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San Veremundo en su milenario

RICARDO FERNÁNDEZ GRACIA

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Remate de la fachada de ingreso a la iglesia del monasterio de Irache, presidido por la imagen de san Veremundo, c. 1700.
Remate de la fachada de ingreso a la iglesia del monasterio de Irache, presidido por la imagen de san Veremundo, c. 1700.

La figura histórica de san Veremundo presenta a un abad que gobernó el monasterio de Irache, con acierto, entre 1056 y c. 1093, posibilitando la adquisición de un rico patrimonio, en el tercer cuarto del siglo XI, bajo el reinado de su gran protector, el rey Sancho el de Peñalén (1054-1076). Este monarca expidió treinta y dos diplomas a favor del monasterio, mientras que sus predecesores lo hicieron en menor cantidad, concretamente, Sancho el Mayor (†1035) en una ocasión y García el de Nájera (1035-1054) en cuatro. Tierras de cereal, viñas, molinos, pequeños monasterios, bosques y huertos pasaron a pertenecer al dominio monástico. La edición del cartulario de Irache por José María Lacarra en 1964 (reeditada en 1986), así como el estudio de Ernesto García Fernández (1989) sobre el señorío del monasterio entre 958 y 1537, son obras fundamentales para comprender lo que significó aquella casa en la Navarra medieval y el salto cuantitativo que tuvo a partir de mediados del siglo XI.

En tiempo de san Veremundo, estaba recién introducida la regla benedictina en el monasterio, registrándose por primera vez en 1033 y confirmándose en la permuta del rey García de Nájera y el abad Munio de 1045, en la que hace constar que los monjes servían a Dios bajo la regla de san Benito. Desde esos momentos, la trayectoria de Irache fue creciendo hasta convertirse en el segundo monasterio de la diócesis de Pamplona.

La labor asistencial a los peregrinos es un aspecto a destacar en los tiempos de san Veremundo en Irache, ya que en 1054, el rey García el de Nájera fundó, a las puertas del monasterio, uno de los hospitales más antiguos del camino de Santiago, entregando un campo que había sido robredal para su sostenimiento. Su importancia debió de declinar muy pronto por la notabilidad que tomó el que se levantó en la ciudad de Estella.

Hasta aquí la síntesis de su figura histórica, pero la vida de los santos no finalizaba con su muerte. Como recuerda Teófanes Egido, después de dejar el mundo terrenal se iniciaba otra etapa decisiva en su historiografía: la de fabricación y recepción de su figura transfigurada. En este último capítulo, hay que recordar que cuanto conocemos acerca de su veneración, milagros e iconografía de san Veremundo procede de fuentes de los siglos de la Edad Moderna, coincidiendo con la pertenencia del monasterio a la Congregación de San Benito de Valladolid. Entre los abades que reivindicaron al santo como signo de identidad de Irache, o fueron protagonistas de hechos que impulsaron su culto, destacan fundamentalmente tres. El primero, fray Antonio de Comontes que, a raíz de su curación en 1583, ordenó trasladar los restos del santo a una arqueta de madera policromada realizada ad hoc a lo largo de los dos años siguientes. El segundo abad fue un navarro natural de Sada, fray Pedro de Úriz, que se convirtió en el motor para la fábrica de la capilla barroca, su retablo de resonancias cortesanas y una rica urna de plata para sus reliquias, actuaciones que intentó completar con la elevación y extensión de su fiesta, pidiéndolo a la Santa Sede, en un contexto en el que los copatronos san Fermín y san Francisco Javier parecían haber oscurecido o desplazado la figura de san Veremundo que, a su entender, merecía otra consideración por ser el único santo del Reino que había nacido y muerto en él, conservándose asimismo sus reliquias en Navarra. El tercero de los abades fue fray Miguel de Soto y Sandoval, abad entre 1761 y 1765, y profesor y cancelario en su universidad desde 1756. La publicación de un texto suyo sobre el santo vio dos ediciones en el siglo XVIII, en 1764 y 1788, en tiempos en los que las Cortes de Navarra solicitaron con éxito la extensión del culto al santo para todo el Reino de Navarra, por parte de Roma (1767), cuando habían pasado un par de décadas desde que el prelado pamplonés don Gaspar de Miranda y Argaiz lo hiciese para todo el obispado de Pamplona.

En esta exposición digital, junto a algunas piezas ligadas al santo y su memoria −singularmente hagiografías, imágenes y estampas, su desaparecida capilla, etc.−, hemos pretendido contribuir, de la mano de lo ya conocido y de otros muchos documentos, algunos inéditos, al conocimiento de lo que supuso su figura en el imaginario y en la conciencia colectiva de las gentes de Tierra Estella.

En las últimas décadas, la labor encomiable de la Asociación de Amigos del Monasterio de Irache en numerosas ocasiones ha posibilitado dar a conocer, a través de sus múltiples y didácticas actividades, aspectos de la vida y memoria del santo a lo largo de los siglos, patrocinando asimismo algunos facsímiles fundamentales para la historia de aquel histórico monasterio y su emblemático santo. A ellos va dedicada esta visita digital de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro.

Petición del abad de Irache para la extensión del culto a san Veremundo en 1657. Archivo General de Navarra.
Petición del abad de Irache para la extensión del culto a san Veremundo en 1657. Archivo General de Navarra.

El culto a san Veremundo fue extendiéndose mediante diversas autorizaciones por parte de los obispos de Pamplona y la Congregación de Ritos de Roma. En un primer momento, fue el monasterio el que le rindió culto, con misa propia si hemos de hacer caso a sus monjes, seguido de la Congregación de San Benito de Valladolid. A lo largo del siglo XVII se produjeron unos intentos para ampliar el ámbito de su fiesta que no fructificarían hasta 1745, cuando el obispo de Pamplona decretó, no sin contradicciones, la extensión de su fiesta para su obispado. Por fin, en 1767 se autorizó para todo el reino de Navarra, a instancias de las mismísimas Cortes del Reino.

Poco sabemos de la celebración antes del siglo XVI. El Leccionario de Irache, compuesto en 1547 o un poco más tarde, recoge en sus textos datos y milagros atribuidos al santo. En 1591 el papa Gregorio XIV concedió indulgencia plenaria por cinco años a todos los fieles que, confesados y comulgados, visitasen la iglesia del monasterio el día 8 de marzo, fiesta de san Veremundo. Similares privilegios papales, por distinto tiempo, se concedieron en 1614, 1646, 1704, 1712, 1745, 1763 y 1773.

Uno de los grandes valedores de su culto a comienzos del siglo XVII fue el benedictino y obispo de Pamplona fray Prudencio de Sandoval, que en 1614 mandó recoger testimonios sobre su nacimiento, fama de santidad, celebraciones y culto etc., informaciones que se guardaron con todo cuidado en el archivo de Irache y que pasaron, posteriormente, junto a varios Breves papales, al archivo parroquial de Arellano en donde se inventariaron en 1899 por su párroco Mamerto Urmeneta. Hoy no nos ha sido posible localizar esa importante documentación.

A la popularidad del santo no fueron ajenas las grandes rogativas con motivo de las pertinaces sequías, como ocurrió en 1650, cuando el abad de Irache dispuso una procesión extraordinaria hasta la Virgen de Rocamador de Estella, que finalizó con las lluvias deseadas, tras un gran periodo de larga sequía. En aquel año, según el testimonio del cardenal Aguirre, que vivió en Irache entre 1657 y 1661, por tanto muy próximo a aquellos sucesos: “no hubo en el Reino imagen de devoción, ni santuario alguno, a quien no acudiesen por remedio, pero el cielo se mostraba siempre árido y seco”. En 1664, refiere el citado cardenal que pueblos enteros y procesiones llegaron al templo con rigurosísimas penitencias, con hombres de toda condición “darse a media noche, apagadas las lámparas, crueles azotes, sonaban los sollozos, resonaban los suspiros y representaba a nuestros ojos una viva imagen de los ninivitas…”. Las reliquias del santo se volvieron a procesionar y se lograron las ansiadas lluvias.

No es ninguna casualidad, sino que obedecen a una causa concreta, las peticiones en pro del culto al santo que el clero de Navarra y la Diputación del Reino hicieron a Roma, a instancias del abad y monasterio de Irache, en 1657. En aquel año finalizó una guerra incruenta en Navarra entre partidarios de san Fermín y san Francisco Javier por el patronato de Navarra, con la salomónica decisión de Alejandro VII declarándolos a ambos copatronos. Desde Irache, sus monjes contemplaron cómo todo aquello podía dejar en un plano muy secundario a san Veremundo. El abad de aquel momento, el navarro fray Pedro de Úriz, hizo cuanto pudo entre 1654 y 1657 para que san Veremundo relumbrase con la construcción de su capilla, espléndidamente, con un sobresaliente retablo dorado y una urna de plata a la que se trasladaron sus venerandas reliquias. Como coronamiento de aquellos esfuerzos, trató de aumentar su culto argumentando siempre que era un santo navarro que, a diferencia de otros, había muerto en el reino y en él seguían sus restos, amén de otros motivos.

