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La crisis de la Universidad en el mundo occidental parece agravarse. Se trata de un fenómeno singular de nuestra época y un reflejo de las dificultades de aquella institución para adaptarse a las nuevas realidades sociales, económicas y tecnológicas.

La teoría de las organizaciones explica que la crisis y el eventual declive de una institución no dependen sólo de las disrupciones externas, sino, principalmente, de su debilidad  interna para mantener su sentido de misión en un contexto cambiante. El buen gobierno es una cualidad de las organizaciones dinámicas, que son capaces de adaptarse a realidades emergentes y de mantener, al mismo tiempo, su misión e identidad. Por consiguiente, el buen gobierno es un  atributo de una buena universidad.

Mons. Javier Echevarría nos ha enseñado a amar la Universidad y nos ha dejado, como una parte de su legado, la enseñanza de cómo gobernar un proyecto universitario, en el siglo XXI. Como Gran Canciller, supo orientar la Universidad de Navarra con prudencia y sabiduría y dar respuesta adecuada a sus desafíos.

El trabajo de gobierno de Mons. Javier Echevarría en la Universidad presenta unos trazos únicos, de los que describiré algunos aspectos.

 

El buen gobierno comienza con un sentido de misión

Siguiendo la huella de San Josemaría Escrivá, Mons. Echevarría nos recordó con frecuencia que el IESE había nacido con un propósito claro: formar a empresarios y directivos para que desarrollen su tarea profesional en la empresa con competencia y espíritu de servicio, mediante el ejercicio de las virtudes cristianas.

Con motivo del 50º aniversario del IESE, en 2008, nos recordaba la misión del IESE con estas palabras: “la ilusión sobrenatural y humana de San Josemaría cuando impulsó el IESE era grande. Pensaba en un centro de gran altura profesional, dedicada a la formación de empresarios y directivos que, en el núcleo de su misión, incluyera un claro afán de servicio y la voluntad de dar a su trabajo una orientación cristiana y, por tanto, verdaderamente humana”. Con estas palabras, Mons. Echevarría nos recordaba de manera nítida el sentido de misión del IESE. Las organizaciones que tienen un sentido claro de misión saben explicar mejor, dentro y fuera, qué hacen y por qué lo hacen.

Un aspecto de la calidad de una misión institucional es que ésta coloque en el centro a las personas que impulsarán aquel proyecto. Mons. Echevarría nos recordaba siempre la necesidad de buscar personas jóvenes de todo el mundo para ilusionarlas con el proyecto del IESE y formarlas adecuadamente. Hace años, cuando China estaba aún despertando del drama del comunismo, D. Javier nos planteó la posibilidad de estudiar un proyecto estable del IESE en ese país. Por diversas razones, aquel proyecto no avanzó y decidimos dar aún un mayor apoyo al CEIBS, una escuela que nació de un acuerdo entre el Gobierno Chino y la UE, y en la que el IESE colaboró desde su inicio en 1994. Sin embargo, la sugerencia de D. Javier nos llevó a buscar más  alumnos chinos para el programa MBA y Doctoral, así como profesores y otras personas de origen chino que pudieran trabajar en el IESE. Esto es hoy una realidad que permite al IESE y a la Universidad tener una presencia en China muy relevante, quizá la más significativa de una institución universitaria europea.

D. Javier abría horizontes, ayudaba a pensar en grande y nos recordaba nuestra misión. Al mismo tiempo, aunque tenía una gran experiencia y conocimiento, respetaba nuestra libertad y prefería confiar en la capacidad y la responsabilidad de las personas que estaban más cerca de aquella realidad

 

Proyectos magnánimos, acciones concretas

D. Javier nos enseñó a amar y a servir a la Iglesia y al mundo en el que vivimos. Un modo concreto en que se manifestaba este servicio era la magnanimidad de los proyectos que planteaba y la seguridad que transmitía a sus colaboradores. En el IESE hemos sido testigos de esta actitud.

El proyecto del IESE en Estados Unidos, que culminó en la decisión de establecer un campus en el año 2007, arrancó en el año 2002 y avanzó rápidamente en octubre de  2003, después de una reunión de trabajo que tuvimos en Roma para estudiar qué más podía hacer el IESE en aquel  país. Recuerdo sus primeras palabras, en la que nos animaba a pensar en un proyecto profesionalmente serio y de servicio a muchas personas. Al mismo tiempo, nos alentaba a poner los medios necesarios, sin preocuparnos demasiado por las dificultades que encontraríamos. La magnanimidad y la confianza en Dios de D. Javier ayudaban a disipar todas las dudas.

