Francisco Javier Novo, Profesor del departamento de Bioquímica y Genética
Celebrando el Día del ADN
A principios de este mes se publicaba un artículo científico según el cual investigadores norteamericanos han logrado curar ratones que padecen una enfermedad genética. Los científicos inyectaron en los animales unas moléculas capaces de corregir "erratas" en el genoma con gran precisión, cambiando así la mutación causante de la enfermedad por la letra correcta en el gen en cuestión. Esta tecnología viene siendo perfeccionada desde hace unos años y, de hecho, ya en 2011 había sido nombrada "tecnología del año" por la prestigiosa revista Nature Methods. Lo especial de esta nueva investigación es que por primera vez se utiliza para curar una enfermedad hereditaria en un animal, modificando el genoma de sus células con gran eficacia.
Cuando, hace ahora trece años, el Proyecto Genoma Humano publicó la versión "definitiva" de nuestro manual de instrucciones, la secuencia de los tres mil millones de letras que componen nuestro genoma, pocos pensábamos que en tan breve lapso de tiempo contaríamos con la tecnología adecuada para modificarlo con tanta precisión. Hoy entrevemos que la corrección genómica aplicada a seres humanos no es algo tan lejano, por lo que la celebración del "Día del ADN" me parece un momento idóneo para detenernos a reflexionar sobre las implicaciones médicas, éticas y sociales que esto puede traer consigo. Las ventajas médicas son incuestionables: la curación de enfermedades hereditarias. Pero nuestro genoma también contiene "letras" que, sin provocar directamente una patología, aumentan de forma significativa el riesgo de sufrir enfermedades muy frecuentes (cardiovasculares, degenerativas). La corrección de esas "erratas" en momentos iniciales de la infancia, o incluso en la etapa fetal, contribuirá a disminuir drásticamente la prevalencia de estas enfermedades que, en conjunto, constituyen una de las principales causas de muerte en sociedades desarrolladas. Todo esto, ligado a mejoras en la prestación sanitaria y en el control de factores ambientales, llevará a una prolongación significativa de las cifras de longevidad y a una miríada de cambios sociales cuyo impacto es difícil prever.
Asimismo, será inevitable la discusión sobre "el límite" porque cuando sea posible corregir una mutación causante de una enfermedad, también se podrán cambiar letras para mejorar otros rasgos que no tienen especiales implicaciones médicas, como el color de los ojos o la estatura. Lo cual conlleva el riesgo evidente de favorecer una cierta mentalidad eugenésica cuyas consecuencias son también difíciles de anticipar, especialmente en el campo de la discapacidad.
Y, finalmente, quedará la no menos importante cuestión del acceso universal a estas nuevas tecnologías dentro de la cobertura de unos sistemas de salud probablemente sobrecargados, procurando evitar desigualdades por razones geográficas, económicas o culturales.
Estoy convencido de que todos estos temas y otros que probablemente se me escapan estarán en plena discusión allá por el año 2036 cuando celebremos los veinticinco años de la publicación de la secuencia de nuestro genoma. En mi opinión, es importante que comencemos a debatir todas las ramificaciones éticas, legales y sociales que traerán consigo porque, sin duda, van a cambiar nuestro modo de organizarnos como sociedad. Y debemos asegurarnos de que el cambio sea para mejor.