En abril de 1745 se decretó la extensión de su rezo para todo el Obispado de Pamplona por el obispo Miranda y Argaiz. El mencionado prelado tomó aquella determinación sin comunicar nada al cabildo catedralicio, que no se enteró de la decisión episcopal hasta que apareció en la gallofa de 1746.

En 1765 se produjo un paso más en la ampliación de su culto. Los abades de Irache y Fitero pidieron a las Cortes de Navarra, reunidas en Pamplona, que instasen a la Sagrada Congregación de Ritos para conseguir la extensión del culto a san Veremundo y san Raimundo de Fitero para todo el Reino de Navarra. La villa de Arellano estableció la novena al santo en aquel mismo año de 1765, con asistencia de sus autoridades municipales, en cuerpo de villa, con toda formalidad y puntualidad.

Unos años más tarde, la Diputación del Reino dio cuenta, en la siguiente reunión de las Cortes, en 1780, de cómo se había resuelto positivamente el mandato de las Cortes precedentes y ya estaban impresos los Oficios de ambos santos −Raimundo de Fitero y Veremundo de Irache− desde años atrás. Efectivamente, así se había hecho en mayo de 1767, cuando por un Breve de Clemente XIII se aprobó lo solicitado, extendiendo el culto a ambos abades para todo el Reino, como atestiguó don Manuel de la Canal, vicario general de la diócesis de Pamplona en julio de 1767.

Vida de san Veremundo por el abad fray Miguel de Soto Sandoval, Pamplona, Herederos de Martínez, 1764.
Vida de san Veremundo por el abad fray Miguel de Soto Sandoval, Pamplona, Herederos de Martínez, 1764.

A comienzos del siglo XVII, el famoso historiador de la orden benedictina fray Antonio de Yepes publicó, en Irache, los tres primeros tomos de su Coronica general de la orden de San Benito. En el volumen tercero (Nicolás Asiain, 1610), se refiere al santo como “honra de Navarra y lustre desta santa casa”, relatando su vida y milagros, aprovechando noticias de su archivo y del Leccionario del monasterio de 1547.

El conocimiento más universal de su figura se debió a la inclusión de su biografía en el tomo correspondiente a marzo de las Acta Sanctorum, en 1668, obra de los bolandos, grupo de escritores eclesiásticos, en su mayor parte jesuitas, asociados para depurar las vidas de los santos. Tomaron el nombre de Van Bolland (1596-1665) o Bolando, un hagiógrafo de la Compañía de Jesús. Los materiales relativos a san Veremundo fueron preparados por el futuro cardenal José Sáenz de Aguirre (Logroño, 1630 - Roma, 1699), que ingresó en la orden benedictina en 1630 en San Millán de la Cogolla y completó su formación en la Universidad de Irache, en la que obtuvo los grados de bachiller en artes y teología y explicó aquellas disciplinas entre 1657 y 1661.

En la segunda mitad del siglo XVIII, coincidiendo con las peticiones para la extensión de su culto a todo el reino de Navarra, el abad de Irache, fray Miguel de Soto Sandoval, editó en las prensas pamplonesas de los Herederos de Martínez −en realidad, de Miguel Antonio Domech− una Vida de San Veremundo (1764) acompañada de una estampa del santo con hábito benedictino, báculo y mitra a los pies, realizada por el grabador aragonés José Lamarca. La dedicatoria al Reino de Navarra, con su escudo grabado por el platero Beramendi y texto florido de Miguel Antonio Domech, son un alegato en favor del santo y su culto, con numerosas citas, entre ellas una al padre Moret, recordando que fue “el único hijo de Navarra que dejó su santo cuerpo en ella”. El prólogo es del autor del libro y en él señala su intención:

edificación de los fieles y para excitar la devoción de el santo… lo que me ha movido más a escribir esta Vida, es el saber que muchos de este ilustre Reino de Navarra no saben aún si hay san Veremundo en la Iglesia, siendo como es natural de su mismo país, en vida su protector especial y en muerte el único de los santos de Navarra, que para consuelo y refugio de sus paisanos, dejó aquí sus reliquias… Estas circunstancias cuya ignorancia haya sido causa para que de algún tiempo a esta parte se resfriase la devoción, viniendo a noticia de todos, harán que vuelvan los navarros a la fervorosa devoción que con este santo tuvieron sus mayores y que en recompensa alcancen por su intercesión los favores que ellos experimentaron.

Agotada la edición de 1764, se volvió a publicar en 1788 en la imprenta pamplonesa de Joaquín Domingo, sin la florida dedicatoria de Domech y sin el prólogo del autor del libro, sino del abad del monasterio fray Manuel de Hiebra. El padre Miguel de Soto, autor de aquella Vida de san Veremundo, fue abad de Irache entre 1761 y 1765, y profesor en su universidad desde 1756. Con anterioridad había impartido clases de teología en Salamanca. Después de dejar la dignidad abacial, siguió viviendo en el monasterio en calidad de catedrático jubilado. Según Ibarra, fue introducido por el padre Domingo Ibarreta, paleógrafo y profesor de Irache entre 1745-1749, y a partir de 1765 en el estudio de la diplomática junto a las escrituras de la abadía, lo que daría lugar a su monografía sobre el santo.

La biografía del abad Soto se volvió a publicar, tardíamente, en 1899, en una edición preparada por el culto sacerdote de Muniáin de la Solana, Pedro Velasco y Martínez de Arellano, fallecido en 1893 y gran erudito del tema, como prueban los textos que añadió al original, estudiando muchos materiales de distintos archivos y el culto al santo en Villatuerta, Arellano, Estella y otras localidades. Este concienzudo estudio sirvió para otros textos monográficos editados a lo largo del siglo XX. Citaremos algunos de ellos que aportaron con su investigación nuevas noticias: en primer lugar, el concienzudo trabajo de Miguel Imas, párroco de Arellano que anónimamente tituló Glorias Navarras. Homenaje a un navarro esclarecido. San Veremundo abad de Irache. Traslación 1926; y para lo referente a Villatuerta, destaca la monografía de Eduardo Ibáñez: Esbozo histórico de la villa y parroquia de Villatuerta, editado en 1930 con noticias interesantes para el culto al santo en aquella localidad.

Gozos a san Veremundo, Barcelona, Tipografía Católica, 1889. Foto: Biblioteca Nacional.
Gozos a san Veremundo, Barcelona, Tipografía Católica, 1889. Foto: Biblioteca Nacional.

La palabra ‘gozos’ procede del latín gaudium, que significa alegría. Como tales identificamos unos impresos de tamaño folio en los que se combina la imagen sagrada en distintos tipos de grabado, por lo general pequeñas xilografías, junto a unas composiciones versificadas para cantar en las festividades, en donde se recogen los hechos memorables, virtudes y milagros en todo tipo de calamidades, enfermedades, epidemias, guerras, sequías y plagas. Son un testimonio del peso de la imagen religiosa y devota en todos los niveles culturales, destinados al elogio y la exaltación de los iconos representados, generalmente la Virgen y los santos. Han tenido, hasta tiempos recientes, un gran predicamento en las iglesias catalanas y valencianas a lo largo de los siglos de la Edad Moderna hasta nuestros días, en donde se les conoce como goigs. Como señala Díez Borque, se trata de una asociación estructural de imagen y verso, en la que aquella no es un simple ornamento o ilustración de la poesía, sino que su relación con estribillos y coplas es profunda y meditada. Las grandes advocaciones marianas y los populares santos contaron en Navarra con sus propios gozos y letrillas que se incorporaron en sus novenarios. En cambio, su edición en impresos sueltos no es frecuente, como hemos puesto de manifiesto recientemente cuando hemos catalogado treinta y dos, entre los que se encuentran los de san Veremundo.

