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Una Iglesia unida y en diálogo: perspectivas sobre el pontificado de León XIV

El cardenal Robert Francis Prevost Martínez ha sido elegido Papa con el nombre de León XIV, en un momento clave para la Iglesia y el mundo. Conversamos con Lluis Clavell, sacerdote y filósofo, sobre los principales desafíos del nuevo pontificado y las claves que marcarán su estilo de gobierno.

28 | 05 | 2024

El pasado 8 de mayo fue elegido el nuevo papa. El cardenal Robert Francis Prevost Martínez (Chicago, 1955) ha asumido el pontificado con el nombre de León XIV. La elección fue recibida con entusiasmo por decenas de miles de personas que llenaron la plaza de San Pedro y sus alrededores, en un ambiente de alegría colectiva que estalló con la aparición de la tradicional fumata blanca.

En su primer mensaje desde el balcón central de la basílica vaticana, León XIV hizo un llamado claro a la unidad y a la misión: “Construir puentes con el diálogo, con el encuentro, llevándonos a todos a ser un solo pueblo siempre en paz”. A los cardenales les instó a “caminar como una Iglesia unida, buscando siempre la paz y la justicia, buscando siempre trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo a anunciar el Evangelio, a ser misioneros”.

¿Qué puede anticiparse del nuevo pontificado? ¿Qué desafíos esperan al nuevo sucesor de Pedro? Para profundizar en estas cuestiones, conversamos con Lluis Clavell, sacerdote, filósofo y profesor universitario. Ha sido rector de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, consultor de varios dicasterios de la Santa Sede y miembro del Consejo directivo de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino. Con una trayectoria marcada por la reflexión filosófica y el servicio eclesial, comparte en esta entrevista su visión sobre el momento que vive la Iglesia y las claves del pontificado que comienza.

¿Cuáles diría usted que son los principales desafíos que afronta León XIV al asumir el pontificado?

Creo que pueden existir diversas perspectivas al respecto. Desde mi punto de vista, hay algunos desafíos que vale la pena señalar. Seguramente haya más, pero estos me parecen los principales.

Uno de los grandes retos es la tensión y división que existe actualmente en el mundo, y que, inevitablemente, se refleja también en la Iglesia. Ya en sus primeras intervenciones se percibe que el Papa quiere ser un factor de unidad, y eso me parece fundamental.

En segundo lugar, esa división no es sólo ideológica, sino también doctrinal y teológica. Y creo que el Papa lo ha percibido con claridad; por eso insiste tanto en la centralidad de Cristo como punto de encuentro.

Otro desafío importante es el de las vocaciones: sacerdotales, religiosas y, en general, a una vida consagrada. En ese sentido, su mensaje a los jóvenes me ha parecido muy potente y esperanzador.

De forma más específica, también hay un reto en el ámbito del derecho de la Iglesia. Llevábamos años en los que, quizá, se lo había visto de forma muy técnica o legalista, lo que puede dificultar su comprensión como una verdadera expresión de justicia. El hecho de que el Papa tenga un doctorado en Derecho Canónico puede ayudar a impulsar reformas, por ejemplo en la curia romana, siempre respetando la colegialidad, que es un principio esencial.

En definitiva, me parece que uno de los grandes desafíos será lograr un equilibrio entre justicia y comunión, entre norma y pastoral.

El nuevo pontífice tiene una amplia formación intelectual, una sobresaliente experiencia pastoral y una considerable cercanía con todos. ¿Destacaría alguna de estas facetas sobre las demás?

No destacaría una faceta por encima de las demás. Mi impresión —y creo que es compartida por muchas personas— es que estamos ante una figura con una formación muy completa y equilibrada. 

Al conocer su trayectoria, se percibe una combinación muy interesante: tiene una sólida formación intelectual, que abarca no sólo filosofía, teología y derecho de la Iglesia, sino también matemáticas. Todo eso, creo, le da una perspectiva muy rica.

En un momento como el actual, en el que vivimos una gran fragmentación del saber, esa amplitud y equilibrio formativo pueden ser especialmente valiosos. Me parece que es algo que puede aportar mucho.

¿Qué desafíos culturales considera más urgentes para la Iglesia, y qué papel cree que puede desempeñar el nuevo Papa ante ellos?

En Europa estamos atravesando un momento bastante difícil. Desde mi perspectiva, más que hablar de la cultura woke, prefiero referirme a lo que considero los frutos más extremos —y a veces más problemáticos— de la revolución estudiantil del 68, que fue, en el fondo, una revolución antropológica. 

El desafío está en superar esa herencia no con una nostalgia por el pasado, sino con una propuesta renovadora, que conserve lo esencial y mejore lo que sea necesario. Me parece que el nuevo Papa tiene esa sensibilidad y esa inteligencia. 

En estos días he leído, por ejemplo, su discurso al cuerpo diplomático, y me ha parecido magnífico, especialmente en lo que respecta a la justicia. También ha hablado sobre la familia —un tema que me interesa particularmente— y me parece que sus palabras abren horizontes esperanzadores. Todo eso, creo, puede ser muy valioso para la Iglesia y para el mundo. 

 

En su primer discurso León XIV hizo énfasis en la paz. ¿Cómo puede la Iglesia contribuir a la paz en el mundo de hoy?

