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Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, una serie sobre artistas navarros
Javier Martínez de Aguirre |
Universidad Complutense de Madrid
En este año en que conmemoramos el sexto centenario de la muerte de Carlos III el Noble (rey de Navarra entre 1387 y 1425) merece la pena recordar la trayectoria artística y vital de Martín Périz de Estella, arquitecto en quien el rey confió algunas de las empresas constructivas de las que se sintió más orgulloso, como el palacio de Olite.
La rica documentación conservada en el Archivo Real y General de Navarra facilita un acercamiento a su actividad a partir del 15 de junio de 1389, día en que fue nombrado maestro de las obras de mazonería en todo el reino de Navarra, es decir, responsable de las edificaciones pertenecientes a la corona. Como remuneración recibiría cada año 54 libras y 15 sueldos (el ‘sueldo’, derivado del latín solidus, era una unidad de cuenta: la vigésima parte de una libra). Aparte, cobraría salario por su trabajo diario (en esos años, un mazonero o pedrero especializado como Martín Périz podía ganar 8 sueldos al día).
Entre los más ricos de Estella: fortuna y ascenso social
Sabemos poco de su origen y formación. Algunos documentos lo llaman Martín Périz de Eulate, apellido que lo vincula con la localidad del valle de Améscoa. En el siglo XVI sus descendientes afirmaron que había sido hijo legítimo del palacio y casa solariega de Eulate, familiar de Diego Sánchez de Eulate, caballero y señor del palacio. No podemos confirmarlo. Probablemente fue hermano del notario estellés Juan Périz de Eulate.
Consta que vivió en Estella, en la calle de la Astería. Llegó a ser el segundo mayor contribuyente en esta próspera población, solo por detrás del alcalde. Fue enterrado en su propia capilla funeraria de la parroquia de San Miguel. En los escudos del retablo de Santa Elena, que él mismo encargó, predominan los cuartelados de lobo y árbol, combinación que se repite en el sepulcro inmediato y en otro retablo suyo dedicado a los santos Sebastián y Nicasio (las armas del palacio de Eulate eran dos lobos de plata en campo azul con bordura cargada de aspas). Estuvo casado con Toda Sánchez de Yarza y tuvo al menos dos hijos y una hija, con los que figura representado en el retablo de Santa Elena.
Su vida profesional fue larga, hasta 1434, nada menos que cuarenta y cinco años al servicio de la corona. Para cuando llegó al cargo ya habría acreditado capacidad en la dirección de construcciones, por lo que su vida laboral pudo extenderse durante más de cinco décadas.
Especialista en palacios
Martín Périz fue un arquitecto un tanto peculiar. Mientras la mayor parte de los maestros reales dedicaron su tiempo a multitud de labores menores, entre las que abundaban las reparaciones de castillos, Martín Périz centró su quehacer en las grandes empresas del rey: sus palacios. Entre las noticias acerca de otros cometidos, consta un informe sobre las reparaciones del castillo de Cáseda (1404), una entrevista con el mazonero encargado del castillo de Leiza (1411), certificaciones de obras en Aguilar de Codés (1416) y Arazuri (1427), y su intervención en el castillo de Estella (1431). Su primer trabajo importante tuvo como objeto el palacio de Tudela. El encargo de mayor empeño fue el palacio de Olite, donde demostró su saber hacer.
El rey conocía perfectamente algunos de los palacios y castillos más suntuosos de su tiempo. Había visitado, entre muchos otros, el real de París, el de Vincennes en las inmediaciones de la capital francesa, el de los papas de Aviñón, los de los duques de Borgoña y Berry, los de los reyes de Aragón en Barcelona y Zaragoza, el alcázar de Segovia y el castillo de Peñafiel, y quiso tener en Navarra una residencia a la moda, dotada de la comodidad y el lujo apropiados para la vida a la que aspiraba. Pero ni tenía los recursos económicos, ni sus necesidades cortesanas eran comparables a las de los grandes soberanos europeos. Martín Périz erigió y acomodó al gusto regio las principales residencias palaciegas, creando espacios donde el monarca pudiera desplegar una suntuosa vida de corte con un coste acorde con sus recursos.
Olite y la renovación de la arquitectura palaciega
En un siglo de conflictos (guerras de los Cien Años y de los dos Pedros, primera Guerra Civil Castellana), los constructores de muchos palacios apostaron por una configuración acastillada, con cortinas murales y grandes torres.
Requisito propio de finales de la Edad Media fue la disposición de salas y cámaras de distintas dimensiones dotadas de elementos de confort. En las más grandes, celebraban banquetes multitudinarios, impartían justicia y reunían cortes; otras estaban concebidas para departir cómodamente con los más cercanos; había también gabinetes reducidos, privados, de acceso muy restringido. Las salas menores y las habitaciones solían situarse en la planta noble, a diferencia de los grandes salones de tradición plenomedieval, que frecuentemente estaban en planta baja. Para que estos espacios especializados y jerarquizados fueran funcionales, era necesario prever distintas posibilidades de circulación. Por último, reyes y corte frecuentaban sus jardines privados, que debían estar próximos al núcleo habitacional.
