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"La actividad científica exige la adopción de ciertas actitudes que son moralmente relevantes"

Alejandro G. Vigo, investigador principal del proyecto ‘Ley natural y racionalidad práctica', repasa algunas cuestiones analizadas en el seminario interproyectos ‘Convicciones morales y argumentaciones científicas'

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FOTO: Manuel Castells
11/04/14 12:19 Isabel Solana

El Instituto Cultura y Sociedad organizó el seminario interproyectos ‘Convicciones morales y argumentaciones científicas', que consistió en cuatro sesiones: ‘Convicciones morales, racionalidad, ciencia', ‘El êthos científico y la dimensión moral de la tarea científica', ‘Objetividad científica y mundo de la vida' y una última en la que se hizo balance de las anteriores.

Alejandro G. Vigo, investigador principal del proyecto ‘Ley natural y racionalidad práctica', repasa algunas cuestiones de interés analizadas durante las actividades.

¿Es posible realizar ciencia cuando se tienen unas determinadas convicciones morales? 

En el seminario hemos querido reflexionar sobre cómo se articulan en un mismo proyecto vital convicciones morales profundas con las convicciones básicas de proyección moral que están en la base del ethos científico. Al analizar la integración de esos dos niveles dentro de una misma identidad, hemos visto razones en pro y en contra de los diversos argumentos y hemos tratado de señalar que se trata de un camino de ida y vuelta. La actividad científica como tal nos exige la adopción de ciertas actitudes que son moralmente relevantes: en el trato con lo que pretende ser o no verdadero, en la relación con las reglas que rigen la argumentación científica de un determinado ámbito, etc.

Durante el seminario se ha explicado que la ciencia es deudora del mundo de la vida pero tiene repercusiones en ella. ¿Qué relación existe entre ambos?

Este problema surge con particular nitidez en esta época porque la explosión del conocimiento científico ha llevado a una multiplicación de los discursos sobre la realidad que, muchas veces, aparecen como inconmensurables entre sí. Por otro lado, todos ellos guardan cierta referencia más próxima o más remota con el suelo básico de sentido, que la Fenomenología llama ‘el mundo de la vida': el punto de apoyo último de toda la constitución del sentido experimentable. Cómo repercute la objetividad científica sobre el mundo de la vida es un tema de una actualidad enorme porque gran parte de lo que nosotros hoy suponemos sobre el mundo que nos rodea está determinado por los resultados de la ciencia. Sin embargo, muchas veces esta tiende a amenazar con sus resultados ciertas presuposiciones básicas de nuestra instalación vital, en el mundo de nuestra actividad cotidiana. Ahí se genera una tensión interesante, muy productiva.

¿Es posible el diálogo entre distintas posturas científicas y entre investigadores que tienen diferentes convicciones morales?

Los extremos se tocan. El ideal de una objetividad libre de todo presupuesto y el ideal de una ausencia completa de objetividad -en la cual solo se puede argumentar desde prejuicios irrevisables- tienen muchas veces los mismos resultados porque constituyen dos formas de la conciencia no crítica. En ambas posiciones, el resultado inmediato es que cada uno queda recluido sin posibilidad de superación en su propia cápsula de prejuicios. Un ideal realmente crítico es dialógico; en él, la crítica siempre empieza por la autocrítica y la posibilidad de diálogo con el otro es parte de la vuelta crítica sobre los propios presupuestos. En ese contexto dialógico tenemos la posibilidad de generar una zona de encuentro con el otro, en la que hacemos una experiencia mixta: hay muchas cosas en las cuales se puede estar de acuerdo a pesar de disentir en muchas otras.

¿El papel del académico es la observación o la intervención?

En el seminario de balance, el profesor Alejandro N. García ha abordado la dimensión sociológica de la actividad científica, que es reglada e institucionalmente enmarcada. Se trata una actividad humana -como tantas otras- cuya dimensión social va en múltiples direcciones. Una de ellas es cómo tomamos conciencia de lo que hacemos cuando hacemos ciencia. El profesor García presentó algunos esquemas actuales de análisis relacionales de la actividad social en general y de la actividad científica en particular que nos permiten entender cierta manera de combinar observación con intervención. Eso me parece particularmente importante en las ciencias sociales, pero también tiene aplicación en las ciencias naturales.

¿La producción del saber debe liderar el cambio social?

En mi opinión, las apuestas de corto plazo son miopes. Si uno interpreta que la ciencia debe liderar el cambio social en el siguiente sentido, la preocupación actual de los científicos debería ser cómo cambiar la sociedad. Naturalmente, primero habría que discutir en qué dirección se hace tal cambio y qué cambios resultarían deseables. Pero supongamos que tenemos en claro qué cambios hay que hacer y hacia dónde queremos o debemos cambiar. Entonces la pregunta sería si los científicos y los académicos tuvieran que liderar ese cambio. y Aquí podemos incurrir en el error en el que la política ha caído tantas veces: confundir lo importante con lo inmediato, creer que solo hay que financiar aquello que proporciona resultados inmediatos sin tener en cuenta un hecho epistemológico fundamental como es que nadie puede prever la relevancia de resultados alcanzados hoy dentro de 20 años. Saber cómo se originó el universo, por caso, no tiene una aplicación tecnológica inmediata, pero nadie puede decir qué va a pasar en 20 años con lo que se aprendió estudiando esas cosas. Y va sin decir que sería muy importante lograr saber todo lo que se pueda sobre esas cosas, aunque nunca se pudiera obtener de ello un beneficio concreto inmediato: a mi juicio, el mayor progreso imaginable para el ser humano es justamente el de saber más y mejor sobre cosas fundamentales.

¿Cómo se enmarca la búsqueda de financiación, la exigencia de publicar papers, etc. en la labor del investigador?

Confundimos genuino éxito con cortoplacismo, con éxito inmediato; genuina generación de una trayectoria, con prestigio fugaz; genuina apuesta por el conocimiento, con apuesta por un reconocimiento superficial. El verdadero reconocimiento se alcanza diacrónicamente a lo largo de una trayectoria con etapas oscuras, en las que nadie sabe lo que uno está haciendo, en las que a veces no salen las cosas como se espera… Otra cosa es la exigencia de resultados inmediatos para otorgar ciertas prestaciones, generalmente monetarias. Si bien la investigación en el área de ciencias médicas y experimentales es cara (laboratorios, material…), no ocurre lo mismo con las humanidades, cuyo gasto principal son las nóminas. En ese sentido, no parece haber aquí tantas cortapisas que justifiquen realmente la presión cortoplacista. 

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