Creo que, ante todo, la Iglesia puede contribuir intentando unir, favoreciendo la reconciliación. Eso ya se ha notado claramente en las primeras intervenciones del Papa, desde el mismo día de la fumata blanca.

Vivimos un momento de gran pesimismo a nivel global, y me parece importante escuchar lo que el Papa dice para ver si ofrece alguna luz o esperanza en este campo.

Además, considero que es un hombre cuya trayectoria de vida es muy rica: es hijo de inmigrantes, nació en Estados Unidos, se nacionalizó peruano y tiene raíces agustinianas. Creo que estas experiencias influyen en su forma de gobernar la Iglesia y en su estilo de liderazgo.

Su lenguaje es profundamente conciliador, orientado a la unidad y a la paz, evitando confrontaciones estériles. Al mismo tiempo, no duda en expresar con serenidad y claridad lo que Cristo ha venido a traer. La referencia a Cristo ha sido fuerte y clara en sus primeras palabras.

Una de las claves del pontificado de Francisco fue la sinodalidad. ¿Qué transformaciones piensa usted que ha producido en la vida eclesial? De otro lado, ¿cree que León XIV dará continuidad a ese camino sinodal o marcará una dirección distinta?

Como filósofo tuve la fortuna de participar en uno de los sínodos sobre la familia, y después participé en un pequeño grupo de estudio sobre la sinodalidad. Mi contribución consistió en analizar qué elementos de colegialidad ya estaban presentes en el Código de Derecho Canónico vigente. Aunque no soy jurista, identifiqué diversos órganos colegiados que existen a distintos niveles de la vida eclesial y presenté una reflexión sobre ello.

Personalmente, tiendo a ver la sinodalidad desde la perspectiva de la colegialidad, quizá también porque durante mi juventud escuché muchas veces a san Josemaría hablar de la importancia del gobierno colegial en la Iglesia y en el Opus Dei. Él, por ejemplo, eliminó la figura del director propietario precisamente para fomentar esa visión colegiada del gobierno. Esa idea me marcó desde muy joven, y la viví también durante mi etapa como rector universitario: me apoyaba mucho en el consejo y las decisiones se tomaban de forma colegiada.

Por eso, me parece que la colegialidad es un estilo de gobierno muy valioso, y sería deseable que la sinodalidad caminara en esa misma dirección. Creo que todavía hay camino por recorrer, ya que en muchos lugares no se ha vivido plenamente esta dimensión. Sin embargo, por lo que he visto hasta ahora, el nuevo Papa tiene una sensibilidad especial para estas cuestiones, también porque conoce bien el derecho, y eso le permitirá concretar cómo aplicar mejor la sinodalidad en el gobierno de la Iglesia.

Mencionaba recién a san Josemaría. En el actual contexto eclesial, hay alguna enseñanza de él especialmente valiosa para el servicio al Papa y a la Iglesia?

Creo que hay ejemplos muy concretos de san Josemaría que hoy siguen siendo especialmente valiosos. Todos conocemos su enseñanza clara de servir a la Iglesia como quiere ser servida, y de tener al Papa siempre en primer lugar. 

Tuve la oportunidad de ver de cerca cómo vivió el sufrimiento durante lo que a veces se llama la crisis posconciliar, que abarcaba muchos ámbitos: desde lo litúrgico hasta lo formativo. Sufría mucho, pero nunca criticaba. Su respuesta fue formar muy bien a quienes dependían de él, y tomar a veces decisiones que no eran populares, pero necesarias.

Recuerdo que hablaba de cómo, en una epidemia, un médico o una autoridad pueden verse obligados a tomar medidas excepcionales, que en tiempos normales no serían adecuadas. Y que, una vez superada la epidemia, esas medidas también deben cesar. San Josemaría tuvo que tomar algunas de esas decisiones en momentos difíciles.

También recuerdo muy vivamente un episodio en Roma: apareció en la calle un cartel ofensivo que comparaba al Papa Pablo VI con Mao. A él le dolió profundamente. Y al día siguiente, en uno de esos encuentros de los domingos por la mañana, nos pidió a todos rezar un Avemaría ante una imagen de la Virgen, como desagravio por esa ofensa al Santo Padre. Fue un gesto sencillo, pero lleno de amor a la Iglesia.

Y otra cosa que siempre me impresionó fue su rechazo total a murmurar o dividir. Incluso cuando llegaron reacciones encontradas a algunas encíclicas de Juan XXIII, san Josemaría fue siempre firme en no alimentar críticas ni divisiones. Para mí, sigue siendo un ejemplo de unidad, fidelidad y servicio.

Finalmente, como filósofo, ¿qué esperanzas personales tiene respecto al pontificado de León XIV?

Una de mis principales esperanzas tiene que ver con el derecho. Me parece fundamental. Otro aspecto importante es el de la formación doctrinal, entendida con una visión amplia. La teología no es una ciencia experimental, pero necesita estar en contacto con la filosofía y con la vida real de las personas. En este sentido, el nuevo pontificado puede ser una ocasión muy buena para fomentar una integración más profunda entre los distintos saberes.

Algo que me preocupa —y en lo que pienso con frecuencia desde hace años— es la fragmentación del saber, que se percibe en muchas universidades. Espero que el pontificado de León XIV contribuya a sanar esa fragmentación, y ayude a cultivar una cultura intelectual más unificada, más abierta al diálogo entre disciplinas y más cercana a la vida de las personas.

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