El siglo XIX supuso la salida de las reliquias del santo del monasterio, con los acuerdos, para su salvaguarda y veneración, entre las dos localidades que disputan su nacimiento, Villatuerta y Arellano, que las han ido compartiendo periódicamente. En 1889 se reeditó su vida con largos apéndices por Pedro Velasco y Martínez de Arellano, una vez que los escolapios se instalaron en Irache, en un momento que puede coincidir con la edición de los Gozos conservados en la Biblioteca Nacional, datados también en 1889, en la imprenta de Tipografía Católica de Barcelona. No faltaron en aquellos momentos novenarios con sus correspondientes Gozos, el primero editado en 1879 por el prior del Puy José María Arrastia, el mismo que encargó una escultura del santo a Barcelona en 1876 con destino al citado santuario del Puy. El segundo se editó a iniciativa de los escolapios en 1895 y el tercero figura en la reedición de la hagiografía de san Veremundo de Soto y Sandoval, reimpresa en varias ocasiones.

El impreso de los Gozos barcelonés de 1889 incorpora la imagen del santo benedictino, que sigue en lo fundamental el modelo iconográfico del grabado dieciochesco de José Lamarca, al que hemos aludido de 1764, con el santo con la cogulla negra benedictina, acompañado de las insignias abaciales del báculo y el pectoral. La letra de los Gozos no se corresponde con los primitivos del siglo XVIII publicados junto a la reedición de su vida de Soto y Sandoval, en 1788, ni con los de la novena más tardía de 1895, editada cuando los escolapios ya se habían hecho cargo del monasterio, especificándose que se cantaban al tiempo de la veneración de la reliquia del santo. En cambio, sí que coinciden con los que figuran en la novena del mencionado José María Arrastia, antes referida y editada en Pamplona por Sixto Díaz de Espada en 1879, uno de cuyos rarísimos ejemplares se custodia en la Fundación Universitaria Española. También, el novenario incorpora un sencillo grabado en madera del santo que copia la calcografía de José Lamarca y que ilustra la biografía del santo de 1764 antes aludida.

La fecha de edición en 1889 nos conduce a los prolegómenos de la apertura de su urna en Arellano, en un ambiente de exaltación, ya que los centenarios de su muerte tuvieron gran solemnidad en Villatuerta (1892) y Arellano (1899). El estribillo pide protección al santo para todo tipo de males y sus doce estrofas glosan su modo de ser, nacimiento disputado entre Villatuerta y Arellano, formación, virtudes, elección como abad, devoción mariana, aparición de la Virgen del Puy en su tiempo, curaciones, prodigios en beneficio de las cosechas, caridad, el milagro de la paloma y los hambrientos saciados, así como su tránsito glorioso. El texto está distribuido a tres columnas e incorpora una orla tipográfica. El grabado xilográfico que incorpora muestra al abad benedictino, sin atributos particulares.

Interior de la capilla de san Veremundo construida entre 1654 y 1657 y decorada con yeserías en 1701. Foto: Catálogo Monumental de Navarra.
Interior de la capilla de san Veremundo construida entre 1654 y 1657 y decorada con yeserías en 1701. Foto: Catálogo Monumental de Navarra.

Fue, seguramente, la primera capilla barroca erigida en nuestros monasterios para imágenes de gran culto, como la de San Bernardo en Tulebras, el Cristo de la Guía en Fitero o San Marcial en Azuelo. Si las ciudades compitieron en los siglos del Barroco con las capillas de sus patronos, los monasterios lo hicieron con las de sus santos y venerables reliquias. El responsable y mentor del proyecto de la de San Veremundo fue fray Pedro de Úriz, un abad navarro que rigió los destinos del monasterio de Irache entre 1653 y 1657, monje virtuoso y docto, natural de Sada y antes abad de Nájera entre 1649 y 1653. La fábrica de la capilla y su exorno, así como el traslado de las reliquias a la urna argéntea durante su gobierno, son hechos que hay que poner en relación con los deseos del monasterio para reivindicar a su santo, moviendo influencias para que el clero navarro y la Diputación del Reino enviasen peticiones a Roma en el año 1657, el mismo en que el Romano Pontífice había sancionado el copatronato de san Francisco Javier y san Fermín para Navarra. Este hecho y sus prolegómenos hicieron despertar en la abadía de Irache una reivindicación de san Veremundo, por ser natural del Reino y estar en él sus reliquias.

A mediados de siglo XVII, se decidió levantar una gran capilla de planta combinada. En noviembre de 1654, tras la licencia de fray Bernardo Ontiveros, general de los benedictinos, se procedió a la subasta de las obras, partiendo de 1.700 ducados. Acudieron José de Gurrea, Gonzalo Ruiz de Galarreta y los riojanos Miguel Martínez y su hijo Juan con el afamado Juan Raón. Estos tres últimos hicieron la mejor postura y se adjudicaron la obra de la capilla “a la par de la iglesia, con su media naranja y entierro de los monjes”, por la cantidad de 1.400 ducados. Un diseño, conservado en el Archivo Real y General de Navarra, con la planta y alzado de la capilla que corresponde al contrato citado. Está rubricado por el escribano y el abad fray Pedro de Úriz. Presenta una planta combinada sencillísima en la que se suceden un pequeño tramo rectangular, cubierto por bóveda de aristas, y otro cuadrado destinado a soportar la gran cúpula. Llaman la atención los enormes contrafuertes de la cabecera y el alzado con yeserías en el friso y grandes florones llameantes a los lados de la cubierta, sobre sendas volutas. Es de suponer que esta planta llegó desde Madrid, debiéndose relacionar con la persona que, por aquellos momentos, era el monje en el que se delegaban las obras de los monasterios de la congregación, fray Esteban de Cervera, del que nos ocuparemos al tratar del retablo de la capilla, hoy en Dicastillo, cuyo diseño le pertenece.

Un contrato posterior rubricado en marzo de 1655 con Miguel Martínez, su hijo Juan y Juan de Raón, maestro de edificios, modificó en algunos aspectos al anterior convenio y fijó su finalización para la fiesta de san Juan Bautista de 1656. Los cambios afectaron sobre todo al tamaño, ligeramente mayor, a la supresión de los grandes contrafuertes y a la adopción en la cabecera de una ligera cruz latina, con pequeñas capillas abiertas en sus frentes. Aquellos espacios se cubrían por tramo de medio cañón con lunetos y otro con cúpula.

La construcción de aquel espacio, incomprensiblemente derribado en 1982, presentaba una rica decoración realizada en 1701, con vistosas yeserías, obra de Vicente López Frías, el mismo maestro que se encargó de la portada de la basílica de San Gregorio Ostiense y de la decoración de yeserías de la capilla de San Andrés, patrón de Estella, en la parroquial de San Pedro de la Rúa. Su interior contó con una serie de grandes pinturas, seguramente pasajes de la vida de san Veremundo, obra del pintor y clérigo aragonés establecido en Soria, don Juan Zapata Ferrer (1657-1710), especializado en pintura mural al fresco y autor de las pinturas de la ermita de San Saturio de Soria.

Un magnífico retablo, contratado en 1655, de gran novedad en el panorama regional, presidiría el conjunto. Afortunadamente, se ha conservado y de él nos ocupamos en otro apartado de esta visita virtual. Para finalizar el proyecto, en 1657 se procedió a colocar la nueva urna de plata con las reliquias del santo, acorde con el suntuoso espacio. La pieza desapareció en 1813, en el contexto de la Guerra de la Independencia. Diversas lámparas argénteas y veintiséis cuadros adornaron los muros de la capilla. No faltó en aquel interior otro complemento propio del momento, las hermosas colgaduras para los días señalados. En el inventario de los bienes de la sacristía del monasterio de 1680 se describen con todo detalle.

Retablo de san Veremundo en la parroquia de Dicastillo, procedente del monasterio de Irache y construido por Gil de Iriarte en 1655, con diseño de fray Esteban de Cervera. Del dorado de la pieza se hicieron cargo Gregorio Gómez y Francisco de Astiz. Foto: Calle Mayor.
Retablo de san Veremundo en la parroquia de Dicastillo, procedente del monasterio de Irache y construido por Gil de Iriarte en 1655, con diseño de fray Esteban de Cervera. Del dorado de la pieza se hicieron cargo Gregorio Gómez y Francisco de Astiz. Foto: Calle Mayor.

El nuevo retablo para la capilla −conservado en Dicastillo− también se realizó con permiso del general de la Orden, según consta en un acta del capítulo monacal. Se trata de una pieza singularísima en su tipología, netamente madrileña. Se llevó a cabo a partir de diciembre de 1655 por Gil de Iriarte, siguiendo el diseño de fray Esteban de Cervera, distinguido maestro benedictino que trabajó para distintos monasterios. Del dorado de la pieza se hicieron cargo Gregorio Gómez y Francisco de Astiz. Una porción de su diseño original, correspondiente a la parte del ático, se ha conservado en el Archivo Real y General de Navarra, procedente del archivo de Irache.

