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Consejo de Ministros de Israel: Benjamin Netanyahu flanqueado por el ministro de Finanzas, Betzalel Smotrich, y por el de Interior, Jariv Levin, a comienzos de diciembre [IsraelPM]
La política interna actual de Israel resulta determinante para comprender el devenir del actual alto el fuego y, en general, el plan de paz en Gaza, promovido por Estados Unidos, de la mano del presidente Donald J. Trump. El extremismo político sionista, el personalismo de Netanyahu y la inestabilidad de su legislatura son elementos que han incidido en los intentos previos de pacificación que se han hecho estos dos últimos años de guerra, y esta ocasión no parece ser la excepción a la regla.
Para dimensionar el grado de incidencia de estos factores, es necesario remontarse a las últimas elecciones convocadas en Israel, en 2022, un año antes del inicio del conflicto con Hamás. Dichas elecciones estuvieron profundamente marcadas por la polarización en torno a la figura de Benjamin Netanyahu y su bloque político escorado hacia una derecha extremista, conformado por su partido Likud y la fusión entre el Partido Sionista Religioso de Betzalel Smotrich y Poderío Judío de Itamar Ben-Gvir, y que superó mínimamente el 49% del total del electorado. Las elecciones estuvieron señaladas también por la mínima representación en el Knesset obtenida por el bloque opositor a Netanyahu, parcialmente debida a la falta de entendimiento y alianzas entre grupos políticos como Meretz y el partido Laborista, así como entre los partidos árabes Balad y la Lista Conjunta. Además, el aumento al 3,25% (hasta 2014 era el 2%) del umbral de votos necesarios para la obtención de un escaño parlamentario, dificultó a los partidos minoritarios el acceso a la Knesset y la consecución de escaños de representantes.
Para poder sostener su frágil coalición de gobierno, Netanyahu tuvo que realizar importantes concesiones a los socios menores de la coalición; de tal forma que los titulares de ministerios de especial relevancia política como el de Seguridad Nacional, o el de Finanzas, son ocupados, respectivamente, por Ben-Gvir y Smotrich; desde esos cargos, ambos se han encargado de dirigir en mayor o menor medida la cuestión palestina dentro de Israel.
Aceptación pública
Al margen de la cuestión de la complicada aritmética parlamentaria de Israel, la del bajo índice de aceptación pública del primer ministro Netanyahu es también relevante para comprender la situación de la guerra de Gaza y del precario alto el fuego suscrito. Uno de los principales motivos por los cuales hubo (y hay) controversia en torno a la figura de Netanyahu como primer ministro es el proceso judicial incoado en 2020 y aún abierto contra él por cargos de soborno, fraude y abuso de confianza.
Una última razón, relacionada con la anterior, se vincula a la campaña iniciada en su legislatura para introducir una reforma judicial que reduciría la capacidad de los tribunales de controlar actos del gobierno, y que atentaría frontalmente contra el principio de separación de poderes propio de una democracia.
Es así como, tras los ataques producidos el 7 de octubre de 2023, el gobierno de Netanyahu encontró el ‘casus belli’ perfecto para salvar su proyecto político. Para Netanyahu, la guerra es una oportunidad de salvar su reputación frente a la opinión pública si logra saldar el conflicto con una victoria contundente sobre Hamás; además, le permite empujar su proceso judicial hacia un segundo plano. Para Ben-Gvir y Smotrich, mientras, es una oportunidad para cristalizar su ideología supremacista y antiárabe en acciones concretas en torno a Palestina, en un contexto de urgencia nacional en el que estas pueden pasar desapercibidas.
En lo referente a su carrera política, Netanyahu halla en la guerra una narrativa que contrarresta la que genera polarización en torno a su figura. En los momentos donde más se ha cuestionado su liderazgo, es cuando Netanyahu ha mostrado más contundencia en sus acciones contra Hamás, para reafirmar la imagen de ‘defensor de Israel’ que se ha esmerado en formar desde sus inicios políticos.
Ben-Gvir y Smotrich
Desde que Ben-Gvir está en el cargo de ministro de Seguridad Nacional ha hecho un esfuerzo desde dentro del gobierno por politizar a las fuerzas policiales del país, interviniendo directamente en nombramientos y operaciones policiales, que se manifiesta en el laxo control de las autoridades frente a la violencia ejercida contra palestinos y sus asentamientos en Cisjordania por colonos israelíes, o en el ejercicio de represión desmedida contra las protestas antigubernamentales, que se han hecho frecuentes desde el inicio de la guerra.
