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José Víctor Orón Semper, Investigador del ‘Grupo Mente-cerebro’ del Instituto Cultura y Sociedad

Términos y mentalidades. Interioridad

¿Es la educación en la interioridad una forma de entrar dentro de uno y descubrir la propia individualidad o, en verdad, es una forma de ser en la relación con los demás? ¿Es la interioridad un castillo interior en el que afirmarse y luego salir al exterior? O ¿Es un lugar de encuentro?

lun, 04 feb 2019 12:48:00 +0000 Publicado en Educación Press

Descubrir la interioridad es el punto clave para acertar con una propuesta educativa que ciertamente satisfaga los hondos deseos de cualquier persona y, por tanto, sea garantía de éxito. No se trata de educar la interioridad como si se tratase de un “tema” más a enseñar, sino que toda educación será realmente útil, atractiva, motivante y generadora de crecimiento si y solo si, al mismo tiempo, es una educación en la interioridad e intimidad. Interioridad e intimidad no son lo mismo, pero se relacionan. Se puede consultar el término intimidad en el vocabulario emocional, pero resaltemos algunos aspectos del término intimidad para entender qué es la educación en la interioridad.

Fue Agustín de Hipona quien supo plantear la intimidad como un lugar de encuentro interpersonal, en este caso entre Dios y uno mismo. Si el término intimidad habría que calificarlo en relación al encuentro, interioridad es más bien el camino pedagógico para descubrir que somos seres de intimidad. En ese sentido, y según nuestra propuesta, la educación en la interioridad es el recurso pedagógico para que las personas se descubran y se vivan como seres de intimidad, es decir, como seres de encuentro desde la intimidad. Veamos ahora esta forma de comprender la interioridad y luego presentaremos una complementaria.

Esta propuesta pedagógica se suele entender como un camino desde fuera hacia dentro de uno mismo. Pero esas referencias de lugar hay que entenderlas metafóricamente y no espacialmente. Interioridad e intimidad no hay que localizarlas “dentro” como si fuera un “lugar” secreto donde uno puede encerrarse consigo mismo y descubrir lo que es su yo más puro o auténtico. Esa búsqueda de un lugar en el cual la persona se aísla para afirmar el “yo” y, una vez afirmado ese “yo”, sale con fuerza al mundo exterior, es un auténtico proceso de locura, pues sencillamente ese “yo” no existe, sino que, o bien es fruto de una conceptualización, o bien es una creación ilusoria de una persona dolida. Ese yo-fuerte es un mecanismo psicológico de defensa con el que revestimos de fortaleza una debilidad. Triste, muy tristemente, vemos que esa es la referencia frecuente al mundo de la interioridad. En tal caso, educar en la interioridad es educar en la auto-afirmación. Pero ese “yo-aislado” simplemente es una persona muerta. No existe una persona sola. Las personas, o somos personas o no somos nada. Por eso, ha de quedar claro que toda educación en la interioridad que lleve a la afirmación de un yo potente, fuerte y definido que luego salga a dominar el mundo es enfermar a la persona, pues la persona lo que es, lo es por su forma peculiar de encontrarse con otras personas. Educar en la interioridad es educar para la intimidad y educar para la intimidad es educar para el encuentro. Agustín decía: “todo esto lo entendí más tarde por la voz con que me hablabas, por dentro y por fuera de mí, a través de las cosas buenas que me concedías”.  Es decir, el dualismo dentro-fuera entendido como aislarse-relacionarse no tendría nada que ver con la comprensión de Agustín, pues tanto dentro como fuera son lugares de encuentro. Hablar de interioridad es hablar de la profundidad de las relaciones humanas. Tal vez ayude entender la contraposición interioridad – exterioridad no como dentro – fuera, sino como profundo – superficial: relaciones profundas-relaciones superficiales. El juego de palabras no es lo relevante pues, en el fondo, no dejan de ser recursos metafóricos, pero lo que sí es relevante es entender que lo que se plantea es la dualidad individualidad–relación, pues, decía Agustín “tú eras interior a mi más honda interioridad” refiriéndose a que en lo más profundo de él estaba Dios esperando a un encuentro, no a una soledad. El interior es lugar de encuentro, como lo es el exterior. Es decir, educar en la individualidad sería lo contrario de educar en la interioridad. Educar en la autonomía entendida como independencia sería lo contrario de educar en la interioridad. Vale la pena repasar el término autonomía para recordar que el verdadero sentido de la autonomía es la capacidad para el encuentro.

