Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
A propósito de la celebración de centenarios
Celebración de efemérides centenarias desde hace cuatro siglos: 1617
Actualmente, día a día, resulta difícil encender la radio o la televisión, o abrir cualquier revista, periódico o medio digital sin vernos bombardeados por noticias de algún aniversario. Los cien años de una batalla o una guerra, los trescientos de la muerte de un artista, los doscientos de la fundación de una ciudad o construcción de un palacio … etc. La historia parece escribirse cada vez más con motivo de centenarios que, por supuesto, generan libros, catálogos de exposiciones, videos, reportajes de todo tipo, camisetas y todo un conjunto de artículos de recuerdo, en un auténtico frenesí conmemorativo.
La costumbre de la celebración de estas conmemoraciones parece tener su primer referente en Alemania, concretamente en Sajonia, hace cuatrocientos años. El testimonio es un impreso editado en 1617 en Leipzig, para conmemorar y recordar lo que había ocurrido cien años antes, en 1517, cuando Lutero cogió un martillo y clavó lo que en la práctica era su manifiesto religioso –sus 95 tesis- en la puerta de un templo, desencadenando la Reforma protestante. La gran hoja impresa en 1617, representa aquel pasaje histórico y se realizó para festejar los cien años de aquel hecho, aunque también encerraba otros contenidos. Como señala Neil MacGregor, director del British Museum, al estudiar el impreso en su libro Historia del Mundo en 100 objetos, durante los inicios del siglo XVII, se vivía la preparación para la guerra, ya que los protestantes europeos afrontaban un futuro incierto y peligroso, pues desde Roma se había preparado un rezo público en aras a la extirpación de la herejía y la reunificación de la cristiandad, en un claro toque para levantarse en armas contra la Reforma.
Aquella celebración centenaria daría lugar a otras, de modo muy especial por parte de destacadas instituciones y a la cabeza la Compañía de Jesús que, al cumplir el centenario de su fundación, en pleno Barroco triunfante, del que los jesuitas eran parte muy principal y responsable, publicaron a todo lujo con ilustraciones grabadas de emblemas, en la provincia flamenca la famosa edición de Imago primi saeculi Societatis Iesu a Provincia Flandro-Belgica eiusdem Societatis Repraesentata.
La capilla de San Fermín cumple trescientos años
Hace unos días el profesor y archivero José Luis Molins, máxima autoridad en lo que se refiere a conocimientos sobre la capilla de San Fermín y su contextualización histórico-artística, trazó, en sendas intervenciones, unas elaboradas y acertadas reflexiones acerca de la construcción del edificio (1696-1717) y su reforma (1797-1805).
Dos momentos para sendas estéticas y mentalidades. El primero correspondiente al Barroco castizo y ornamental, de un arte para los sentidos que se dejaban cautivar por el color, el movimiento y la retórica, en definitiva por la contemplación de un auténtico caelum in terris. El segundo, en el contexto de una España dominada por las reformas de la Ilustración y las formas del academicismo, en donde todo lo anterior debía ser relegado en aras a un arte totalmente racional, vigilado y defendido a ultranza por la Real Academia de San Fernando. Justo antes de la reforma de la capilla, en 1785, hay que situar la poderosa opinión del que fuera secretario de la Real Academia, Juan Antonio Ceán Bermúdez, que tras su paso por Pamplona dejó sentenciadas algunas obras, al expresarse en estos términos: “siento haber visto en la Parroquial de San Lorenzo el monstruoso ornato de la Capilla de San Fermín, y el indecible maderaje de los retablos amontonados y extravagantes de San Saturnino. No hay en la Iglesia del Carmen cosa razonable a donde volver los ojos, pues empezando de la clásica monstruosidad del retablo mayor, así por la arquitectura, como por la escultura, siguen los otros por el mismo término”.
En ambas ocasiones -construcción y gran reforma- el Regimiento pamplonés, procuró lo mejor, recabando planos, opiniones y juicios a maestros de la ciudad, un ingeniero extranjero y destacados artistas las regiones cercanas (La Rioja, Zaragoza, Guipúzcoa) e incluso desde la corte madrileña. El objetivo siempre fue lograr lo mejor y sorprender y maravillar a quienes contemplasen el monumento.
Para la construcción del edificio se acudió a numerosos medios de financiación, con fondos que la ciudad canalizó en el ejercicio de su patronato, con la participación de miembros de la Real Congregación de San Fermín de los Navarros, establecida en Madrid en 1684, diversos indianos capitaneados por grandes personajes como el conde de Lizarraga desde Filipinas o, un poco más tarde, por el marqués de Castelfuerte y virrey del Perú don José Armendáriz. Las gentes sencillas también aportaron su trabajo personal y gratuito con sus propias manos o con sus caballerías.