Su homólogo en el ministerio de Finanzas, entretanto, se ha encargado de ejercer una presión financiera excesiva sobre los palestinos dentro y fuera de Israel eliminando una exención que permitía la cooperación entre bancos israelíes y palestinos, y resistiéndose a proveer fondos públicos destinados a municipios árabes israelíes, fortaleciendo la acuciante segregación que existe entre la población judía y árabe en el país.
Ambos, Ben-Gvir y Smotrich, alineados en su visión ideológica, son reacios a un alto el fuego pleno y duradero con Hamás y, por el contrario, asumen una postura colonialista, dirigida hacia la anexión de los territorios de Gaza y Cisjordania y al establecimiento de una hegemonía judía en ellos, incluso si fuertes operaciones militares son necesarias para ello.
Según un informe de la Comisión Internacional Independiente de la ONU para Investigación Sobre el Territorio Palestino Ocupado, el gobierno de Netanyahu habría adoptado medidas, con toda probabilidad influenciadas por la facción más radical de su gobierno, que enmarcan el conflicto en Gaza dentro de un plan para controlar los territorios palestinos ocupados por Israel. En este contexto, las negociaciones orientadas a lograr acuerdos para poner fin a la guerra se tornan más difíciles, alargando el conflicto sin un objetivo plausible a la vista.
Gestión del conflicto
Los factores destacados al comienzo son determinantes al analizar la labor del gobierno de Netanyahu en la gestión del conflicto. Cinco días después de los ataques de Hamás Israel creó, atendiendo a los requisitos expuestos por el líder del partido de oposición Partido de la Unión Nacional, Benny Gantz, un Gabinete de unidad nacional para poder afrontar la guerra desde un foro alternativo al del Gabinete de Seguridad, del cual Ben-Gvir y Smotrich son miembros. El gabinete debía también incorporar a Yair Lapid, líder de Yesh Atid, otro importante partido de oposición. Sin embargo, éste rechazó en última instancia su inclusión aludiendo a que la presencia de dos gabinetes competentes sobre esta materia es insalvable, que los dos terminarán enfrentado sus decisiones, y que además, no formará parte del gobierno mientras Ben-Gvir y Smotrich formen parte de él. Así, el proyecto del gabinete de guerra prosiguió de la mano de Netanyahu, Gantz y Yoav Gallant, ministro de Defensa, pero el proyecto finalmente cesaría en junio de 2024.
Las cuestiones que presentó Lapid fueron precisamente las causas que explican el fracaso del gabinete: Ben-Gvir y Smotrich criticaron abiertamente el rol del Gabinete de Guerra, aludiendo al hecho de ser excluidos de este; consideraron que las acciones tomadas no eran lo suficientemente agresivas contra Hamás y Hezbolá, y exigieron que el peso de las decisiones se trasladara al Gabinete de Seguridad. Gantz terminó por renunciar al gobierno ante la incapacidad de Netanyahu y de su ministro de Defensa de concretar un plan de acción que cumpliera con los objetivos que exigía, posiblemente debido a las ya mencionadas críticas provenientes del gobierno. Sin Gantz, y sin una oposición que otorgara otra perspectiva al conflicto alejada de las visiones extremistas, el gabinete ya no tenía sentido.
Durante los meses siguientes, principalmente Netanyahu y Gallant fueron quienes se encargaron de las acciones militares. Los enfrentamientos entre ambos fueron frecuentes por razones como la ausencia de una estrategia militar clara, la necesidad de abrir negociaciones para el rescate de los rehenes israelíes, el establecimiento de una comisión de investigación en torno a la gestión de los ataques del 7 de octubre, o la conscripción obligatoria de judíos ultra-ortodoxos, entre otras.
La oposición a Gallant del partido ultraortodoxo Shas, otra de las fuerzas políticas minoritarias que sostienen a Netanyahu; la resistencia del ministro al repetido objetivo de Netanyahu de una ‘victoria total’ sobre Hamás; y su visión de que las acciones militares de Israel habían sido lo suficientemente efectivas como para poder empezar a negociar acuerdos de paz y el rescate de los rehenes y frenar las hostilidades terminaron, según el propio Ministro de Defensa, por forzar su destitución a comienzos de noviembre de 2024. El último argumento, en particular, a todas luces se puede considerar como otro factor determinante en su destitución si consideramos la incidencia de Smotrich y Ben-Gvir en las decisiones de gobierno y su postura firme frente al conflicto.
