muchos de esos rasgos, si bien cada uno los orientó de acuerdo con su personalidad y sus intereses. No deja de asombrar su capacidad para impulsar empresas culturales de carácter vanguardista: apoyaron a artistas como Oteiza, Chillida, Palazuelo, Balerdi o Sistiaga; a músicos como Antonio Baciero o Luis de Pablo; realizaron encargos a arquitectos de renombre como Sainz de Oiza, Corrales y Molezún, Fernando Redón o Rafael Moneo. Crearon o impulsaron empresas como H Muebles, volcada en diseños de vanguardia (uno de cuyos concursos fue ganado por una silla presentada por un joven Rafael Moneo); X Films, productora centrada en proyectos experimentales; el Grupo Alea que bajo la dirección de Luis de Pablo impulsó la investigación musical, Ediciones Alfaguara o la revista Nueva Forma. Y promovieron los Encuentros de Pamplona de 1972, cuyo quincuagésimo aniversario acaba de conmemorarse.

El hecho de que María Josefa fuera la única hija, rodeada de varones, podía haberla llevado a ser la consentida de la familia pero, en realidad, estimuló en ella un sentido competitivo y un afán de independencia. De gran sensibilidad, se sintió en su juventud atraída por la danza, una actividad que se vio truncada por una grave enfermedad. El foco cambió entonces a las artes plásticas. En esos momentos su hermano Juan estaba ya muy comprometido con el mundo del arte y, en particular, con el impulso de jóvenes artistas. De su mano, María Josefa tuvo los primeros contactos con algunos de ellos como Oteiza, Chillida o Basterretxea. También por Juan conoció a Santiago Amón, un encuentro que sería muy importante en su formación artística, hasta entonces más bien autodidacta.

María Josefa, coleccionista

María Josefa se había casado en 1971 con Javier Vidal Sario, un ingeniero que fue no solo el compañero de una larga vida sino también su cómplice en las actividades en que ella volcará sus energías: el cuidado de niños sin hogar y el arte contemporáneo. Para ayudar a niños en situación de riesgo funda en 1971, con la ayuda de doña Adriana, la Asociación Navarra Nuevo Futuro, desde la que impulsará la creación de hogares de acogida, no solo en España sino también en países en los que existían graves conflictos bélicos: Colombia, Honduras, Croacia... No se limitó a buscar los fondos y desarrollar los proyectos, sino que ella misma se desplazó a esos lugares sin importarle los riesgos que no pocas veces ello conllevaba.

Su interés por el arte se concretó en la formación de su magnífica colección, centrada en el expresionismo abstracto español, una apuesta admirable si se piensa en el contexto español de la época pero que respondía perfectamente a una búsqueda de espiritualidad unida a un sentimiento religioso muy arraigado. Se trata de una colección no muy amplia -47 pinturas y esculturas de 18 artistas- pero exquisita y muy personal. Su trato directo con los artistas y la visita a numerosos museos internacionales -con ocasión, muchas veces, de los viajes de negocios de Javier, al que ella acompañaba- fueron refinando una sensibilidad que era ya innata. Compraba las obras personalmente, en galerías o en los estudios de los artistas, no en subastas porque, decía, le horrorizaba la idea de competir por una obra de arte; y cada adquisición era fruto de una relación personal un flechazo, decía siempre- con cada una. Pero era también un gusto certero: supo comprar cuando los artistas aún no tenían tanto renombre y elegir obras que, en muchos casos, son especialmente representativas.

La primera pieza que adquirió fue Iris de Palazuelo, uno de los artistas mejor representados en la colección y cuya obra es fácil vincular con la gran elegancia de María Josefa. También de esa primera época es la adquisición de La música de las esferas de Chillida. Una relación muy particular tuvo con Oteiza, al que en 1956 encargó para su casa de Madrid dos obras muy especiales: una chimenea, en piedra caliza -Elías y su carro de fuego -, y un fantástico mural -Homenaje a Bach- que el artista esculpía en su casa mientras ella observaba con fascinación. Posteriormente, pero con gran fuerza, entrará en su colección la obra de Tàpies: en 1971 adquiere en la galería Maeght de París L’ esperit català; y en 1991, en Nueva York, Incendi d’amor, un mural de 2.5 x 6 metros. Junto a ellos, obras de Feito, Manrique, Rueda, Burguillos, Hernandez Monpó, Sistiaga, Millares… o, la última obra que compró, el Rodchenko Rojo (2004) de Manu Muniategiandikoetxea. La colección incluye tres obras que señalan los límites de la colección, vanguardia, abstracción, espiritualidad: Mousquetaire de Picasso, un dibujo de Kandinsky y un precioso óleo sobre papel de Mark Rothko. Este último artista le fascinó de manera especial y a veces recordaba -entre apenada y divertida- cómo perdió la oportunidad de comprar otra de sus obras en una galería de Basilea donde estaban expuestos siete cuadros de gran formato. Su deseo de adquirir uno de ellos se estrelló con la rotunda negativa de su marido ante un precio que, si bien era elevado, estaba muy lejos de los niveles que después adquirió su obra.

