Los dos factores más relevantes en el desarrollo de la obesidad son la sobreingesta y el sedentarismo. La densidad energética varía según los alimentos, pero todos aquéllos con contenido calórico alto o bajo tienen la capacidad de favorecer la ganancia de peso si se ingieren en una cantidad excesiva.

En la prevención y tratamiento de la obesidad son preferibles la educación nutricional y la promoción de la actividad física a la utilización de tasas sobre los alimentos con más densidad energética. Algunos tipos de grasas, saturadas o trans, perjudican la salud cardiovascular, en contraposición a otras, como las monoinsaturadas, que no lo hacen, por lo que se han creado tasas antisaturadas. En este sentido, hay varios estudios que correlacionan un aumento del precio de algunos alimentos con una disminución de su consumo, si bien es razonable pensar que, por ejemplo, una tasa antitrans tendrá más efecto en los países donde su consumo sea más elevado.

España no consume tanta grasa trans como otros países europeos no mediterráneos y, por tanto, cabe esperar que este impuesto tuviera menos impacto en la salud poblacional. Además, el consumo está influido por factores como el hábito y gustos del consumidor, la presencia de alternativas a ese producto en el mercado o su precio en relación a los ingresos del comprador, lo que hace más complejo obtener una previsión de la efectividad de la tasa. Las alternativas son diversas: formar a la gente sobre una dieta saludable y evitar la difusión de dietas inadecuadas, conseguir un etiquetado de alimentos comprensible y regular su publicidad, abaratar el precio de aquéllos con un perfil nutricional más favorable, promover la investigación y desarrollo de alimentos alternativos más saludables y reconocer el esfuerzo de las empresas que así lo hagan.