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Francisco Ponz Piedrafita,, rector de la Universidad de Navarra entre 1966 y 1979

Deuda de gratitud

mar, 02 dic 2014 11:54:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

En estos tiempos que vivimos, quizá más que en otros anteriores, resulta patente la necesidad de aunar voluntades y esfuerzos para cooperar en la búsqueda del bien de todos y la mejora de la sociedad. Esto es válido a nivel personal y lo es también por supuesto para las instituciones. Implica posponer los intereses propios y valorar los generales, tener visión amplia y ánimo generoso, descubrir la belleza y el gozo del servicio y la solidaridad. Esas cualidades encontró la Universidad de Navarra en Félix Huarte y en Miguel Javier Urmeneta.

Ismael Sánchez Bella llegó a Pamplona en 1952 para emprender un gran proyecto educativo, una Universidad, que San Josemaría Escrivá de Balaguer cultivaba en su corazón desde largo tiempo atrás. Carecía de recursos materiales para ponerlo en marcha, pero contaba con la ayuda de Dios y con que habría personas de corazón grande y altura de miras, capaces de intuir la abundancia de frutos que una institución universitaria, anhelada en esta tierra desde hacía muchos años, podía aportar a Navarra. Y las encontró, en efecto, entre otros lugares, en la Diputación Foral y en el Ayuntamiento.

Después de unos años en que la Diputación, presidida por don Miguel Gortari, facilitó locales provisionales para los comienzos, se hizo preciso disponer de terrenos para el emplazamiento definitivo de la Universidad. Era entonces Alcalde Miguel Javier Urmeneta, que comprendió enseguida los bienes que Pamplona obtendría con su desarrollo.

Una tarde a finales de 1959 Miguel Javier en persona recogió a Ismael para mostrarle dos posibles lugares en la periferia de la Ciudad: el final del Camino de Sarriguren y el que por fin se prefirió, en el valle del Sadar, en las proximidades de la Facultad de Medicina en construcción, del Hospital Civil y de los terrenos adquiridos por la Universidad para levantar la Clínica.

Los dos amigos dejarían volar su imaginación hacia la realidad actual: una Universidad donde hoy trabajan unas 4.000 personas, en la que han hecho sus estudios decenas de miles de navarros y donde cientos de miles han recibido asistencia médica. Una institución que ha llevado por el mundo el nombre de Navarra, que hoy suena con respeto en muy variados foros académicos y es llevado con sano orgullo por multitud de profesionales. Urmeneta trabajó con empeño para que aquellos terrenos fueran asignados a la Universidad y para que el Municipio le cediera gratuitamente unas trece Hectáreas para la construcción de las primeras instalaciones.

Por mi parte, tuve ocasión de tratar personalmente a Félix Huarte desde que en 1966 comencé mi trabajo en el Rectorado. Hacía un par de años que presidía la Diputación Foral y allí estaba también Miguel Javier, junto a él, identificado con sus grandes proyectos de desarrollo de Navarra y eficaz colaborador para que se hicieran realidad. Otros son más apropiados que yo para ponderar sus grandes cualidades como empresario y como decidido impulsor del Programa de Promoción Industrial de Navarra. Este Programa, de hace ahora medio siglo, significó mucho para la evolución socio-económica y la modernización del Viejo Reino.

Yo sólo quiero testimoniar que su amor entusiasta y su entrega a Navarra desbordaban de su gran corazón en todo momento, y que era ejemplo vivo de magnanimidad. Al propio tiempo percibía con lucidez la importancia de la educación para la sociedad. Él solía decir que la vida era su escuela, que se había puesto a trabajar desde muy joven, sin tiempo para obtener títulos superiores. Quizás por esto mismo estaba persuadido de que el progreso no se debía fundamentar sólo en la industria, debía ir acompañada de la educación en todos sus niveles.

Desde la Diputación apoyó a muchas instituciones educativas y entre ellas a la Universidad de Navarra, continuando lo que se venía haciendo desde sus comienzos, también con su patrimonio personal.

Me conmueve ahora recordar que en aquel lejano 1966 financió con sus propios recursos el costoso equipamiento y la puesta en marcha en la Universidad durante varios años de un centro de investigación sobre el cáncer. Y la insistencia que mostró, compartida por Miguel Javier Urmeneta, para que la Universidad estableciera la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial en El Sario, que durante cerca de veinte años formó a cientos de Ingenieros Técnicos para las nuevas y antiguas industrias navarras. Puso también mucho interés en que la Escuela de Arquitectura se estableciese en Pamplona.

Quiero con estas líneas expresar mi adhesión personal al reconocimiento que la Comunidad Foral manifiesta a estas dos personalidades al concederles sus Medallas de Oro. Tuvieron visión amplia y corazón generoso y supieron comprometerse en su presente para que las siguientes generaciones gozaran de un mejor futuro. Un motivo de gratitud para sus contemporáneos y un buen ejemplo para los más jóvenes. La Universidad de Navarra les estará siempre agradecida.