María Josefa no coleccionaba para tener sino para vivir la experiencia del arte y, por ello, prácticamente toda su obra estaba en su casa de Madrid; solo dos de las piezas Incendi de amor y Composició amb cistella- debieron quedarse en los almacenes por su tamaño. Organizó personalmente su distribución por la casa, mostrando no solo una capacidad muy especial para buscar diálogos y relaciones entre las obras sino una gran visión del espacio, que le llevó a tirar tabiques y rehacer otros.

El Museo Universidad de Navarra

La magnanimidad de María Josefa no podía quedar encerrada entre las paredes de su casa de Madrid. Ella creía en el poder trasformador del arte, quería que otros pudieran apreciarlo y disfrutarlo tanto como ella. Por eso, en homenaje a su madre, creo junto con Javier Vidal la Fundación Beaumont; y para honrar a su padre erigió en la Universidad de Navarra, en 1997, la Cátedra Félix Huarte de Estética y Arte Contemporáneo. Desde ella se promovieron investigaciones, congresos y jornadas, pero también cursos a profesores de enseñanza media porque para María Josefa era fundamental que lo que se hiciera en la Universidad llegara a todos. Especial relevancia adquirieron las Lecciones de poética en las que participaron Claudio Magris, Tomás Llorens, Cristobal Halffter o Jaume Vallcorba, entre otros. Desde la Cátedra se impulsó la publicación de una importante serie de monografías y, en 2005, Revisiones: revista de crítica cultural. María Josefa y Javier seguían con interés la actividad de la Cátedra y no pocas veces abrían las puertas de Villa Adriana, su casa en Pamplona, a los participantes.

Pienso que esos años de relación directa con la Universidad de Navarra y los buenos frutos de la Cátedra influyeron de forma relevante en la decisión de dejar su colección a la Universidad. Inicialmente pensó en la creación de un Museo de Arte Contemporáneo ubicado en la Ciudadela, el espacio que ella consideraba más emblemático de Pamplona. Ante la imposibilidad de llevarlo a cabo, se dirigió a la Universidad. La propuesta la hicieron al entonces Rector, José María Bastero, con quien tenían una relación estrecha; tras el cambio en el Rectorado, me correspondió la suerte de recibir ese proyecto. María Josefa deseaba que la colección quedara en Navarra, abierta a toda la sociedad. Pero quería también que sirviera para potenciar la investigación, en continuidad con el trabajo de la Cátedra, y para acercar el arte a las generaciones de jóvenes estudiantes.

He de decir que, aunque no faltaron dificultades, lo que siguió a continuación fue para mi una etapa especialmente gozosa. Y no solo por el alcance del proyecto, sino también por la posibilidad de compartir tantos momentos con María Josefa y Javier, algo en lo que me acompañó con frecuencia Jaime García del Barrio, que se incorporó a la Universidad para impulsar el nuevo Museo. Después de estudiar despacio los aspectos legales y la viabilidad económica del proyecto, se pudo firmar la donación el 10 de abril de 2008 en un emotivo acto en el que estuvo acompañada por Javier y una importante representación de sus sobrinos.

Previamente, María Josefa había sugerido la posibilidad de que el edificio lo hiciera Rafael Moneo quien, además de la vinculación con la familia, conocía muy bien la colección. María Josefa habló con él y recuerdo los primeros encuentros en el Edificio Central de la Universidad. Tras el segundo, visitamos los tres el lugar de su posible ubicación. En ese momento aceptó hacerlo y pienso que intuyó ya el edificio, encajado entre dos pequeñas colinas y cerrando el Campus. La siguiente intervención relevante de María Josefa fue la aprobación de la maqueta que nos presentó Rafael, ya muy parecida al edificio final. Me impresionó su capacidad para “ver” los espacios e imaginarse el juego de las cubiertas.

Poco después, María Josefa enfermó, en un proceso rápido que hizo que ya no pudiera seguir las obras ni disfrutar del resultado final. Fue sin duda lo más doloroso de este proyecto. Afortunadamente Javier y una buena representación de la familia pudieron estar presentes y saludar a SSMM los Reyes el día de la inauguración del Museo, 22 de enero de 2015, precisamente delante del cuadro Incendi d’amor. Apenas dos semanas después, el 8 de febrero, fallecía en su querida Villa Adriana. Su generosidad “me parece importante saber desprenderme de lo que más me interesa, donar aquello que más aprecio” afirmó en una entrevista- y su impulso hicieron realidad su sueño: “colaborar con otras instituciones en situar a Navarra en el lugar que le corresponde en las corrientes culturales europeas".