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"Habría que valorar el trabajo de los padres y madres de familia e introducirlo en el sistema de solidaridad general en forma de derechos"

Entrevista a Antonio Moreno Almárcegui, profesor titular de Historia de la Economía y miembro del comité de expertos de la Jornada Interdisciplinar sobre la Familia

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FOTO: Manuel Castells

Antonio Moreno Almárcegui, profesor titular de Historia de la Economía en la Universidad de Navarra, es miembro del comité de expertos de la Jornada interdisciplinar 'Familia y sociedad en el siglo XXI', que coordina el Instituto Cultura y Sociedad por iniciativa del Vicerrectorado de Investigación. En esta entrevista habla sobre la familia desde la perspectiva de la Economía y repasa cuestiones como el Estado de Bienestar, la solidaridad entre generaciones y la conciliación.

¿Qué relación guarda la institución de la familia con el Estado de Bienestar y el bien común?

Por un lado, la sociedad de modo natural se compone de generaciones. Su supervivencia depende naturalmente de la solidaridad entre esas generaciones, lo que implica la solidaridad entre los miembros de una generación: entre otras, entre maridos y mujeres. A largo plazo, y dada la naturaleza del hombre, el crecimiento y desarrollo de la sociedad depende de ese sistema de solidaridad entre generaciones.

Desde la II Guerra mundial, y especialmente en Europa, el desarrollo del Estado de Bienestar se ha intervenido en esa solidaridad intergeneracional y al hacerlo ha distorsionado la solidaridad intrageneracional.

¿En qué sentido?

El Estado de bienestar forma parte de ese mecanismo de solidaridad intergeneracional. Como tal: a) es un mecanismo de solidaridad entre trabajadores; b) hace del trabajo el fundamento de la identidad personal y del reconocimiento ante la comunidad.

El problema es que, a la hora de decidir derechos, el estado de Bienestar solo tiene en cuenta el trabajo de mercado -hablo de derechos sociales-, e ignora el trabajo gratuito de las familias, los padres y las madres. Sin embargo, el estado de Bienestar sí se aprovecha del trabajo de los padres y madres de familia: las nuevas generaciones que las familias sacan adelante. Así, los padres contribuyen con su trabajo familiar y el Estado no reconoce esa aportación decisiva al funcionamiento del sistema en forma de derechos equiparables a los del trabajo de mercado.

¿Qué consecuencias ha tenido esto?

Ha hecho que la paternidad y la maternidad -fundamento último de todo el sistema- queden sin derechos sociales y sin reconocimiento público ante la comunidad de su trabajo como sostén del sistema.

¿Propone alguna solución?

Valorar el trabajo de los padres y madres de familia e introducirlo en el sistema de solidaridad general en forma de derechos, de tal forma que cada obligación tenga ante el sistema su correspondiente derecho.

¿Cómo ha influido la institución de la familia en la prosperidad de Occidente?

Los especialistas dicen que la familia Occidental se distingue por ser una familia conyugal, centrada en el hijo. ¿Qué quieren decir?

En la cultura cristiana occidental se desarrolló un tipo de matrimonio -que algunos llaman tradicional, pero que en realidad es muy reciente históricamente- en cierto sentido paradójico: por un lado, el matrimonio funda una relación fuerte que hace a los esposos iguales entre sí; pero al mismo tiempo, la fortaleza de la unión favoreció que cada esposo se especializara en tareas muy distintas: los padres en las tareas extra-domésticas, más públicas, y las madres en la atención de la casa, los hijos y, en general, la atención a las personas débiles (ancianos, vecinos…), contribuyendo a la creación de un tejido social. Hacía del matrimonio y la familia un centro de sociabilidad (fiestas familiares, vacaciones…) desde donde se irradiaba al resto de familias compañía, consuelo, formación...

La razón de ser de ese matrimonio es que es el más eficaz… para el bienestar de los hijos: la especialización permite que, a mismo trabajo, los hijos reciban más. Es el que permite invertir del modo más eficaz en la formación de la siguiente generación y su aspiración más profunda es que "mis hijos lleguen a estar mejor que yo". Los hijos pasan así por encima de los intereses de los padres de modo natural, y los padres ven en la realización de los hijos la culminación de su propia vida: la realización de su virilidad y feminidad. 

Esa familia conyugal centrada en el hijo es la razón del éxito de Occidente, de su crecimiento a largo plazo. 

¿Cómo influyó la introducción del divorcio?

Al hacer el vínculo disoluble, genera incertidumbre e impide la especialización de los padres. La solidaridad marido-mujer y la solidaridad entre generaciones van de la mano. Y eso es lo que daba fundamento al sistema familiar Occidental. 

¿Qué relación guarda todo esto con el debate en torno a la conciliación?

Creo que toda la centralidad del debate en los temas de conciliación -que en la práctica reducen a la mínima expresión la especialización paternal y maternal de tareas (todos tienen que hacer todo)- deriva de una sociedad en la que ha desaparecido del horizonte vital la indisolubilidad del matrimonio (ya no se espera), la existencia de un ‘nosotros' y de un ‘nuestro' que está por encima de los intereses personales. Creo que hoy día el clima que rodea los temas de conciliación reflejan una visión profundamente individualista del matrimonio. 

Por supuesto no estoy diciendo que la mujer no debe trabajar fuera de casa, sino que la conciliación no puede ser el ÚNICO modelo de familia y matrimonio. En concreto, creo que es necesario decir que la maternidad por sí misma justifica una vida. 

 

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