Pese a que el retablo se ha identificado con el que se hizo en 1613 para colocar en él el arca de las reliquias, “en el arco de la iglesia, donde está el sepulcro, en frente de la puerta del crucero”, la realidad es que en aquel año, su autor, Juan III Imberto, no manejaba el lenguaje arquitectónico del retablo contratado en 1655, de resonancias claramente madrileñas y ajenas al romanismo imperante con arquitecturas vignolescas. En realidad, la mayor parte de las obras y proyectos decorativos del siglo XVII en el monasterio miraron a Castilla o Madrid, ora el monasterio de San Millán de la Cogolla, ora obras de tracistas muy influenciados por la Corte, en donde mejor arte se consumía. La única comparación del retablo de San Veremundo con el panorama navarro del momento es la que se puede hacer con los retablos de la Barbazana, obra de Mateo de Zabalía (1642).

Mención muy especial merece el autor del diseño, más que su ejecutor material, por otro lado bien conocido en el taller de Estella de mediados del siglo XVII, cuya actividad se documenta en localidades como Cirauqui, Los Arcos, San Martín de Améscoa o Labeaga. Fray Esteban de Cervera fue conventual del monasterio de San Juan de Burgos en donde trabajó, al igual que en San Martín de Madrid, San Vicente de Salamanca y San Millán de la Cogolla. En 1649, junto al hermano Francisco Bautista, jesuita, y fray Francisco Cruz, trinitario, tasó maderas que Pedro de la Torre trabajaba para las arquitecturas efímeras de recibimiento de Mariana de Austria. Pero es, sin duda, la autoría del retablo de San Millán de la Cogolla en 1656 y realizado a la vez que el de San Veremundo, con el que guarda estilo, su obra más destacada, lo que a juicio de Begoña Arrúe le puede situar en un puesto de gran relevancia en el diseño del retablo barroco español.

Los contratos con Gil de Iriarte y los pintores Francisco Astiz y Gregorio Gómez se rubricaron el 22 de diciembre de 1655; el primero debía tener todo finalizado para octubre de 1656 y los segundos para la navidad del mismo año. Gil de Iriarte cobraría 400 ducados en cuatro plazos y se comprometió a utilizar madera de pino o nogal sana, sin nudos o polillas. Los policromadores se obligaban a entregar todo perfectamente dorado y dar colores finos a capiteles, florones y cartelas, siguiendo los plazos de las entregas de Gil de Iriarte, correspondientes a las partes del retablo. Los dos escudos de los extremos del ático con las armas reales y del monasterio −actualmente perdidos− debían ir pintados con toda perfección.

Retablo y la parte conservada de la traza coinciden en lo esencial y el diseño es de fray Esteban de Cervera, como ya hemos señalado. La pieza se aviene con lo que hacían en la Corte Alonso Cano, Pedro de la Torre o el hermano Bautista con gran potencia de los elementos arquitectónicos y decorativos, estos últimos volumétricos y carnosos. Consta de un banco con ménsulas de grandes hojas de acanto, cuerpo único articulado por parejas de columnas de capitel compuesto con el fuste decorado con elementos vegetales en su primer tercio, y el resto estriado y ático rematado en frontón curvo y flanqueado por pilastras multiplicadas y enormes machones. Los detalles de las hojas de acanto, los festones de frutos, los botones de rosas y los modillones guardan paralelismos evidentes con el mencionado retablo mayor de San Millán de la Cogolla. Los escudos que montaban a plomo con las columnas extremas han desaparecido y la hornacina central en donde se albergaba una gran talla de san Veremundo con la urna de plata, desaparecida en 1813, fueron muy alterados cuando la pieza llegó desde Irache en 1842.

Aunque los escudos han desaparecido, una fotografía publicada en la revista La Avalancha, cuyo original se conserva en la Fototeca del Archivo Municipal de Pamplona, nos permite observar que contienen las armas en cuatro cuarteles, al igual que en el claustro renacentista, en unas armerías imaginarias del monasterio, en las que se daba cabida incluso a los legendarios protectores de la abadía. En el primer cuartel están los lazos de fuego que recuerdan a Íñigo Arista y sus sucesores, pues el Príncipe de Viana afirmaba que, así como la arista allegada al fuego se enciende, así aquel monarca, viendo los moros de cerca, se encendía para pelear con ellos. El segundo muestra dos abarcas en recuerdo de Sancho Garcés II, por haber sido sus armas. En el tercero aparecían las lises con una cotiza de los Evreux y en el cuarto las cadenas de Navarra.

Recibo a favor de Hilario Martija, rubricado por Espoz y Mina, por el producto de la venta de la urna de san Veremundo y otras piezas de plata del monasterio de Irache, en junio de 1813. Archivo Real y General de Navarra.
Recibo a favor de Hilario Martija, rubricado por Espoz y Mina, por el producto de la venta de la urna de san Veremundo y otras piezas de plata del monasterio de Irache, en junio de 1813. Archivo Real y General de Navarra.

La urna realizada en plata en 1657 se describe en ese año como “curiosa y rica”. Según el texto de los Bolandistas, era pesadísima y apenas la podían transportar cuatro robustos jóvenes: “pretiosam admirabilis structurae urnam ex puro argento formata, quem portare vix quatuor iuvenes robusti sufficiunt”. Su precio ascendió a 7.580 reales de plata, mientras el retablo dorado costó 8.800 y la construcción de la capilla 19.741.

Al comenzar la Guerra de la Independencia, cuando los monjes de Irache debieron salir por primera vez de su monasterio, decidieron esconder parte de la plata de su ajuar y la urna argéntea de las reliquias del santo, para “salvarlas del ultraje, sustracción y contingencias a que estaban expuestas en los días turbulentos y licenciosos de la guerra”. El relato que sigue se viene copiando parcialmente, sin muchos detalles, desde que se diera a conocer en 1899, a través de un texto de Pedro Velasco, sacerdote de Muniáin de la Solana. La consulta de sendos procesos en el Archivo General de Navarra y de otro del Archivo Diocesano de Pamplona, en cuya pista nos puso don José Luis Sales, nos han permitido recomponer con nitidez unos hechos reales que parecen extraídos de un relato novelesco.

En septiembre de 1809, antes de la salida de todos los monjes, fray Antonio Mosquera, mayordomo, y fray Benito López encomendaron a dos criados del monasterio −José Hugarte, natural de Zúñiga y Antonio Ruiz, de las Montañas de Santander− el traslado del arca y otras piezas de plata (dos lámparas, un incensario y un viril) a casa de don Tomás Sanz, vicario de Igúzquiza. A media noche y con sendas caballerías realizaron su tarea, sin novedad. Para despistar totalmente a posibles testigos, el mencionado fray Antonio Mosquera ya había tomado medidas, pues aprovechó la oportunidad que le dio el comandante Cuevillas (Ignacio Alonso de Cuevillas, 1764-1835) el año anterior de 1808, para fingir llevarse la urna a Castilla, con lo que suponemos que, entre 1808 y 1809, la pieza estuvo escondida en el monasterio.

En aquella noche otoñal de 1809, el vicario de Igúzquiza recibió la urna y la escondió, provisionalmente, en el pajar. Pero muy pronto, a los seis o siete días, y de acuerdo con el labrador del pueblo Antonio Lisarri, la escondieron en la parte alta de la casa, en una estancia abuhardillada a la que se podía acceder también desde la casa de su vecino Diego Arellano. Tras hacer un agujero en la pared maestra e introducir la urna, tabicaron el lugar con el máximo secreto.

Allí estuvo hasta fines de septiembre de 1812, en que, por miedo a los franceses, una hija del mencionado Diego Arellano, de nombre Antonia, pasó a esconder algunas piezas en la parte alta de su casa, para lo cual forzó una ventana y, acompañada de una vela, se introdujo en el lugar oscuro en donde estaba la urna, quedando sorprendida por el hallazgo y el resplandor de la plata. Asustada y por estar sola en casa, se fue a buscar a don Gabriel Irisarri, estudiante, y ambos regresaron, reconociendo el arca del santo por haberla visto anteriormente en el monasterio, de modo particular Gabriel Irisarri, que había residido en Irache como estudiante y familiar. Inmediatamente, Antonia fue a comunicarlo al vicario don Tomás Sanz, el cual le contestó que “no se admirase tanto, porque él sabía qué era aquello y quiénes la habían colocado allí”.