Martín Périz resolvió el mejor modo de disponer todos esos componentes en el trazado urbano de Olite, localidad que el rey había elegido para pasar la mayor parte de su tiempo. Allí existía un edificio previo de planta rectangular, patio, al menos una gran sala y torres en las esquinas. Es el llamado Palacio Viejo, actualmente ocupado por el Parador Nacional. Las posibilidades de ampliación del recinto venían limitadas por la iglesia de Santa María y la escasez e irregularidad de los solares. El palacio fue creciendo poco a poco, sin que existiera desde el principio un proyecto integral que previera todo lo que se fue edificando durante tres décadas.
Un arquitecto ingenioso
La dinámica constructiva se basó en la adición de torres conforme el rey las iba solicitando, siguiendo el eje de la antigua muralla de la localidad y ocupando los espacios contiguos que por ley tenían que estar vacíos. El arquitecto adaptó el tamaño, forma y distribución de cada torre al uso para el que fue destinada.
Nos detendremos, como ejemplo, en las tres torres edificadas a partir de 1402 que constituyeron el núcleo del palacio: la Gran Torre, la Torre Nueva y la de la Vit, que aloja la principal escalera de caracol. Su planta noble está formada por salas dotadas de grandes chimeneas, miradores con bancos de piedra y ventanas secundarias que favorecían la iluminación sin permitir que desde el exterior observaran lo que ocurría dentro. Martín Périz se las ingenió para optimizar las posibilidades de circulación mediante la apertura de numerosas puertas y, en ocasiones, pasajes intramurales. Así, desde la sala de la Torre Nueva, a la que se llegaba por la escalera, era posible acceder a la amplia sala aneja, en el interior de la Gran Torre, también a un retrait o estancia privada, a la galería con delicada arquería asomada al jardín, a las galerías orientales y, más tarde, al jardín elevado. La conexión con cualquiera de esos espacios podía cerrarse sin que ello afectara al resto de comunicaciones.
Yuxtaposición de torres, sencillez estructural y esplendor ornamental son las constantes del palacio erigido por Martín Périz. También, la facilidad para reorganizar los espacios en función de la voluntad del monarca. Desde el principio encontramos grandes arcos de muro a muro que soportan galerías o adecuan la forma y dimensiones de las estancias. Esta manera de lanzar arcos de piedra constituye el germen de dispositivos únicos, como el jardín elevado sobre enormes arcos muy próximos unos a otros. Me gusta pensar que estas soluciones ingeniosas fueron aportadas por Martín Périz para materializar las apetencias residenciales del rey.
La documentación acredita su intervención personal en obras delicadas, como las ventanas de la torre “de las Tres Grandes Finiestras” (1413-1414), por las que cobró 614 libras. Pagos concretos lo vinculan, asimismo, con la edificación de arcos en el jardín y la galería en la torre del vigía. En la segunda década del siglo XV, las labores de escultura más delicadas del palacio (ventanales, fuentes, cenadores, etc.) fueron confiadas a escultores especializados de origen extranjero, como Johan Lome y sus colaboradores, quienes labraron en Olite el sepulcro de Carlos III y su esposa Leonor de Castilla, luego trasladado a la catedral de Pamplona. Por ejemplo, está documentada la intervención de ultrapirenaicos en las refinadas ventanas de la fachada principal del actual Parador. Por esa razón, imaginamos que algunas soluciones arquitectónicas de cierta complejidad, como las trompas romboidales que sustentan torrecillas o el pasaje en esviaje practicado junto al jardín elevado, fueron realizadas por artistas como Pedro Jalopa, quien más tarde sería contratado en las catedrales de Huesca, Toledo y Palencia.
Administrador con talento
Además de sus habilidades técnicas, Martín Périz mostró una excepcional capacidad como administrador de grandes empresas constructivas, que no se paralizaban en los largos periodos en que el soberano viajó a París (1397-1398, 1403-1406 y 1408-1411). Estos viajes fueron fuente de inspiración para Carlos III, quien vio la conveniencia de que sus artistas conocieran con sus propios ojos lo que él admiraba a fin de poder reproducirlo en Navarra. De este modo, Martín Périz fue llamado a París en 1405, adonde acudió en compañía del mazonero Juan de Lerga y el carpintero moro tudelano Lope Barbicano. Como decíamos, las obras no se interrumpían cuando el rey faltaba, razón por la que a su vuelta era preciso ajustar cuentas. Como premio por la satisfacción del soberano ante el progreso de las obras, Martín recibió en 1411 la astronómica cantidad de 400 libras. Pero esa cifra no saldaba las deudas. En 1410 se le debían 1.700 libras por labores ya ejecutadas y en 1411 nada menos que 5.779 libras.
Cómo se las ingeniaba para manejar esas cantidades es algo que desconocemos. Ya hemos visto que su remuneración anual como maestro de obras del reino no llegaba ni al 1% de la última cifra. Lo que sí sabemos es que su bienestar económico permitió al maestro adquirir el derecho a disfrutar de capilla funeraria propia en una de las iglesias más importantes de Estella, San Miguel, para la cual encargó dos retablos pintados, algo solo al alcance de personas con recursos muy abundantes.
Por otra parte, su relación con Carlos III funcionó como un ascensor social para la familia. Uno de sus hijos fue procurador fiscal y notario; un nieto, miembro del Consejo Real; y un biznieto, Juan López Vélaz de Eulate, prior de la Orden de San Juan de Jerusalén.
No hay duda de que estamos ante un personaje que supo hacer muy bien su trabajo y sacar partido de las circunstancias, un artista único en su tiempo, capaz de liderar la construcción de obras singulares que siguen despertando admiración.