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La Pamplona “privilegiada”. Aniversario del Privilegio de la Unión (1423)

05/09/2025

Published in

Diario de Navarra

Julia Pavón |

Catedrática de Historia Medieval de la Facultad de Filosofía y Letras

Como suele ocurrir, tras los fastos habidos de las celebraciones de centenarios, lo que se conmemora cae en el olvido. De forma que, si afirmamos que este año el Privilegio de la Unión cumple 602 años, dos más que un centenario redondo, será difícil conseguir la captatio benevolentiae.

Pues bien, hace tres días, el Archivo Real y General de Navarra ha inaugurado en su sala gótica una nueva exposición: “Carlos III de Navarra, el rey del buen gobierno”. Y bajo el gobierno de este monarca, la Pamplona de los tres burgos consensuó y recibió formalmente el Privilegio de la Unión, un 8 de septiembre de 1423. Una iniciativa más de su acción política que dirigió, según ha estudiado Eloísa Ramírez Vaquero, una inteligente gestión de los asuntos de Navarra, especialmente los últimos años de su reinado en los que se enmarca este trascendental texto, cuya edición crítica y estudio filológico realizó Concha Martínez Pasamar (1995).

De sobra se conoce que esa Pamplona medieval, cuyas huellas urbanísticas permanecen hoy en el trazado de su casco viejo, no estaba conformada por tres burgos sino nominalmente por uno, el burgo de San Saturnino o San Cernin, así como de la población de San Nicolás y de su milenaria Navarrería o civitas episcopalis. No procede tampoco entrar a detallar las muchas razones que llevaron a este rey, Carlos el Noble (1387-1425), a tomar la decisión de negociar y acabar con el enquistamiento gubernativo y diferencias seculares de esas tres piezas urbanas con el ánimo de dotar de un moderno proyecto político, social y económico, y en definitiva jurídico, a la “cuarteada” capital de su reino. Algunas de ellas son de sobra conocidas, caso del conflicto de la “guerra de la Navarrería” (1276) o las dificultades para la presentación de su nieto, Carlos, en la ciudad (1422); si bien éstas arrumban otros muchos problemas en la trayectoria de este emplazamiento en diferentes momentos y contextos anteriores a los que bien valdría la pena prestar atención en futuras ocasiones.

El documento, cuyo autor intelectual fue el alcalde de la Corte Real, López Jiménez de Lumbier, según ha concluido Luis Javier Fortún recientemente, posibilitó la conformación de un único ayuntamiento, un único término y una única jurisdicción para las tres comunidades históricas, con un solo alcalde, un solo justicia y diez jurados: cinco para el burgo, tres para la población y dos para la Navarrería. A partir de entonces, el nuevo equipo regidor se reuniría en la casa de Juraría o Consistorial, en terreno de nadie y en medio de las tres entidades de habitación (donde se ubica la sede del actual Ayuntamiento). Con ello, y al asignarle a todos sus vecinos el estatuto jurídico del Fuero General de Navarra, sus veintinueve capítulos vertebraron, un espacio legal para liquidar, entre otros, los límites internos, las suspicacias y conflictos con el obispo, las desigualdades y litigios por la explotación de rentas y percepción de multas, los problemas de la distribución de los bienes básicos de alimentación y un largo etcétera de disconformidades organizativas y enfrentamientos sociales. Del contenido de los cuatro ejemplares realizados que, gracias a Dios han llegado hasta nosotros y hoy forman parte de los fondos del Archivo Real y General de Navarra, el

Archivo de la Catedral de Pamplona y en el Archivo Municipal de Pamplona, que custodia dos de ellos, cabe destacar en esta ocasión la cuestión de la creación de los emblemas ciudadanos. El rey dispuso que a partir de ese momento la nueva ciudad eliminase los signos pretéritos de sus tres espacios habitacionales y quedase representada mediante un león pasante en plata con lengua y uñas rojas en campo azul, orlada, en su condición de capitalidad, por una cadena de oro en fondo rojo identificada con las históricas armas del rey de Navarra. Y, en última instancia, al acoger el lugar de coronación real, la catedral de Santa María, pasó a lucir una corona real sobre el león. Pamplona fue concebida así para ser el modelo de una, según el documento, “muy noble ciudad”, construyendo un plurisecular espacio de convivencia, un lugar privilegiado explícitamente por voluntad real con el claro objetivo de evidenciar y perpetuar el diálogo o pacto entre el rey y su reino. Un paso más que nos permite afianzar la significación de Pamplona en las centurias medievales como paradigma y cabeza de un proyecto político singular y propio. Y así lo recoge el poema laudatorio “De laude Pampilone Epistola”, incluido en el Códice de Roda (s. X), que identificaba a la ciudad como ese “lugar providencial hecho por Dios, hallado por el hombre, elegido por Dios”.