La indiscreción de alguno de los hasta ahora mencionados hizo que la noticia llegase, en marzo de 1813, a oídos de Hilario Martija, mesonero de Estella, el mismo que el 14 de octubre de 1809 había librado de ser capturado por los franceses a Javier Mina el mozo, escondiéndolo en su casa y proporcionándole disfraz para salir de Estella por la noche camino de Urbasa, lo que le costó larga cárcel en Pamplona. Hilario Martija estaba muy al tanto de todo lo que ocurría en Irache, pues había sido nombrado responsable de la conservación del monasterio por Ramón Espoz, comisionado de los bienes nacionales, en 1813.

Según Martija, siempre procedió por orden del general Francisco Espoz y Mina y con el permiso del provisor don Miguel Marco. Tras asegurarse del paradero de la pieza, se presentó en Igúzquiza, localizándola. Al día siguiente, ordenó al platero pamplonés Miguel de Cildoz, avecindado en Estella, presentarse en el portal de San Nicolás, en donde le esperaría su criado, sin decir a dónde irían y con la única advertencia de ir provisto del utillaje de su profesión de orfebre. Una vez en Igúzquiza, Martija ordenó extraer las reliquias a un mercedario del convento de Estella, fray José Arcaya, mientras el platero recibió el encargo de deshacer la urna de plata, cuyas chapas, con otras piezas, se introdujeron en un serón, llevándolas a casa del orfebre en Estella. A la mañana siguiente, se presentaron en la citada casa Hilario Martija y Bernardino Jalón, comprador de la plata, comerciante en Logroño, administrador de don Luis de Múzquiz y Aldunate y de la Real Tabla en Viana y futuro miliciano nacional. El precio de todo ascendió a 11.895 reales fuertes.

En las diligencias judiciales realizadas en 1814, Hilario Martija daba muchas excusas, dejando la última responsabilidad en el general Francisco Espoz y Mina, aunque este último le negó al vicario de Igúzquiza haber dado aquellas órdenes, limitándose solo a averiguar el paradero de las reliquias. En un momento determinado, Martija declaró que Espoz y Mina se quiso adelantar a lo que hubiesen hecho los franceses con el producto de la venta de la plata: atender a la subsistencia de las tropas. Al final, apretado por el juez, presentó el recibo de 3 de julio de 1813 rubricado por Espoz y Mina en el que constaba la entrega del dinero recibido por la plata. Incluso se revisaron las cuentas de la División de Navarra, en poder del roncalés Melchor Ornat, tesorero de la misma. Estas pruebas le valieron a Martija la revocación de una primera sentencia condenatoria. En su defensa argumentó como atenuante que la urna se había vendido a ocho reales la onza, precio muy superior al que se adjudicaba a las piezas de plata enajenadas de muchas iglesias.

Procesión con las reliquias de san Veremundo en Villatuerta (8-III-2016) en el arca realizada en 1816, tras la desaparición de la gran urna de plata en la Guerra de la Independencia. A Villatuerta le correspondió tener las reliquias el quinquenio 2013-2018.
Procesión con las reliquias de san Veremundo en Villatuerta (8-III-2016) en el arca realizada en 1816, tras la desaparición de la gran urna de plata en la Guerra de la Independencia. A Villatuerta le correspondió tener las reliquias el quinquenio 2013-2018. Foto: Montxo A. G., Diario de Navarra.

Tras la recuperación de las reliquias de san Veremundo en 1814, tanto la mayor parte de ellas depositadas en el camarín de la Virgen del Puy de Estella, como las que se habían repartido entre quienes habían participado en su extracción de la antigua urna de plata que las contenía, se devolvieron al monasterio de Irache en marzo de 1815, con una gran procesión en la que participaron autoridades civiles y eclesiásticas, junto a los gremios con sus estandartes. El receptáculo de las reliquias fue una arquilla de haya que mandó hacer Hilario Martija, el responsable de la enajenación de la de plata, una vez que la había localizado en Igúzquiza.

Justamente al año siguiente, por las mismas fechas, el abad del monasterio de Irache procedió a trasladarlas a una nueva urna de maderas nobles y bronces, de gusto neoclásico, coronada por unas volutas y una paloma, alusiva al gran milagro de san Veremundo cuando hizo que una muchedumbre quedase saciada en una hambruna muy persistente.

Con gran probabilidad, la pieza debió de ser un regalo de fray Veremundo Arias y Tejeiro, monje benedictino, doctor por la Universidad de Irache (1781), obispo de Pamplona hasta 1814 y arzobispo de Valencia. Desde esta última ciudad escribía una carta el 28 de marzo de 1816, con unas expresiones que así parecen probar su patrocinio para la nueva urna: “celebro que las santas reliquias de mi glorioso santo se hayan colocado ya en su urna, aunque no sea tan preciosa, como la que merece…, yo he hecho más de lo que podía por mi santo y si en ello hubiese algún corto mérito, ya sabrá recompensármelo superabundantemente”.

De la historia posterior de las reliquias en su arca decimonónica, sus traslados, aperturas e intercambio quinquenal entre Villatuerta y Arellano, tenemos noticias por distintas monografías, singularmente las publicadas en 1899 y 1926 por Pedro Velasco y Martínez de Arellano, rector del seminario de Pamplona y Miguel Imas, párroco de Arellano, respectivamente.

Un primer acuerdo entre ambas poblaciones para compartir las reliquias se suscribió en 1821 con motivo de la exclaustración de los monjes en el trienio constitucional. Por escritura testificada ante el notario de Estella, Eusebio Ruiz de Galarreta, acordaron en agosto de 1821 los cabildos eclesiásticos y civiles de Arellano y Villatuerta la distribución de la custodia de las reliquias. Fijaron tiempos, presidencia de las procesiones de los traslados, trayectos y todo tipo de detalles. Los de Villatuerta poseyeron el arca hasta el 4 de mayo de 1822 y los de Arellano desde esa fecha hasta el 24 de septiembre del mismo año. A partir de ahí, el plazo para cada pueblo sería de tres años. Sin embargo, la vuelta de los benedictinos a su monasterio interrumpió, de momento, aquel intercambio, mediante una solemne procesión en donde ambos pueblos se juntaron en el portal de San Agustín de Estella y recorrieron la ciudad al son de un repique general de campanas y se incorporaron las autoridades de la ciudad del Ega. Desde Estella y con gran aparato se trasladó la urna a Irache.

La tercera salida, en este caso definitiva, de los monjes en 1839 propició el traslado de las reliquias en un primer momento a Ayegui, si bien en noviembre de 1840 las entregaron a los de Villatuerta. En este último año decidieron que la urna estuviese en Villatuerta hasta abril de 1841 y en Arellano hasta septiembre. A partir de ahí, la urna estaría cinco años en cada localidad, realizándose los traslados el día 2 de septiembre y así se ha venido haciendo hasta el presente, aunque la fecha pasó a ser el día 3 del mismo mes. Fechas señaladas en aquel culto compartido fue la celebración del centenario de la muerte, con fiestas multitudinarias en Villatuerta en 1892 −siguiendo a los Bolandos fue en 1092− y en Arellano en 1899 −conforme al Leccionario de Irache−, así como la apertura de la urna en presencia del obispo en el citado año, de la que ha quedado un acta con todo tipo de detalles. Anotemos que en 1899 en la apertura y registro de las reliquias, en Arellano se congregaron, según las crónicas del momento, entre 6.000 y 10.000 fieles, acudiendo con cruz alzada las parroquias de Villatuerta, Muniain de la Solana, Aberin, Morentin, Allo, Lerín y Dicastillo, y procesionalmente desde las localidades de Arróniz, Barbarin, Luquin, Urbiola, Villamayor, Azqueta e Igúzquiza.

Relicario de san Veremundo en Villatuerta, por el platero Agustín de Herrera, 1640. Foto: Calle Mayor.
Relicario de san Veremundo en Villatuerta, por el platero Agustín de Herrera, 1640. Foto: Calle Mayor.

Es cierto que las reliquias del santo permanecieron en el monasterio de Irache hasta la salida definitiva de los monjes en 1839. Sin embargo, para entonces ya habían viajado una parte importante de ellas con destino a Villatuerta a mediados del siglo XVII; posteriormente, el brazo argénteo de plata, que en el monasterio se destinaba a la veneración de los fieles, pasó a Estella a mediados del siglo XIX; y poco antes, el obispo de Pamplona destinó otra parte a la catedral de Pamplona. Nos referiremos a los tres ejemplos conservados en distintas tipologías argénteas.

La comunidad de Benedictinas de Estella celebró tradicionalmente la fiesta del santo con misa cantada y solemne Te Deum, exponiendo a la veneración pública la reliquia del santo durante la octava en la antigua iglesia del complejo monástico, erigido gracias a la munificencia del obispo benedictino fray Prudencio de Sandoval.

