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Julia Pavón Benito, Investigadora del proyecto “Creatividad y herencia cultural” del Instituto Cultura y Sociedad y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras

El olvido, eterno enemigo de la memoria

                
lun, 03 dic 2018 11:57:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

En una sociedad en cambio, es posible que plantear retos pueda ser uno de los desafíos más atractivos o, si me lo permiten, más arriesgados. En el caso de mirar hacia adelante y valorar qué papel tendrá la historia y la herencia cultural en el desarrollo de un espacio histórico-regional como Navarra, un grado más. Hace más de siete centurias que el arzobispo de Toledo, el navarro Rodrigo Jiménez de Rada, afirmaba, en el prólogo de la Historia de los hechos de España, que su objetivo era evitar el olvido, eterno enemigo de la memoria. Definía así la Historia, al igual que han venido haciendo otros historiadores hasta la actualidad, como una disciplina viva con capacidad para intermediar entre el pasado y el presente y, en suma, alumbrar el futuro.

Se comprende la Historia, así, más como un servicio a la sociedad, que no como un instrumento para promover un enfoque particular o proponer una tesis específica y quizá incluso determinada de antemano, según decía el hispanista británico John Elliott en su libro sobre El oficio de historiador. Cabe entender, de la misma forma, las huellas materiales e inmateriales de la cultura heredada de tiempos pretéritos caso del arte, la música, la literatura, la lengua, el paisaje o las tradiciones en calidad de un sustrato común; patrimonio en el que cada generación ha sido y es capaz de identificarse y proyectarse, en un trenzado escenario donde la ficción y la realidad ponen y han puesto en juego sus virtudes, pero también sus miserias. Navarra no ha sido ajena a estas circunstancias.

Rescatar o seguir rescatando el pasado, en el más amplio de sus sentidos, es en sí mismo el reto de la Historia de Navarra, lejos del ruedo mediático o coyuntural de intereses, pareceres y sensibilidades, y también más allá de atender o primar objetivos oportunistas. La Historia, sin entrar al debate de si es o no una ciencia, se ha convertido hoy más que nunca en una disciplina para responder a las emociones y requerimientos de mayorías y minorías, de viejos y jóvenes, de aficionados y entendidos, y de todo un grupo de mujeres y hombres que necesitan satisfacer su curiosidad, muchas veces como un bien de entretenimiento y ocio. La Historia, que lo impregna todo, nunca ha tenido, como estos lustros, tanto tirón mediático, ocupando espacios entre las nuevas tecnologías, las series de televisión y el foro político que antaño no habríamos ni imaginado. Sin embargo, y en repetidas ocasiones, se ha llegado a convertir en un objeto de banalización al ser casi exclusivamente un recurso de distracción de masas, al entrar en ese mundo contagioso del uso mercantilista. Ilustra esta realidad la afirmación del profesor Nuccio Ordine, en un ensayo de referencia titulado La utilidad de lo inútil, cuando comenta que los saberes y el conocimiento, entre los que se sitúa lógicamente el histórico, se encuentran en peligro en una civilización, donde la dictadura del provecho ha alcanzado un poder ilimitado.

¿Qué esperar entonces para el futuro de este pasado? ¿Qué hoja de ruta nos planteamos para las generaciones que están por venir ¿Qué les podríamos decir sobre lo que es, significa y supone conocer el pasado de Navarra? ¿Nos vamos a dejar contagiar por la propuesta del politólogo Francis Fukuyama y hacer naufragar a la Historia y su legado, afirmando que ha llegado el fin de la Historia, incluida la de este viejo reino? No sería descabellado si, abandonándonos a nuestra suerte, optáramos por pensar que solo nos queda seguir “usando" la Historia. De esta forma, la romanización, la construcción del reino medieval, las mutaciones políticas y sociales de la modernidad y la recepción de las fracturas y cambios contemporáneos, incluso los de nuestra historia reciente, con sus logros y fracasos, serían piezas manejables arbitrariamente o simplemente cartas de una baraja. Esto es, seríamos constructores de lo “correctamente histórico".

Cuando hace un par de días comentaba con una amiga el propósito de estas líneas, me exponía sorprendida que la Historia de esta tierra es lo que es y que sus huellas culturales también. Su afirmación, como presidenta de una Asociación de Amigos para el fomento de Patrimonio para jóvenes, con la que toma casi diariamente el pulso a lo que piensan las nuevas generaciones navarras, no puede contener mayor verdad. Leer e interpretar el futuro de la Historia, y más de Navarra, no cabe hacerse echando la vista atrás con nostalgia, ni con un ejercicio de conductista, pues a riesgo de proceder a golpe de caprichos selectivos nos dejaríamos lo más importante por el camino; esto es, el mejor de los beneficios. Porque la ganancia de interpretar y proyectar el pasado en el futuro, comienza en el presente o como expresa el poeta y ensayista, José Jiménez Lozano, en sus Cavilaciones y melancolías, despreciamos todo lo que hemos recibido, y queremos convertirnos en demiurgos fundadores de un mundo nuevo, y de este modo el único impulso que recibimos es de destrucción de todo para un reino de mil años sobre el soterramiento de todo lo que hemos heredado y no queremos superar, sino destruir. ¿Para hacernos así grandes? Otra vez la memoria y el olvido.