Por todo ello deberíamos reflexionar, pues cuando a un niño se le dice “aprende a ser tú mismo” ¿Qué se le está diciendo? La frase no es que sea incorrecta, pero ¿Con qué intención se dice? Si se entiende que se trata de aclararse con uno mismo y así poder ser lo que uno quiera con independencia del exterior, se malinterpretará la llamada a la interioridad.  La educación en la interioridad es educar para el encuentro, insiste Agustín, “porque más le vale encontrarte sin haber resuelto tus enigmas, que resolverlos y no encontrarte”.

Ciertamente, Agustín describe su historia de encuentro desde categorías religiosas. Agustín buscó sin saber que buscaba: en las criaturas, en los estudios, en diversas sectas y vivía la carencia de un encuentro con la sensación de una permanente insatisfacción. Hasta que encontró lo que buscaba, aunque no sabía lo que buscaba: el encuentro, en su caso con Dios. Pero sería un error asociar su propuesta exclusivamente al encuentro religioso. El mismo Agustín descubrirá que el encuentro en intimidad es la verdadera forma del encuentro humano. Es la forma humana de vivir. Para él la amistad es tal encuentro que puede entenderse como un alma en dos cuerpos distintos. Cuando Agustín decía “nos creaste para ti” en referencia a Dios, podemos entenderlo como “nos creaste para el encuentro”. Somos seres de encuentro en encuentro de intimidades.

En cambio, pensamos que hoy en día unos malinterpretan lo que es la intimidad y otros sencillamente la ignoran. Se ignora la intimidad cuando la persona es comprendida exclusivamente desde niveles comportamentales y afectivos. En tal caso, aún es más evidente que la educación en la interioridad se malinterpreta como una educación en la individualidad. En tal caso, si una persona vive básicamente satisfecha afectivamente hablando y con un aceptable nivel de operatividad en los distintos ambientes en los que le toca desenvolverse, entonces puede considerarse una persona sana y con lo que podríamos llamar un “éxito básico alcanzado”. Pero, como decíamos, esta apuesta está ignorando la intimidad de la persona. La intimidad es más que el mero comportamiento de una persona o la experiencia psicológica de tal comportamiento. No es que haya que añadir una nueva parte o dimensión. Sino que, en verdad, el comportamiento humano es un comportamiento donde la intimidad se expresa a la par que se configura y la experiencia afectiva es en verdad la experiencia afectiva de un encuentro con otro, de un encuentro de intimidades. Mientras un animal puede experimentar cómo el mundo le afecta, el ser humano experimenta cómo en el mundo se encuentra con otras personas.

Se malinterpreta la educación en la interioridad cuando se afirma que ésta consiste en unificar la vida de uno o sus distintas dimensiones (corporal, psicológica, social, etcétera), o que se trata de una competencia más, o que busca que el alumno encuentre el yo-interior, o la búsqueda del equilibrio interior (para evitar la dispersión) o de los sentimientos de uno mismo, o que la interioridad es el centro que nos permite regular nuestro comportamiento (estas y otras expresiones similares pueden encontrarse con facilidad en internet y en ciertos trabajos académicos). En el mejor de los casos, esos son efectos de la verdadera educación en la interioridad, como cuando se habla de la unificación de la persona. Y en otros casos, esas interpretaciones son una deformación de la educación de la interioridad, como cuando se dice que ésta es el centro que nos permite regular el comportamiento.

Hemos dicho en otros artículos del vocabulario emocional que en el ser humano (y en la vida en general) desde lo menor no se alcanza lo superior, mientras que desde lo superior no solo se alcanza todo, sino que además lo menor brilla con todo su esplendor. Otra forma de plantearlo es que desde los efectos de la intervención no se alcanzan los objetivos de la intervención. Por ejemplo, un efecto de que en una casa haya buenas relaciones es que en esa casa hay cierta paz y la gente no hable a chillidos. La paz es un efecto de la buena convivencia, pero la buena convivencia se da porque la casa es un lugar de encuentro interpersonal. Si alguien quiere la paz en casa, se equivocará haciendo de la paz un objetivo. La paz no se explica a sí misma. No es que sea un mal deseo, todo lo contrario, pero simplemente es que no puede ser objetivo lo que es efecto. El objetivo es que la casa sea un lugar de encuentro interpersonal y la paz será (usando la terminología actual de los procesos de calidad) un buen indicador. Haz que tu casa sea un lugar de encuentro y habrá paz. En cambio, si te centras en la paz, es probable que no tengas ni lo uno ni lo otro. Porque, además, esa búsqueda de paz, se acaba traduciendo inconscientemente en la búsqueda de tu paz.