El brazo relicario obedece a una tipología muy abundante en la platería occidental e hispana. Contiene un dedo pulgar del santo dentro de un óvalo con un cerquillo de plata sobredorada con una inscripción que dice: “+ BRAÇO DE SANT. BEREMVNDO 1612”. Es muy sencillo, su superficie se decora con ces y otros motivos estilizados sobre fondo punteado. Según los datos publicados por Pedro Velasco en 1899, fue un donativo a las religiosas por el padre Caño, último presidente de la exclaustrada comunidad de Irache, que lo había adquirido después del fallecimiento del monje lego de Irache fray Juan Terrera, en torno a 1850.

No es la única reliquia que guardaban las religiosas. El mismo Pedro Velasco reseña otras dos; la primera en un brazo relicario de madera, junto a las de otros santos, que habría regalado el mencionado fray Prudencio de Sandoval. Las reliquias que incorpora, todas ellas en tecas de plata, están incrustadas a lo largo de la manga del brazo vestido con el hábito negro benedictino. La segunda, más interesante, era una “reliquia del tamaño y forma de una castaña que, colocada en una especie de incensario de plata con agujeros, sirve para pasar agua que se administra a los enfermos”. Actualmente esta última no se encuentra en el monasterio.

La parroquia de Villatuerta ha conservado una pieza excepcional, encargada al platero Agustín de Herrera a fines de diciembre de 1640, con destino a sendas reliquias insignes que el monasterio de Irache entregó a la parroquia, a solicitud de ella y del obispo de Pamplona don Juan Queipo de Llano, en enero de 1641. E. Ibáñez transcribió, en su monografía de Villatuerta, las dos actas relacionadas con las reliquias −concretamente una mandíbula y una costilla−, tanto la de extracción como la del traslado a Villatuerta, están fechadas el 23 y 30 de enero de 1641. El relicario es una bellísima pieza de plata en su color y consta de un gran basamento rectangular con ornamentación de gallones y los ángulos marcados por ces y remates piramidales exentos. Sobre la peana monta la arqueta propiamente dicha con patas cilíndricas y cubierta bulbosa, rematada por la estatuilla de san Veremundo.

La catedral de Pamplona guarda otro elegantísimo relicario de corte neoclásico, de plata y plata sobredorada, que obsequió el obispo Joaquín Xavier Úriz y Lasaga (1815-1829) en septiembre de 1821. Con motivo de la supresión de las órdenes religiosas durante el trienio constitucional, los objetos de culto quedaron bajo su jurisdicción, regalando a la catedral reliquias insignes de san Veremundo y de las santas Nunilo y Alodia, procedentes de los monasterios de Irache y Leire, respectivamente. El obispo se había graduado en la Universidad de Irache en 1767, lo que pudo influir en la decisión de hacer el relicario para el santo benedictino. Pese a que su deseo hubiese sido llevar a la catedral de Pamplona el conjunto de reliquias de los citados santos, otras circunstancias le obligaron a extraer partes insignes de ellas y engastarlas en sendas piezas que encargó a Pedro Antonio Sasa, que punzonó ambas. Pese a que la marca de su fecha ha sido leída incorrectamente como 1882, en realidad pone 821, con lo que su data es 1821, lo que, además, se aviene y concuerda con las cronologías del obispo y del platero. Tipológicamente, presentan una base circular, nudo acampanado con guirnaldas y una teca altísima rodeada de rayos de plata en su color, un poco más alta la de las santas que la de san Veremundo. El autor de ambas piezas, Pedro Antonio Sasa (1745-1831), fue muy prolífico, era natural de Logroño y contrajo matrimonio en Pamplona con una sobrina de Fernando de Yabar, con el que había aprendido el oficio. Se examinó en agosto y octubre de 1775 y sus obras se localizan a lo largo de toda la geografía foral, siendo autor de varias planchas calcográficas utilizadas para estampas devocionales e ilustraciones de libros.

Respaldo de la silla correspondiente al monasterio de Irache con la imagen de san Veremundo, en la sillería de San Benito de Valladolid, 1525. Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
Respaldo de la silla correspondiente al monasterio de Irache con la imagen de san Veremundo, en la sillería de San Benito de Valladolid, 1525. Museo Nacional de Escultura de Valladolid.

Una de las imágenes de San Veremundo con mayor trascendencia en el ámbito de la orden benedictina, y particularmente de la Congregación de Valladolid, se halla en uno de los respaldos de la famosa sillería alta del monasterio de San Benito de Valladolid, hoy en el Museo Nacional de Escultura de la citada ciudad, en donde figura el relieve de san Veremundo bajo las armas policromadas del monasterio navarro. Se trata de la primera imagen que se ha conservado del santo, además fuera de tierras navarras.

La citada sillería fue contratada en 1525 a raíz del capítulo extraordinario de la Congregación en la que se decidió que cada monasterio se hiciese cargo de una silla alta y otra baja por 200 reales. Regía los destinos de Irache en aquellos momentos de la incorporación a la Congregación castellana fray Álvaro de Aguilar (1525-1528), designado para reformar la casa por el general de la orden. Entre los artistas que trabajaron en ella bajo la dirección de Andrés de Nájera destacan Guillén de Holanda, que actuó de entallador, y Diego de Siloe, que labró algunos relieves. Era general de la Orden fray Alonso de Toro (1523-1541), el mismo que ordenó en el capítulo general de 1535 “que las obras de importancia en los monasterios de nuestra congregación que se hubieren de hacer, no se haga sin dar parte de ellas a nuestro muy reverendo padre, porque su reverencia vaya o envíe las personas que le pareciere para que las vean, tracen e igualen, y se hagan al modo de nuestra congregación y como convenga”. La directriz se cumplió en los siglos siguientes, como se puede comprobar en la documentación de Irache, en las licencias para realizar obras, como la desaparecida capilla de san Veremundo.

El relieve, sencillo y elegante, presenta al abad benedictino con su cogulla, con la capucha sobre la cabeza, dejando ver parte de su tonsura, y portando el báculo y un libro. No posee atributo iconográfico particular y, por estar en la silla correspondiente al monasterio de Irache, con sus armas policromadas, se ha identificado con san Veremundo, si bien es verdad que la cronología de la pieza es anterior al despegue de la “fabricación” del abad como santo.

 

 San Veremundo del antiguo retablo mayor de Irache, hoy en la catedral de Pamplona, obra de Juan III Imberto, 1613-1621.
San Veremundo del antiguo retablo mayor de Irache, hoy en la catedral de Pamplona, obra de Juan III Imberto, 1613-1621.

Como cabría esperar, fue en el monasterio de Irache donde se mandaron hacer notables esculturas, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días, pese a las pésimas consecuencias de la desamortización. La identificación del santo no resulta fácil, ya que no se le reconoce más que con un benedictino con la cogulla propia negra y las insignias abaciales, con el báculo, la mitra y el pectoral. Por tanto, podemos concluir que no existe un tipo iconográfico del santo, ni tan siquiera atributos particulares que cooperen a su identificación.

Dejando aparte el relieve de la sillería vallisoletana al que ya nos hemos referido, hay que mencionar, entre las primeras imágenes documentadas, en este caso pintada, la que hizo para la parroquia de Villatuerta el pintor Diego de Olite, que quedó reflejada en las cuentas correspondientes a 1614-1616.

Una de ellas, que formaba parte del monumental retablo del monasterio de Irache, obra del primer tercio del siglo XVII, realizada por Juan III Imberto (1613-1621), se conserva actualmente entre los fondos del Museo Diocesano de Pamplona. El romanismo impera tanto en la masa y plegado de la talla como, sobre todo, en el rostro. Hacía pendant con san Benito y fueron sustituidos por los santos Emeterio y Celedonio. En el retablo de su antigua capilla, hoy en la parroquia de Dicastillo, su figura se encuentra en el ático y presenta ya un modelo más acorde con el realismo imperante a mediados del siglo XVII. Concuerda perfectamente con la cronología del retablo, contratado a fines de 1655 y realizado en 1656 por el ensamblador de Estella Gil de Iriarte, con el diseño del monje fray Esteban de Cervera.

En los dos pueblos que se disputan el haber sido la patria chica de san Veremundo, Arellano y Villatuerta, han quedado asimismo representaciones del santo benedictino de los siglos del Barroco. En Arellano posee capilla propia con un retablo de hacia 1660, una gran escultura y la imagen del santo en relieve en la puerta del sagrario con la paloma enorme sobre su cabeza, que alude al famoso milagro. En la ermita de la Virgen de Uncizu de la misma localidad se encuentra una escultura suya de mediados del siglo XVII, en este caso con libro y báculo. En la parroquia de Grocin, en un retablo de las primeras décadas del siglo XVII, también encontramos una escultura anterior a la de Uncizu de Arellano, con marcado carácter romanista y el báculo y el libro, lo que podría llevarnos a pensar que se trata, en realidad, de san Benito.