Pude vivir una experiencia similar con los comienzos del IESE en Alemania en el año 2003. En Alemania, en aquella época, no había ninguna escuela de dirección de empresas con prestigio internacional. Este dato podía hacer pensar que aquel país quizá no fuera el mejor contexto para poner en marcha una institución como el IESE. Sin embargo, la visión magnánima de D. Javier, junto con su aliento constante, fueron esenciales para el desarrollo de aquella iniciativa. Siempre nos ayudaba a pensar a largo plazo. En una ocasión me preguntó por las gestiones para conseguir un inmueble. Le expliqué las dificultades. Su respuesta fue clara: “Seguid buscando con constancia. Estoy seguro de que pronto conseguiréis un magnífico inmueble en el centro de Munich”. De nuevo, su visión se hizo realidad.

La magnanimidad de D. Javier no se limitaba a plantear proyectos de cierta dimensión, sino que buscaba, principalmente, un impacto positivo en las personas. En el caso del IESE, en los empresarios y directivos que participan en los diversos programas. Por este motivo, siempre  nos animaba a pensar cómo podíamos ayudar a alumnos y antiguos alumnos en su desarrollo personal y espiritual, no sólo profesional. Nos habló con frecuencia de la importancia de las virtudes cristianas en la vida empresarial. Así, en un discurso en el Simposio de Etica, Economía y Empresa celebrado en el campus de Barcelona en Mayo de 2008, nos abría una perspectiva de las virtudes del empresario muy atractiva. Son sus palabras: “Recordad a los empresarios la importancia de ser coherentes con las propias convicciones, ejemplares en la conducta, amables en el modo de tratar a los subordinados, solícitos en la formación de los colaboradores, justos a la hora de organizar el trabajo y de valorar la actividad realizada, prudentes para resolver los problemas que se presenten, fuertes para afrontar las dificultades.”

El sentido magnánimo que D. Javier ponía en todos los proyectos movía a pensar en grande y, al mismo tiempo, a avanzar con pasos concretos pensando en el bien específico que aquellos proyectos podían lograr.

 

Visión universal e interés por cada persona

Al hablar con D. Javier del trabajo del IESE en algún país, se notaba que lo tenía en su corazón y que rezaba por cada persona.

En una ocasión, pude hablarle de un empresario conocido de la India que ofreció la sede de su empresa en Bangalore para organizar allí programas del IESE. Era una oportunidad para explorar nuevos proyectos en la India. Observé que, a pesar de las dificultades de la iniciativa, su corazón universal se ilusionaba con aquel proyecto de gran alcance. Recordó con afecto a aquella persona y nos pidió que le agradeciéramos su ofrecimiento. Al mismo tiempo, nos dijo, como siempre, que estudiáramos con libertad la conveniencia de plantear una actividad más estable en India.

En el trato con D. Javier, llamaba la atención de que, junto a su visión universal, estaba muy presente su deseo de servir e interesarse, por amor de Dios, en cada persona. En una de sus visitas al IESE coincidió con un conocido profesor de Dirección de Empresas de la Universidad de Stanford, quien quiso saludarle. Inmediatamente, Mons. Echevarría se interesó por su trabajo en aquella universidad y le escuchó con gran afecto. En un momento determinado, Mons. Echevarría le dijo que tenía admiración por el estupendo trabajo que hacía Stanford. Le animó a seguir trabajando con empeño, pensando en el impacto mundial que tienen la enseñanza y la investigación que se realiza en aquella institución. Aquel profesor se quedó removido por el interés y la cercanía de D. Javier, incluso en un encuentro que duró pocos minutos, así como por recordarle con claridad la misión de Stanford. D. Javier combinaba de manera natural una gran visión universal con el interés por cada persona y por las cosas concretas, en un equilibrio verdaderamente difícil.

Siempre tuve la impresión de que en los proyectos del IESE, D. Javier nos precedió con su oración, su deseo de servir a las almas, y su capacidad de ilusionarnos con nuevos horizontes. Tenía muy vivo un sentido de misión para hacer de la Universidad de Navarra el instrumento de formación, generación de conocimiento y servicio que quiso san Josemaría. En su trabajo como persona de gobierno, como en tantas otras facetas, D. Javier nos ha dejado un legado riquísimo y un ejemplo imborrable.

 

19/01/2018
Acto homenaje en memoria de Javier Echevarría,
Gran Canciller de la Universidad (1994-2016)