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Basílica de San Ignacio de Loyola

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El primitivo retablo: una pieza itinerante

Para la inauguración del edificio era imprescindible un retablo, que fue el que los jesuitas retiraron de su iglesia, justamente en 1690, cuando se encargó uno nuevo a Francisco San Juan.

El antiguo retablo, realizado hacia 1630-1635, se trasladó a la basílica. Al hacer el nuevo para esta última (1727), se vendió a la localidad de Azoz, en donde se conserva, con un interesante ciclo ignaciano de pinturas basado en grabados de la vida del santo, del padre Pedro de Ribadeneyra, editada en Amberes en 1610. Las escenas representadas se habían dado a conocer en libros, grabados y en la oratoria desde comienzos del siglo XVII, en pleno periodo de “construcción” de santidad de Ignacio de Loyola. Las cuatro pinturas de tema ignaciano del retablo constituyen hoy en día el único ciclo dedicado al santo en Navarra, algo que no nos debe extrañar por haber presidido el colegio y la basílica de Pamplona. Tres de ellas son copias de la obra de Ribadeneyra (Pedro de Ribadeneyra, S.J., Vita Sancti Patri Ignatii Loyolae, Religionis Societatis Iesu Fundatoris, Antwerp, apud Ioannem Gallaeum (1600-1676), 1610). Así, encontramos al santo sumergido en las aguas para lograr la conversión de un pecador que camina por el puente, la aparición de Cristo a san Ignacio y la visión de la Virgen. La visión del ahorcado en Barcelona, al que salvó, tiene otra fuente iconográfica. Las cuatro escenas, siguiendo la pedagogía jesuítica que combina la imagen con la palabra, contienen inscripciones de la época que identifican los diferentes temas.

Respecto a la presencia de la imagen de Santa María la Mayor de Roma en el retablo, debemos recordar que san Francisco de Borja defendió su culto por su carácter milagroso, tomándola como punto de apoyo para sus meditaciones y predicaciones. Con el permiso del papa Pío V, Borja ordenó realizar una copia, bajo la supervisión del cardenal Borromeo, que a su vez se copiaría muchísimas veces para enviar a distintos lugares del mundo, entendiendo que con aquellos simulacros se extendía el poder espiritual del original.

Sobre el pintor de los lienzos, podemos aventurar la autoría del guipuzcoano Esteban de Iriarte que, en 1632, declaraba que se tenía que ausentar de Guipúzcoa para trabajar en Pamplona en un poder y cesión a las Clarisas de Tolosa sobre nueve cuadros que había pintado en San Francisco de Zarauz. Como es sabido, Esteban de Iriarte fue el padre de Ignacio de Iriarte (Azcoitia, 1621-Sevilla, 1670), especializado en pintura de paisaje, residente en Sevilla y considerado como uno de los artistas guipuzcoanos que mayor fama alcanzó fuera de su tierra.

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aula_abierta_itinerarios_32_bibliografia

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