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Basílica de San Ignacio de Loyola

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El nuevo retablo y su frontal

Poco más tarde, hacia 1726-1727, se realizó el retablo, que destaca por su decorativismo y sus soportes: estípites tan poco utilizados en el taller pamplonés y las columnas de fuste liso con guirnaldas que, por aquellos años, se abrían paso en el retablo navarro. La imagen titular es de gran calidad. El santo aparece con sotana y manteo, sosteniendo las Constituciones de la Compañía, y el sol, que nos recuerda lo que el santo escribió en su Autobiografía: “Veía a Cristo como al sol, especialmente cuando estaba tratando cosas importantes”. La escultura es de la tercera década del siglo XVII y procede, sin duda, de Valladolid, desde donde los jesuitas trajeron diversas imágenes a su colegio pamplonés. Sigue el tipo del escultor Gregorio Fernández y es copia de la que el citado escultor hizo en 1614 para el colegio de Vergara.

En cuanto al autor, no deberíamos de perder de vista uno de los talleres pamploneses más afamados en aquellas décadas del siglo XVIII: el taller de José Coral, artista valenciano establecido en la capital navarra desde 1717 hasta su muerte en 1753 y autor de los retablos mayores de Huarte Araquil y Ciáurriz y del Rosario de Larraga.

En cuanto al promotor, debemos recordar al duque de Granada de Ega y conde de Javier, don Antonio de Idiáquez, que emprendió en la primera mitad del siglo XVIII la renovación de sus iglesias de patronato con la realización de varios retablos. También lo hizo en la abadía de Javier y en los retablos de las capillas del Santo Cristo de los Milagros en la Merced de Pamplona (1750) y de San Pedro Mártir en los Dominicos de la misma ciudad (1743-1750). Estos dos últimos retablos fueron encargados por el duque al mencionado José Coral en 1750. No cabe duda alguna que el noble deseó proyectar su imagen en todos aquellos espacios religiosos, dejando claras sus muestras de munificencia y sus devociones. Aunque el patronato de la basílica no le correspondía, sí que favoreció el culto al santo cuanto pudo y dotó la fiesta de la caída del santo, años más tarde, en 1754.

El frontal resulta excepcional en Navarra. Fue realizado en 1755 por los maestros que trabajaban en el santuario de Loyola, con jaspes y embutidos de Génova y Villabona. Costó 1.408 reales. Se trata de una de las contadas obras de mármoles incrustados, junto al frontal de Santa Ana de Tudela y el desaparecido mausoleo del marqués de Castelfuerte en los Dominicos de Pamplona, obras estas últimas de Juan Bautista Eizmendi.

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aula_abierta_itinerarios_32_bibliografia

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