Lo mismo ocurre con la búsqueda de la unificación de la vida. La interioridad no es para la unificación sino para el encuentro, pero si te encuentras, te unificas. Sin embargo, ¿Qué se busca con tanto ejercicio de relajación y respiración? ¿Qué comprensión de educación en la interioridad hay detrás de esas propuestas? Busca el equilibrio y acabarás de los nervios; busca encontrarte en sinceridad y acogida y te descubrirás en paz.

Decíamos que hay otra forma complementaria de entender la educación de la interioridad, que es aprender a actuar desde ella. En tal caso, toda acción es una acción encaminada al encuentro. La verdadera educación en la interioridad implica que en toda actividad, asignatura o materia pueda darse un diálogo de intimidad a intimidad en todo lo que hace. Por ello, pensar que la educación en la interioridad es cuestión de una asignatura es un error. La educación en la interioridad se da cuando, en la clase de tecnología, los niños están construyendo su torre con palitos de papel, porque usan esa construcción para el encuentro interpersonal. Que haya una asignatura para poder ayudar a que en las otras asignaturas se pueda dar un encuentro de intimidades me parece muy bien y a eso le podremos llamar clase de educación en la interioridad. Pero pensar que en esa clase se está educando en la interioridad es no entender qué es la intimidad y la dinámica de interioridad. En esa clase, si todos entienden bien qué es educar en la interioridad, se estará ayudando a que en todo el proceso educativo se dé realmente una educación en la interioridad.

¿Cómo se relacionan la educación emocional y la educación en la interioridad? Lo contrario de una persona entendida como un ser de interioridad es entender a la persona como una máquina. La persona es máquina cuando su comportamiento se explica como una reacción a un acontecimiento exterior. Cuando un niño dice “le pegué porque me tocó”, se está auto-definiendo como una máquina: “tu tocas, yo pego”. “Si no quieres que te pegue, no me toques”. Cuando el niño dice “le pegué porque estaba nervioso”, ese chico ya ha empezado a descubrir que él es interioridad. No es que tenga interioridad, sino que es interioridad. En un caso, el niño se entiende como máquina y en el otro, empieza a entenderse como intimidad, pues empieza a conocer su interioridad.

Si en la educación emocional descubrimos que en cada emoción acontece la convergencia de la complejidad de toda nuestra vida, entonces la educación emocional es una ayuda a la educación en la interioridad entendida como encuentro, pues la persona no es una máquina. Pero, cuando la educación emocional se entiende como el control emocional pues la emoción es lo que se despierta en mí debido a la presencia de algo, entonces se está fomentando una educación en la interioridad entendida como la búsqueda romántica e idealizada del yo interior y falso. En tal sentido, cierta forma de entender la educación emocional lleva a cierta forma de entender la educación en la interioridad. Vemos que hay distintas concepciones antropológicas alimentando cada una de las dos propuestas.

Veamos un ejemplo de la relación entre educación emocional y educación en la interioridad. Hay quien habla de “personas tóxicas”; nosotros en cambio hablamos de “situaciones tóxicas”. Si decimos personas toxicas atribuimos la toxicidad al otro. El otro es el tóxico y su presencia me enferma. La educación emocional buscará desplegar habilidades socio-emocionales para protegerse de esa toxina y la educación en la interioridad buscará ese yo interior que está a salvo de la toxina y se equilibra. Pero si hablamos de situaciones tóxicas, todo cambia. La toxicidad no se atribuye al otro, sino que, al vivir como vivimos y al hacer lo que hacemos de la forma y con los objetivos que tenemos, la relación con el otro la vivimos como si fuera tóxica, pero el otro no es tóxico. En tal caso, la educación emocional buscará ayudar a que la persona descubra por qué  vive esa relación de esa forma y, para ello, necesitará conocer su estado vital, su forma de vivir y entenderse y relacionarse y desde ahí podrá plantearse cómo mejorar la relación con el otro pues el otro no es el tóxico. Y la educación en la interioridad consistirá en ayudar a descubrir los deseos profundos que tenemos de encuentro y que es precisamente ese encuentro frustrado lo que nos está doliendo. La vida, en la interioridad y la exterioridad, es lugar de encuentro.