En los inicios del siglo XVIII habrá que datar la imagen pétrea de la fachada del monasterio de Irache, con gran báculo y las largas mangas de su cogulla monacal. Es pieza que para su época resulta arcaizante por la falta de movimiento y frontalidad, aunque resulta efectista por el lugar que ocupa.

A fines del siglo XIX, distintas imágenes del santo llegaron de los talleres de Olot, entre ellas la que pusieron los Escolapios al culto en la capilla del santo en Irache, tras su establecimiento en el monasterio en 1895. Para entonces, el prior del Puy, José María Arrastia, había encargado otra para el citado santuario en 1876, en cuyo honor publicó una novena, por cierto, ilustrada con una pequeña xilografía, en 1879.

En pleno siglo XX hemos de destacar la imagen de mármol del santo, cual abad mitrado, con libro abierto y báculo, destinado al nuevo retablo-altar de la catedral de Pamplona en 1946, así como el del oratorio del Palacio foral. Este última figuró en su retablo neogótico junto a los copatronos del Reino, san Fermín y san Francisco Javier, y la Inmaculada. Todo aquel conjunto, desaparecido en 1932, pertenecía también a la estética neogótica y las imágenes se vinculaban con las formas de los talleres de Olot, datándose todo en los inicios del siglo XX. La escultura de san Veremundo fue trasladada posteriormente a la capilla de la Maternidad y más tarde se cedió a la parroquia de Arellano, habiéndose perdido su pista actualmente, aunque no su fotografía, que apareció ilustrando uno de los números de La Avalancha (24-V-1935) y se conserva en la Fototeca del Archivo Municipal de Pamplona. Las cinco esculturas junto a su retablo se tasaron en un inventario general del palacio en 5.000 pesetas en 1925.

En Villatuerta, cuenta con el único monumento conmemorativo realizado en su honor en 1999. Se hizo por iniciativa de la cofradía local del santo, sirviendo de modelo el cirujano Juan Luis Castiella Iribas. Fue realizada por el escultor Juan Chivite en piedra y en actitud de bendecir, acompañado de su báculo y la mitra abacial a sus pies. Posteriormente, en marzo de 2010, fue sustituida por otra de bronce, siguiendo el modelo de la anterior, realizada en los talleres vitorianos de José Ángel Veremundo San Martín, escultor natural de Villatuerta.

En lo que a calcografías se refiere con su imagen, dejando el gran grabado con su wundervita de 1746, hay que citar la ilustración que acompaña a su hagiografía, editada en Pamplona en 1764, que se acompaña de la estampa del santo con hábito benedictino, báculo y mitra a los pies, realizado por el aragonés José Lamarca.

Arqueta renacentista de las reliquias de san Veremundo, 1584.
Arqueta renacentista de las reliquias de san Veremundo, 1584.

Su realización se debió a los deseos del abad Antonio de Comontes, que lo fue de Irache entre 1583 y 1586, destacando como emprendedor, especialmente en sus dos periodos al frente de San Martín Pinario de Santiago de Compostela, en donde comenzó la obra nueva de la iglesia en 1590. Agradecido al santo por la salud recuperada tras una grave enfermedad, ordenó hacer el arca de las reliquias, que fue un auténtico exvoto, si bien se pagó a través de los gastos de la sacristía del monasterio, no en 1583, como se viene repitiendo, sino al año siguiente. No conviene olvidar el contexto postridentino y el ejemplo de Felipe II en el Escorial en torno al culto a las reliquias. Recordemos que entre 1574 y 1598 llegaron un sinnúmero de ellas desde cuantiosos lugares de España, y sobre todo de Alemania, para evitar su profanación.

Esta singular y notable pieza fue atribuida por Biurrun al escultor Pedro de Troas y el dato se viene repitiendo una y otra vez, si bien los que realmente la hicieron fueron un escultor de nombre Francisco −seguramente Francisco de Iciz− que trabajó en ella con su criado cincuenta y un días, maese Martín ¿de Morgota?, que lo hizo a lo largo de diecisiete días, y Pedro de Gabiria a lo largo de veinticinco días, por lo que cobraron en diciembre de 1584 y junio del año siguiente. Pedro de Troas hizo unas figuras de ángeles y un Niño Jesús para la tapa que no se han conservado, y la policromía del conjunto corrió a cargo del prestigioso Juan de Frías Salazar. De Francisco de Iciz apenas sabemos fehacientemente que acudió a la subasta del retablo de San Juan de Estella en 1563. Si rica es la escultura de los relieves, no lo es menos su policromía, realizada por Miguel de Salazar.

En los relieves de sus caras se narran otros tantos pasajes milagrosos de la vida del santo, de los muchos que se le atribuían.

En las dos escenas que conforman el frente principal se narra el milagro de la paloma, con el santo celebrando en una y la multitud con la paloma en la otra. A este prodigio nos referiremos con detalle al tratar de la misma escena en el retablo de Villatuerta. En el otro frente mayor encontramos otros dos compartimentos dedicados a narrar diversas curaciones a ciegos y tullidos y su muerte. A sus dotes de taumaturgo se refiere en 1610 el cronista fray Antonio de Yepes brevemente y con estas palabras entresacadas de la lección de maitines del oficio del santo en su monasterio: “resplandeció san Veremundo con don de hacer milagros, y que expelía los demonios de los cuerpos de los hombres, y que daba vista a los ciegos y sanaba diferentes enfermedades”. El pasaje de su muerte con el santo en el lecho y los monjes acompañándole se recrea con la vieja fórmula, de raigambre medieval, por la cual en el momento de dar el último suspiro su alma, en forma de una criatura desnuda, es recogida por unos ángeles en una aureola de gloria.

En uno de los frentes laterales se representa al santo fustigando con unas varas a un pintoresco demonio desnudo y en la otra en el momento de recibir, de manos de los ángeles en la gloria, tres coronas, en alusión a las tres virtudes de caridad, penitencia y oración que practicó en su vida. La tapa contiene dos pequeños relieves de san Martín partiendo la capa con el pobre, en paralelismo con la caridad de san Veremundo, y un santo caballero y matamoros, posiblemente san Millán de la Cogolla, titular de un monasterio con amplias relaciones con Irache. Las otras dos escenas presentan al santo salvando a un hombre a punto de ahogarse en una gran tempestad y salvando las cosechas del monasterio. Ambos sucesos tienen también su correspondencia en los textos del Leccionario, fundamentalmente, que fueron copiados por sus biógrafos. En cuanto al relato del hombre casi ahogado, la fuente literaria afirma: “Había crecido con exorbitancia el río Ega, que pasa por medio de la ciudad de Estella, y un pobre hombre improvisadamente se vio arrebatado por las aguas, y en peligro próximo de perecer en ellas. En tan grave conflicto invocó al santo abad Veremundo, llamándole en su socorro, y al punto se vio libre de el peligro y fuera de la impetuosa corriente”. El Leccionario y las hagiografías del santo también relatan el contenido de la segunda escena así: “En otra ocasión, unos hombres de mala vida pusieron fuego en la era de las mieses del monasterio. Avisado el santo abad se puso en oración, y cesó el fuego de repente”.

Se puede deducir que el escultor tomó buena nota de los propios monjes de Irache, grandes conocedores de la vida de su santo abad, así como del Leccionario de 1547, que es el texto escrito más antiguo con noticias de su vida, aunque en aquel tiempo también pudo haber otras fuentes escritas.

Al finalizarse la obra, se trasladaron a su interior las reliquias de san Veremundo en una fiesta muy solemne, con gran concurso de gentes que adoró aquellos venerables despojos. Algunas fuentes señalan que el cráneo se colocó en una urna de plata, algo que no prueba la documentación del momento ni la posterior. El brazo relicario sí que fue una realidad y hoy se conserva en las Benedictinas de Estella, a donde fue a parar a mediados del siglo XIX, como veremos más adelante.

En julio de 1613 los monjes contrataron un retablo para que el arca estuviese con mayor dignidad “en el arco de la iglesia, donde está el sepulcro, en frente de la puerta del crucero”. El encargado de su realización fue Juan III Imberto por la cantidad de 80 ducados y plazo de finalización para Todos los Santos del mismo año.