Katz en Defensa
De esta manera, desde la destitución de Gallant, el cargo de Ministro de Defensa lo desempeña Israel Katz, una persona que encaja mejor dentro del marco maximalista del gobierno y que contenta las exigencias de sus miembros, en tanto que aboga por la narrativa de la ‘victoria total’ y la ocupación de territorio palestino, si es necesario para los fines de Israel. Es un perfil, además, contrapuesto a Gallant, que se erguía, tal como sucedía con Gantz, como una figura más moderada y pragmática, cualidades no especialmente consideradas por los miembros del gobierno.
Lo anterior se conecta con la aprobación de los últimos presupuestos generales para este año, que de haber sido rechazados por no cumplir con exigencias del bloque radical, habrían propiciado la caída del gobierno y, por consiguiente, un nuevo proceso electoral. El nuevo presupuesto incorpora un considerable aumento en los gastos en Defensa a costa de otras áreas sociales importantes para la sociedad, lo que se vincula con la deriva belicista del gobierno.
Acuerdo frágil
A la luz de todas estas cuestiones consideradas, el acuerdo de alto el fuego del 9 de octubre se aprecia especialmente frágil, más aún si analizamos lo ocurrido con el firmado en enero de este año, que fracasó en gran medida por cuestiones de política interna de Israel antes mencionadas, ya que los miembros extremistas del gobierno presionaron para que Netanyahu prosiguiera con el conflicto y cesaran las negociaciones, incluso con la mayoría de la población en contra, especialmente los familiares de los rehenes secuestrados por Hamás. Además, las condiciones vagas establecidas en el acuerdo propiciaron una interpretación extensiva del mismo que facilitó el retorno de la guerra.
Ahora nos hallamos nuevamente ante un escenario de igual calibre que, a pesar del recrudecimiento del conflicto hasta el punto de ser calificado como un genocidio de la población gazatí por parte de la Comisión Internacional Independiente de Investigación de las Naciones Unidas sobre el Territorio Palestino Ocupado, y del consiguiente rechazo por parte de la comunidad internacional, puede tener un desenlace similar, si no lo está teniendo ya. Netanyahu y su gobierno no ven en esta primera fase del acuerdo el inicio de una paz duradera, sino una tregua entre ambos bandos; dada su composición ideológica y sus dinámicas internas de poder, el acuerdo de paz es utilizado, más bien, como mecanismo para preservar su ventaja estratégica y evitar el surgimiento de una autoridad palestina fuerte y unificada.
Equilibrios de Netanyahu
Netanyahu está intentando equilibrar los dos pesos que presionan sobre su gobierno ahora mismo, el descontento del pueblo israelí y de la comunidad internacional, por un lado, y las exigencias de Ben-Gvir y Smotrich, por el otro; hasta ahora parece estar lográndolo. Por una parte, accede a comprometerse con el cese de las hostilidades y la reapertura de un corredor humanitario para abastecer a la población en Gaza en la primera fase del acuerdo, a la vez que consigue el retorno de rehenes israelíes en Gaza en un intercambio con prisioneros palestinos en Israel, apaciguando con ello la presión y críticas que se cernían sobre él y su gobierno en el entorno nacional e internacional. Por otra parte, aprovechando la vaguedad de las condiciones establecidas en el acuerdo (como la ubicación y condiciones de la retirada de las tropas israelíes), o bien a la espera de un incumplimiento o un (posible) ataque de Hamás, se prepara para volver a tomar la senda de la guerra que propulsan Smotrich y Ben-Gvir. Este último, tan solo diez días después de haberse firmado el acuerdo, expresó directamente a Netanyahu que se olvide del alto el fuego y que reanude la campaña militar en Gaza “a plena potencia”.
De esta forma, las previsiones geopolíticas en torno a una solución pacífica y definitiva del conflicto israelí-palestino no parecen poder concretarse fácilmente dentro de este panorama. Los actores internacionales involucrados, especialmente Estados Unidos, deberán tomar en cuenta las consecuencias del surgimiento de una democracia iliberal en Israel dentro de la ejecución de este nuevo plan de paz, porque se trata de una democracia iliberal dirigida por un gobierno de coalición frágil y extremista que obstaculiza una salida pacífica, y más aún, obstaculiza el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los palestinos y el establecimiento efectivo de un Estado palestino, elementos cruciales dentro de cualquier posible solución a este conflicto.