05/11/2021
Publicado en
Diario de Navarra
Carmen Jusué Simonena |
UNED Pamplona
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos relativos a las restauraciones e intervenciones en grandes conjuntos de nuestro patrimonio cultural.
“Triste es decirlo; mientras que en toda Europa se desarrolla más y más el movimiento restaurador, entre nosotros no pasa un día sin que se destruya alguna de esas admirables creaciones de nuestros artistas de la edad media. En estos mismos momentos, al paso que en Olite se escucha el estruendo que producen al derrumbarse los majestuosos restos del palacio, en la vecina Francia, el Chateau de Pierrefonds, entre otros muchos, resuena con la algazara de los obreros que le devuelven su antiguo esplendor.
La grandiosa morada de Carlos el Noble está arruinada; difícil es su restauración, pero ya que esta no se emprende, sepamos al menos respetar, y hacer respetar, tan venerables restos”. Una verdadera llamada de atención en estas evocadoras y claras palabras de Juan Iturralde y Suit, en su Memoria sobre las ruinas del Palacio Real de Olite, publicada en Pamplona en 1870.
Por ello conviene recordar, cómo al esplendor de mansión real en época medieval, le sucedieron siglos de decadencia y abandono hasta que, afortunadamente, se paralizó su ruina. De tal manera que, todavía hoy, Olite sigue siendo recordado por su condición de sede regia, de la que el palacio es el exponente máximo.
De mansión regia a la ruina de un palacio sin reyes y cantera de sillares
El Palacio Real de Olite, erigido por Carlos III el Noble (1387-1425) constituye actualmente uno de los principales emblemas arquitectónicos del Reino de Navarra, sin embargo, tras su pasado esplendor en los últimos siglos medievales, la conquista de Navarra por Fernando I el Católico (1512) y la incorporación del reino a la corona de Castilla, fueron declinando las altas funciones regias y políticas desempeñadas en él.
El palacio, todavía fue mansión ocasional de los virreyes y escala esporádica de los monarcas españoles en contadas visitas a su reino navarro. Por merced real se había autorizado (1556) a los marqueses de Cortes para ocuparlo por una renta anual y los gastos de reparación; su alcaldía fue concedida, más tarde, a los Ezpeleta de Beire, que lo ostentaron hasta el siglo XIX.
Pero la imponente arquitectura palacial no tardó en sufrir el tremendo deterioro del tiempo y la desidia. A principios del siglo XVII se fundieron cientos de arrobas de sus cañerías de latón y plomo y se arrancaron techumbres; la Corona intentó enajenarlo en 1718, ofreciendo al comprador un asiento en Cortes, y a fines del mismo siglo, durante la Guerra de la Convención (1794) se produjo un incendio que arrasó parte de los ricos artesonados y techumbres.
Años más tarde, durante la guerra de la Independencia, con el fin de evitar que las tropas francesas en retirada se pudieran hacer fuertes entre sus muros, Espoz y Mina ordenó prenderle fuego en 1813, de tal manera que solo resistieron los muros de cantería, y aún estos sufrieron graves desperfectos. Así, tras su violenta destrucción y los sucesivos intentos para convertirlo en Casa Consistorial o aprovechar sus sillares, que se extraían en grandes cantidades de entre las ruinas, fueron acelerando su declive.
La Comisión de Monumentos de Navarra e inicio de estudios para la conservación
Afortunadamente, en 1869, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, a través de Eduardo Ilarregui, tomó conciencia de la ruina del edificio, encargando a J. Iturralde y Suit y Aniceto Lagarde la visita al lugar con el fin de elaborar un informe. Fruto de la misma fue la “Memoria sobre las ruinas del Palacio Real de Olite” y diez acuarelas elaboradas por Iturralde y Suit, acompañada de tres planos y cortes de los edificios por parte de A. Lagarde, publicada el 1870, primer estudio serio sobre el conjunto.
A pesar de ello, a comienzos del siglo XX y ante el evidente peligro de destrucción, la Comisión de Monumentos instó a la Diputación para que consiguiera del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes la declaración de Monumento Nacional, momento al que corresponden los informes emitidos por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Real Academia de la Historia, ambos apoyados en el texto de Iturralde y Suit. Así, ante los diversos informes, en enero de 1925, fueron declarados Monumento Nacional el Palacio Real y la iglesia de Santa María la Real.