Relieve del milagro de san Veremundo en el retablo mayor de Villatuerta, 1643 y 1645, Pedro Izquierdo y Juan Imberto III.
Relieve del milagro de san Veremundo en el retablo mayor de Villatuerta, 1643 y 1645, Pedro Izquierdo y Juan Imberto III. Foto: Calle Mayor.

El retablo mayor de Villatuerta presenta en las calles laterales del primer cuerpo sendos relieves interesantísimos: el primero alusivo a la batalla de las Navas de Tolosa, único en su género en Navarra, y el segundo con el milagro de la paloma de san Veremundo, al que nos vamos a referir. El retablo fue mandado ejecutar por el obispo Juan Queipo de Llano en 1640 y se hicieron cargo de él en los años inmediatos, entre 1643 y 1645, Pedro Izquierdo y Juan Imberto III, con la condición de hacerlo con el modelo del de los Franciscanos de Estella, obra desaparecida. Su policromía la llevaron a cabo Miguel de Ibiricu y Juan Ibáñez, a mediados del siglo XVII.

Este tema, por su espectacularidad, fue divulgadísimo en textos litúrgicos y hagiográficos, sermones e iconografía, destacando uno de los relieves del arca-relicario de 1584 o una de las viñetas del grabado de 1746, obra de fray José de San Juan de la Cruz. Fue, sin duda, el pasaje de su vida con mayor fortuna iconográfica. No resulta raro que se eligiese para el retablo de Villatuerta, en el contexto de la llegada de la reliquia del santo desde Irache en 1641, apenas dos años antes de contratar la obra. El prodigio se narra, con todo detalle, en los principales textos hagiográficos del padre Yepes, los Bolandos y de fray Miguel Soto. Al parecer, todos ellos lo tomaron del Leccionario monástico de 1547, cuyo texto tradujo del latín así:

Aconteció en aquellos tiempos que una cruel hambre destruyó todo el reino de Navarra, por lo cual muchos compelidos de tan grande calamidad, venían al varón santo a pedirle limosna; y apretando cada hora más el hambre, un día se vino a juntar número de tres mil hombres; pero como en la casa no hubiese bastimento para dar de comer a tanta muchedumbre, porque los criados que por mandado del santo abad habían ido a buscar mantenimiento fuera de la provincia, no habían vuelto, levantose un gran clamor y alarido entre los circunstantes; porque como estaban traspasados de hambre, no tenían esfuerzo de ir a otra parte... Viendo el santo este miserable espectáculo, con notable sentimiento se llegó al altar para decir misa: ¡cosa maravillosa! Que habiendo llegado a aquel lugar, en el cual el sacerdote ruega a Dios por el pueblo, como san Veremundo pidiese a Dios socorro con muchas lágrimas, bajó una paloma blanca del cielo, la cual andaba revoloteando sobre las cabezas de cada uno, casi como queriéndoles tocar, y luego se subió al cielo a vista de todos: después de esto, cada uno de los que estaban presentes sintió en sí tanta hartura, y quedó cada cual tan satisfecho como si hubiera comido espléndidos y variados manjares; porque no solo con pan vive el hombre, sino con la palabra que procede de la boca de Dios. Todos, pues, dando gracias al Señor juntamente con san Veremundo, volvieron a sus casas.

El relieve, fiel a su fuente textual, muestra al santo celebrando la misa, de espaldas, ante un altar sobre dosel y cortinajes recogidos a ambos lados, en el preciso momento de alzar la Sagrada Forma, ante la presencia de varios monjes tonsurados de distintas edades con sus cogullas y un par de personajes −uno barbado y otro imberbe−, admirados todos ante el prodigio que tiene lugar, no solo con el resplandor en torno a la Eucaristía, sino ante la aparición de la paloma que se hace presente en la parte superior derecha de la composición, entre unas nubes. Destaca sobremanera la policromía del conjunto, de modo especial las franjas laterales de la casulla del santo con delicados rameados.

Grabado con escenas de la vida de san Veremundo por el carmelita fray José de San Juan de la Cruz, 1746.
Grabado con escenas de la vida de san Veremundo por el carmelita fray José de San Juan de la Cruz, 1746.

Gran singularidad posee un grabado calcográfico, realizado por el carmelita descalzo fray José de San Juan de la Cruz y fechado en 1746, al poco tiempo de la extensión del culto a san Veremundo a todo el obispado de Pamplona.

Su tipología es propia de una wundervita, o vida admirable, a causa de la representación en el conjunto de diversos prodigios del protagonista. Los sucesos narrados en las viñetas tienen su correspondencia literaria con los textos que hasta entonces se habían escrito sobre san Veremundo. Se trata de una auténtica hagiografía en papel. Algunos de aquellos pasajes figuraban ya en la arqueta renacentista.

La composición presenta un óvalo con la figura del santo en su habitual iconografía bajo el escudo del monasterio, cuatro viñetas a su alrededor y en el tercio inferior una gran inscripción con otras dos viñetas a los lados. La viñeta superior izquierda presenta al santo en oración ante un altar barroco con aletones vegetales, presidido por una imagen titular del monasterio, la Virgen de Irache.

La escena superior derecha representa la aparición de la Virgen del Puy. La relación del abad de Irache con la imagen del Puy, auténtico signo de identidad de Estella y sus tierras, venía muy bien para difundir la devoción y popularidad de san Veremundo. Quienes escribieron ya desde el siglo XVII la leyenda de aquella imagen mariana, como Francisco Eguía y Beaumont, esgrimieron la contemporaneidad con el santo abad de Irache.

La viñeta central izquierda presenta al santo liberando a un endemoniado y socorriendo a necesitados y tullidos que se le acercan. Esta facultad del santo la refiere en 1610 el cronista fray Antonio de Yepes brevemente y con estas palabras: “expelía los demonios de los cuerpos de los hombres, y que daba vista a los ciegos y sanaba diferentes enfermedades”.

En la escena central derecha lo encontramos en un pasaje campestre junto a las mieses, en actitud de protegerlas frente a nublados y unos personajes inmovilizados. A estos prodigios se refiere fray Miguel Soto, especificando algunos de ellos, como el de un hombre que se salvó en una crecida del río Ega invocando al santo, o el de los hombres de mala vida que dieron fuego a las mieses del monasterio, quedando los facinerosos inmóviles tras la intervención del abad, pudiendo caminar solo hacia el monasterio, en donde pidieron perdón al santo. Respecto a las tempestades, se documenta la intervención de las reliquias del santo con motivo de nublados a comienzos del siglo XVII, en 1614, cuando varios testigos afirmaron que “cuando se sacan las reliquias por causa de alguna tempestad que arroja piedra, al punto se muda en agua y luego cesa la tempestad”. En la viñeta inferior izquierda se narra el milagro de la paloma en el interior de la iglesia abacial, al que ya nos hemos referido.

La última de las representaciones localizada en la viñeta inferior izquierda narra otra escena de su vida. Aparece arrodillado mostrando a su abad el pan que llevaba para los menesterosos, convertido en astillas de leña. De este hecho se hacen eco los textos hagiográficos y es un tema que presenta paralelismos con pasajes de la vida de santos tan populares como san Diego Alcalá o santa Isabel de Hungría.

El promotor de la estampa fue el padre José Balboa (1688-1771), abad de Irache entre 1745 y 1749, y general de la orden benedictina entre 1757 y 1761. Desde este último puesto, determinó el reparto de las plazas de profesores entre los sujetos con más méritos, la estricta observancia de la regla, así como el estudio y la lectura en aras a elevar el nivel cultural de los monjes.

El autor de la calcografía fue un polifacético fraile carmelita descalzo, activo como proyectista de obras de arquitectura y retablos en Navarra en la segunda mitad del siglo XVIII. Nació en Logroño en 1714, se llamaba José de Ágreda y Ruiz de Alda, profesó en Corella en 1734 y residió en varios conventos de la provincia carmelitana, especialmente en el de la capital riojana, en donde falleció en 1794. Su labor como grabador en otras provincias, como Soria y Logroño, ha sido estudiada y reivindicada por René Payo y José Matesanz en base a unas estampas conservadas en la Colección de Antonio Correa, que representan a san Saturio y a san Juan de la Cruz, y una de la Virgen de la Soledad de la Merced de Logroño.

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Acta Sanctorum quotquot toto orbe coluntur, vel a catholicis scriptoribus celebrantur, quae ex Latinis & Graecis, aliarumque gentium antiquis monumentis / collegit, digessit, notis illustravit Joannes Bollandus; operam et studium contulit Godefridus Henschenius...Martii, tomo I, Antuerpiae, Iacobum Meurisium, 1668, pp. 794-798. Reimpresión, Bruxelles, Culture et Civilisation, 1966, pp. 794-798

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