Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología
Réquiem por la pérdida de la edad de la inocencia
Como se sabe, el término réquiem (de origen latino) se vincula al descanso eterno del alma de una persona difunta: “Requiem aeternan dona eis, Domine” (concédeles el descanso eterno, Señor). Ha sido tema de sublimes composiciones musicales, como, por ejemplo, el réquiem de Mozart, y el de Verdi.
La pérdida progresiva de la edad de inocencia en nuestra sociedad pseudoliberal, ¿no sería un buen tema para componer un réquiem, referido no ya a los difuntos, sino a los vivos que lamentan no haber tenido infancia?
Narodowski sostiene que la cultura mediática está provocando nuevas identidades infantiles, como, por ejemplo, la de la “infancia hiperrealizada”: los niños atraviesan de forma vertiginosa el período infantil de la mano de las nuevas tecnologías, adquiriendo un saber instrumental superior al de muchos adultos.
Los niños de hoy se sienten autosuficientes; creen que no necesitan la ayuda de los adultos para informarse, ya que con el ordenador pueden llegar a saberlo todo. Esta actitud les puede crear problemas de conducta inéditos. Por ejemplo: déficit de atención, hiperactividad, ansiedad y fobia social.
¿A qué edad es aconsejable que los niños empiecen a manejar los dispositivos digitales? Los padres que lo permiten desde los cinco años se quedarían muy asombrados si supieran que Bill Gates y Steve Jobs sólo lo autorizaban a su hijos a partir de los 12 años, por considerar que les podía hacer mucho daño. Preferían que los niños leyeran y jugaran.
La infancia de ahora suele ser menos inocente y feliz que la que evocó con nostalgia Antonio Machado en su poema “Retrato” (1906):
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/ y un huerto claro donde crecía el limonero”.
Muchos años después el poeta volvió a evocarla en su último verso, encontrado casualmente en un papel arrugado dentro de su bolsillo, tras su fallecimiento en el exilio de Colliure: (1939) “Estos días azules, y este sol de la infancia”.
Importa aclarar que la infancia es la etapa de “ser -niño”, y no la de “no-ser aun adulto.” Estamos asistiendo al regreso de un viejo mito que parecía superado: el del niño como adulto en miniatura (o a escala). Se vuelve a ignorar que el niño tiene personalidad propia, diferente de la del adulto. También se olvida que la esencia de la infancia es la inocencia.
La inocencia propia de los niños pequeños es ausencia de malicia. Aún no conocen el engaño ni el disimulo; son sencillos y confiados; tienen deseo continuo de saber, como lo prueba su insaciable curiosidad, que surge ya hacia los cuatro años, con la edad de los “porqués”. No contestar a sus preguntas (por comodidad paterna) es matar esa curiosidad, lo que tendrá serias consecuencias para la vida futura.
La inocencia infantil no se corresponde con los prejuicios de muchos adultos, que la ven como ignorancia, inmadurez, e ingenuidad, que deben ser corregidas cuanto antes, (a pesar de que los niños se resisten a abandonar las creencias que anidan en su fantasía).
A un niño de cinco años un compañero de diez le dice en el colegio que no existen los Reyes Magos. El primero, sin inmutarse, contesta: “pues mi mamá sí cree y tiene 40”.
El estado de ignorancia se ha de superar, mientras que la inocencia es un valor intemporal que se debe proteger a lo largo de la vida. Se puede ser inocente y muy experimentado a la vez.
Las nuevas tecnologías potencian valiosas habilidades aplicables al aprendizaje, pero si se usan mal o de forma abusiva, pueden frenar algunos talentos necesarios para crecer armónicamente, entre ellos la imaginación.
El cineasta Robert Redford, tras jubilarse, se dedicó a promover y dirigir películas solo para niños, movido por la nostalgia de la infancia perdida. Lo justificó así: “La infancia es un mundo de magia. Quiero recuperar esa magia que está siendo oscurecida por la tecnología, despertando al niño que llevo dentro”.
Despertar al niño interior es una ilusionante tarea para todos en todas las edades de la vida. Antonio Machado proponía un permanente diálogo con el hombre que cada uno lleva dentro.