Años antes, en 1913, la Diputación navarra había adquirido los edificios con el fin de emprender su restauración y en 1923 convocó un concurso para que, en el plazo de un año, se presentaran los planos, memoria y presupuestos de la intervención, al que se presentaron tres propuestas: la de los hermanos Javier y José Yárnoz Larrosa, con el lema “Lome de Tornay”, la de Regino Borobio y Leopoldo Carrera, con el lema “Castrum forte-Regumque domus” y la de José Alzugaray,“Bonne Foy”. La Diputación decidió remitir los trabajos presentados a la Academia de San Fernando, que manifestó que vería con agrado que el cargo de Arquitecto Conservador o Restaurador del Palacio de Olite recayera en la persona de José Yárnoz Larrosa, autor del proyecto premiado.
Tal y como apunta Leopoldo Gil, en su artículo “El Palacio Real de Olite: crònica de una obstinación”, desde los primeros párrafos de la memoria del proyecto, se manifiesta la actitud de los hermanos Yárnoz ante el monumento. Para ellos, conservar las ruinas no era suficiente. No bastaría con impedir que el monumento se derrumbara, porque ello equivaldría a borrar muchos capítulos del pasado. En palabras de los autores, mantienen la tendencia seguida en España, Francia o Alemania propugnada por Viollet-le-Duc en la que la restauración supondría resucitar lo anterior y reconstruir la historia, es decir, restablecerto en un estado completo.
La Memoria de restauración fue publicada en 1926 y, en el mismo año, la Diputación nombró a José Yárnoz Larrosa encargado de los trabajos que se realizarían en el palacio de Olite. En palabras de J. Martínez de Aguirre, autor de una extensa monografía sobre las construcciones de los Evreux en Navarra, la visión de conjunto que ofrecen los hermanos Yárnoz en su Memoria no ha sido todavía superada.
Y comenzaron los trabajos de restauración
En 1940 se creó la Institución Príncipe de Viana, órgano cultural de la Diputación Foral de Navarra que supuso, en cierta manera, la continuidad y el perfeccionamiento de los objetivos propuestos por la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra, siendo la Sección de Patrimonio Artístico, una de las más importantes, la encargada de la restauración, mantenimiento y custodia de todo el patrimonio artístico del reino, entre otras funciones.
Organizada una oficina técnica para la redacción de los proyectos en la Cámara de Comptos, a cuyo frente estaba José Yárnoz Larrosa, los almacenes, talleres de obra y de cantería se instalaron en el Palacio Viejo de Olite.
La actuación comenzó con el desescombro, desmonte, retallado y consolidación de la torre de los Cuatro Vientos, reconstruyéndose el mirador gótico y de la Galería del Rey, finalizadas en 1941 y 1942 respectivamente. Las obras continuaron con la colocación de los remates de la gran torre, de la del Portal, de las Tres Coronas, la habilitación de amplias salas interiores como las cámaras del Rey y la Reina, la consolidación de los restos de la capilla de san Jorge, de la torre del Aljibe, de la nueva arquería del jardín de la Reina…, de tal manera que en 1956, tras dieciséis años de trabajo sin interrupción, el aspecto del edificio mostraba una silueta mejorada.
La restauración siguió avanzando y, en 1963, se aceptó la ubicación del un Parador de Turismo en la zona en que estaban instalados los talleres de cantería, es decir, en el Palacio Viejo, que fue inaugurado en 1966 y se procedió, más tarde, al derribo de los edificios anexos a la iglesia de Santa María, dejando exento el claustro de la misma.
En 1974, se dio por concluida la restauración del Palacio y desde aquel momento el mantenimiento del mismo es continua. Una restauración, que se realizó según ciertos criterios historicistas imperantes a comienzos de siglo, entre otros diferentes, y ha sido tenida por idealizante en algunos casos, mientras que en otros se alaba por su monumentalidad. En cualquier caso, es interesante comprobar cómo las imágenes conservadas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, muestran el conjunto palacial muy completo excepto en algunos de sus remates.
Volvamos, por último, a recordar algunas palabras de J. Iturralde y Suit respecto al Palacio de Olite: “El pueblo que mira indiferente los monumentos de sus pasadas glorias es indigno de ocupar un lugar en la historia, y doblemente criminal cuando el pasado es tan brillante como el del antiguo reino de Navarra. Día llegará en que España llore y se avergüence de su vandalismo e indiferencia”.
Afortunadamente no fueron palabras premonitorias, la restauración del Palacio Real de Olite permite contar con un edificıo restaurado, consolidado y adecuadamente cuidado, en lugar de lo que hubiera podido ser una verdadera ruina, que actualmente es visitado por más de 250.000 personas al año.
Olite fue el deseo de Carlos III el Noble, lugar elegido donde, con su corte y sus juglares, con su zoo particular y sus amplios jardines enriquecidos por plantas de lejano origen, decidió en palabras suyas: “en la mayor parte de nuestro tiempo, hacer habitación y morada”.