Fiesta en las calles pamplonesas en 1717
Una edición de carácter festivo salida de las prensas pamplonesas con motivo de la inauguración de la capilla de San Fermín, nos da cuenta de cómo se vivieron los festejos en aquellos momentos, como una especie de bálsamo. El citado José Luis Molins publicó la síntesis de todo lo vivido por los pamploneses en unos apretados días de festejos de 1717, en un contexto en que las ciudades competían con la capilla de su santo patrono y las dimensiones y magnificencia de su plaza mayor, lugar por excelencia para el desarrollo de la fiesta. No se rivalizaba en tiempos del Barroco ni con las catedrales como en la Edad Media, ni con los equipos de fútbol de nuestra época.
Los suntuosos y llamativos arcos y altares monumentales levantados por las calles para la ocasión estaban repletos de naturalia atque artificialia, con objetos riquísimos, tapices, joyas, bordados, piezas de plata. La competencia con todas aquellas arquitecturas efímeras levantadas por parroquias y órdenes religiosas queda patente en la crónica y sus descripciones.
En definitiva, aquella ocasión fue el mejor pretexto y oportunidad para organizar unos festejos sin precedentes en aras a alcanzar el verdadero climax de la cultura del Barroco, que encontró en aquellas celebraciones un aliado fundamental, con los recursos del impacto sensorial que atrae, y deslumbra mediante la grandilocuencia, el ornato, la desmesura, la extravagancia, los cortinajes que encubren… etc. Todo encaminado a conmover, impresionar, enervar y, en definitiva, a provocar sensorialmente al individuo, marcándole conductas. En aquel contexto de dirigismo social, los arquitectos, los pintores, los músicos, los moralistas y los políticos actuaron en la misma dirección. Como recuerda Maravall, “lo oscuro y lo difícil, lo nuevo y desconocido, lo raro y extravagante, lo exótico, todo ello entra como resorte eficaz en la preceptiva barroca que se propone mover las voluntades, dejándolas en suspenso, admirándolas, apasionándolas por lo que antes no habían visto”.
Es necesaria una monografía condensadora de los valores materiales e inmateriales de la capilla de San Fermín
Una monografía sobre la capilla editada en 1974 por la Institución Príncipe de Viana y el Ayuntamiento de Pamplona, obra de José Luis Molins, se encuentra totalmente agotada. Se echa en falta, a fortiori en este año, una nueva edición, convenientemente corregida y aumentada, en diferentes formatos, con materiales gráficos en color, recogiendo las ideas y novedades que su autor expuso en las conferencias mencionadas. Resulta necesaria para cuantas personas acuden a contemplar la imagen y capilla de ese signo de identidad de Pamplona y Navarra que es San Fermín. Aprender, reflexionar, valorar y degustar cuanto encierra el trisecular edificio, así como sus valores inmateriales se puede y debe difundir, pero previamente resulta imprescindible la realización de estudios serios, metódicos y rigurosos que estén al alcance no sólo de los historiadores, sino de todos los ciudadanos.
Al hilo de esta reflexión, no ha mucho tiempo que leí un artículo firmado de Esteban Hernández en un conocido medio digital. Reflexionaba su autor sobre cómo nos encaminamos hacia una sociedad perezosa y apática, en donde lo cómodo es lo visual y en la que la falta de tiempo y acumulación de otros estímulos han transformado nuestras mentes, incapaces de mantener la atención durante un tiempo prolongado. En este contexto y con unos competidores muy potentes -videojuegos, redes sociales-, el libro, como objeto de conocimiento y parte fundamental en la formación personal y social de las personas, parece que va perdiendo su lugar, a raíz de la búsqueda del entretenimiento sencillo y divertido que gana terreno. Ante ese panorama hay que defender y reivindicar los libros, naturalmente en sus diferentes formatos, ya que la cultura que encierran no puede morir, ni la sociedad puede regresar a la ignorancia, al sustituir la cultura animi en expresión ciceroniana, por otra mucho más pobre.
El conocimiento del patrimonio cultural expresado en publicaciones serias y rigurosas es prioritario en aras a conocer nuestro pasado, vivir el presente y proyectar el futuro. Unamuno escribió que “sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe”, en tanto que Francis Bacon, hace tres siglos, recordaba que “las personas vanas e indolentes afectan despreciar las letras, los hombres sencillos las admiran sin tocarlas y los sabios las usan y las honran”.