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El término envejecer

30/02/2021

Publicado en

Diario del AltoAragón

Gerardo Castillo |

Profesor de la Facultad de Educación y Psicología

El término “vejez” designa una etapa de la vida, tan válida como las demás. Así se sigue considerando en los tratados de Psicología evolutiva. Sin embargo, actualmente es un término peyorativo. Decirle a alguien que es viejo puede interpretarse como un insulto y por ese motivo se recurre a eufemismos como “la tercera edad”, “la edad de oro” y “nuestros mayores”.

Afortunadamente, el aumento de la esperanza de vida está dando más protagonismo social a los mayores que en épocas históricas anteriores. Ahora cuentan socialmente más, por ser una amplia población de consumidores y de votantes. No obstante, subsiste un prejuicio sobre esta edad: verla solo como una carga. Una sociedad utilitarista, como la actual, no puede entender una etapa aparentemente improductiva.

Los males de la vejez no provienen únicamente de la mencionada minusvaloración social y de la progresiva pérdida de facultades físicas y mentales: también cuentan mucho algunas actitudes personales. De alguna manera, la felicidad o infelicidad en el proceso de envejecimiento depende de uno mismo. Hay viejos de 20 años y jóvenes de 80.

Para André Maurois: “La vejez está más todavía que en el cabello blanco y en las arrugas, en ese sentimiento de que es demasiado tarde, de que la partida está ya jugada, de que la escena pertenece en adelante a otra generación. El verdadero mal de la vejez no es el debilitamiento del cuerpo; es la indiferencia del alma” (Un arte de vivir). El mal es la falta de esperanza y la renuncia a seguir aprendiendo. Para Azorín, “la vejez es casi tan solo la pérdida de la curiosidad”.

El “De Senectute” (Acerca de la vejez) de Cicerón muestra a Catón el Viejo, un vigoroso anciano de 84 años, conversando con dos jóvenes discípulos suyos. Catón atribuye los defectos achacados comúnmente a la edad, al propio individuo, y no a la vejez en sí misma. Para Cicerón el viejo no puede hacer lo que hace un joven, pero lo que hace es mejor.

Envejecer bien requiere aceptar la vejez y ser realista sobre las propias posibilidades. Un defecto frecuente de la persona mayor es aspirar a las mismas hazañas de su época joven, por ejemplo, ascender a las mismas cumbres; la frustración y el fracaso le revela que el tiempo no ha pasado en vano. También se suele dar el defecto contrario, el de autolimitarse, pensando que ya no se puede dar más de sí. Hay testimonios que lo desmienten. Uno es el de Pau Casals, el genial violonchelista, que se mantuvo activo hasta los 90 años. Otro es el del pintor Pablo Picasso, que a sus 80 años sequía trabajando 14 horas diarias. Estos dos casos son excepcionales, pero muestran que en la tercera edad no se apaga totalmente el talento relacionado con lo que nos apasiona.

En el arte de envejecer cuenta mucho mantenerse activo, tanto física como psíquicamente. Órgano que no se ejercita se atrofia. Un ejercicio físico adecuado a las posibilidades de cada persona (aunque se reduzca a un paseo diario), mantiene la fuerza muscular, la rapidez de los reflejos y la capacidad de reserva de los aparatos respiratorio y circulatorio. Por el contrario, el sedentarismo y la ociosidad permanente originan obesidad y somnolencia. Para la ejercitación psíquica es aconsejable la lectura, los pasatiempos, y las tertulias con amigos. Pero ejercer como abuelos suele ser una de las mejores terapias contra la baja autoestima frecuente en la vejez.

La actual situación laboral de muchas familias (trabajo profesional a tiempo completo tanto del padre como de la madre) ha coincidido con el alargamiento de la vida de los mayores. Muchos padres jóvenes que no pueden conciliar trabajo y familia, están contando con la colaboración de los abuelos en el cuidado de los niños. Con su disponibilidad y capacidad de sacrificio estos abuelos están borrando la imagen del «abuelo florero»; ahora son miembros activos y necesarios de la familia. La ilusión de ejercer como abuelo es un ingrediente de la felicidad.

Para envejecer de forma dichosa, las personas mayores necesitan la ayuda de los demás, sobre todo de su familia. No basta la ayuda en lo material; necesitan sentirse escuchados y comprendidos en sus circunstancias de edad, de salud y de posible soledad. Los mayores necesitan vivir en un ambiente de aceptación y amor incondicional. Es el ambiente de la familia, o, en su defecto, el que más se acerque a lo familiar.