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Un tardío ejemplo de evisceración: el obispo Castorena y Ursúa


FotoCedida/Detalle de la inscripción del retrato del obispo Castorena, en el Museo Nacional del Virreinato de México, por Nicolás Rodríguez Juárez.

Durante la Edad Media, se extendió la creencia de que los cuerpos de los enterrados dentro de las iglesias se beneficiaban más de los oficios litúrgicos que se celebraban en ellas y, por tanto, alcanzaban antes el perdón divino. Es por ello por lo que las sepulturas más cercanas al altar tenían más valor que las que estaban más alejadas. Destacados personajes dejaron ordenado, por vía testamentaria, el envío de sus vísceras a los santuarios de su devoción, como muestra el corazón de Carlos II en Ujué. Como es sabido, el monarca, siguiendo la tradición de los Capetos, ordenó que su cuerpo fuese eviscerado y que sus entrañas se depositasen en diferentes santuarios. Su corazón llegó al santuario en enero de 1387. En 1404, Carlos III mandó hacer una caja de madera de roble para conservar la víscera.

El subprior de Roncesvalles anotaba, a comienzos del siglo XVII: “advierto aquí una antigüedad: que los reyes de Francia y Navarra y otros muchos príncipes guardaban una costumbre y era que, en acabando de morir embalsamaban los cuerpos, mayormente cuando se había de llevar lejos a enterrar y hacían repartición del corazón y entrañas, llevándolas a las iglesias que el difunto tuvo más devoción…, en las cuales se celebraban misas y otros sufragios por las ánimas el día que se trasladaban o depositaban”. Incluye, entre otros ejemplos, lo sucedido con la reina doña Juana, mujer de Carlos II, fallecida en 1374, enterrada en Saint Denis, cuyo corazón fue a la seo pamplonesa y sus entrañas a Roncesvalles.


Retrato del obispo Castorena en el Museo Nacional del Virreinato de México, por Nicolás Rodríguez Juárez. Fuente.

El caso del obispo Castorena y Ursúa, en pleno siglo XVIII

Don Ignacio de Castorena y Ursúa (1677-1733) era hijo del capitán don Juan Castorena Ursúa y Goyeneche, capitán y mercader natural de Baztán, nació en Zacatecas, se ordenó sacerdote y se doctoró en cánones en la Universidad de México, en donde también impartió clases y fue rector. Viajó a España para estudiar teología en Ávila. A su regreso llegó a ser calificador de la inquisición, examinador sinodal, provisor y vicario del arzobispado de México y obispo de Yucatán, desde 1729. A sus múltiples obras de caridad hay que sumar su faceta de escritor y la publicación, en 1720, del primer periódico novohispano, la Gazeta de México, que aparecía una vez al mes y contenía noticias religiosas, comerciales y marítimas, además de una sección fija de reseñas de libros. Entre sus obras se cuentan títulos relativos a san Ignacio de Loyola o san Felipe Neri, pero, sobre todo destaca el libro Fama y Obras Póstumas de sor Juana Inés de la Cruz, impreso en Madrid, en 1700. Gracias a esta publicación se conoce la obra que sor Juana tenía inédita cuando fue condenada a destruir sus escritos.

Desde 1718 se documentan diversos legados suyos a favor del convento de Concepcionistas de Ágreda, fundado por la famosa sor María Jesús de Ágreda, por la que Castorena sentía admiración y devoción. Entre las dávivas destacan cantidades en metálico, dinero para hacer un atril y chocolate para las religiosas, un “Niño Jesús en una cama de plata de martillo, con los remates sobredorados”, un lienzo de la Virgen de Guadalupe, así como 2.000 pesos para una fundación de misas y dotación de su capellán. En una carta, fechada, en México en abril de 1721, se refiere a sor María como “prodigiosa y singular doctora”, a la vez que pide reliquias y promete una gran suma de dinero para su beatificación. En la misma misiva agrega: “he solicitado con todas mis fuerzas la extensión de sus doctrinas y culto de su autora entre los fieles de estos reinos, en las cátedras y púlpitos y a su obsequio he dedicado un colegio de doncellas honestas que se erigió a mi devoción”.


Novena a la Dolorosa de los mil ángeles con meditaciones dispuesta por el obispo Castorena, México, 1720

En 1731 redactó un testamento, ordenando otra fundación en el convento de Ágreda, consistente en un aniversario con misa cantada, vigilia y responso y otras veinticinco misas por su alma. Sin embargo, lo más sorprendente de ese documento es la cláusula, en la que disponía: “Iten ordeno que mi última y deliberada voluntad, que abierto mi cuerpo, el corazón, lengua y cerebro superior o los sesos, por ser las oficinas y organización en que el alma unida al cuerpo  ejercita sus pensamientos, palabras y obras, se ponga con separación en un cajoncito de plomo, dentro de otro de madera, y se remita al convento de religiosas de la Purísima Concepción de la villa de Ágreda para que…. lo haga sepultar junto al de la Venerable María de Jesús…, para que por su intercesión y de sus religiosas sean perdonadas mis culpas y las penas debidas por ellas y que yo he cometido por pensamientos, palabras y obras y cuando se haya de remitir, se remitan también cuatrocientos pesos que se saquen y segreguen de mis bienes”.

No deja de llamar la atención en un hombre del siglo XVIII, con una intensa vida cultural e intelectual, volviese por razones de índole mística, a ordenar aquellas evisceraciones. Sin duda, en su personalidad se daban cita algo que, actualmente contemplaríamos como una cara y una cruz, pero que aquel hombre del Siglo de las Luces, sentía en una unidad ex toto corde. Al respecto, podemos recordar que otro ilustre baztanés, don Juan de Goyeneche, encomendó en su testamento (1730) como la pieza que más se había de cuidar, el manuscrito del primer tomo de la Mística Ciudad de Dios de la Madre Ágreda. Quizás es lo último que un hombre del siglo XXI podría esperar en las disposiciones testamentarias del famoso novator y protagonista de la excelente monografía de la profesora Blasco Esquivias titulada Nuevo Baztán. La utopía colbertista de Juan de Goyeneche (Madrid, Cátedra, 2019).


Grabado de la Dolorosa y los mil ángeles de la Congregación de la Buena muerte

Para saber más

FERNÁNDEZ GRACIA, R.: Arte, Devoción y Política. La promoción de las artes en torno a sor María de Ágreda Soria, 2002 e Iconografía de sor María de Ágreda, Imágenes para la mística y la escritora en el contexto del maravillosismo del Barroco, Pamplona, Comité organizador del IV Centenario de sor María Jesús de Ágreda, 2003.

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