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Antígona y la necesidad de una justicia prudente

VIRTUDES | Esta tragedia griega sigue vigente y plantea que sin prudencia no hay justicia

24/07/2025

Publicado en

Expansión

Alejandro Martínez Carrasco |

Profesor del Departamento de Ciencia Política y Sociología


Profesores de la Facultad de Filosofía y Letras publican a lo largo del verano en la serie "Líderes en la ficción", del periódico Expansión. Semanalmente, nos acercan las virtudes de distintos personajes de la literatura.


La ciudad griega de Tebas acaba de vivir una terrible batalla en la que fallecen Eteocles y Polinices, los dos hijos varones de Edipo, anterior rey. Como sucesores suyos se había acordado que Eteocles y Polinices se alternaran en el gobierno, pero al finalizar el plazo establecido Eteocles decide mantenerse en el poder. Como respuesta, Polinices marcha sobre Tebas con un ejército extranjero y en la batalla mueren ambos. Creonte, tío de ellos, constituido en máxima autoridad de la ciudad, decide enterrar con honores a Eteocles y castigar a Polinices condenándolo a no ser enterrado. Las dos hermanas de los fallecidos, Ismene y Antígona, se lamentan por el destino del cadáver de Polinices, pero solo Antígona se atreve a desobedecer la prohibición y dar la honra fúnebre que la religión griega exigía. Una vez descubierta es condenada a muerte, el castigo decretado por su tío para quienes le desobedecieran.

En esta tragedia se plantean muchos conflictos complejos que siguen siendo actuales. ¿Por qué Creonte decide privar a Polinices de la sepultura en contra de la conciencia moral y religiosa común de los griegos, que ve un deber sagrado en los ritos fúnebres? No lo hace por capricho, sino porque Polinices atacó Tebas con un ejército extranjero, actuó como un traidor que quería obtener el poder por medio de la violencia. Creonte es responsable de la preservación de la comunidad, y para ello es fundamental castigar al que la pone en peligro; el acto de Polinices era muy grave, y no reconocer esta gravedad y actuar en consecuencia hubiese revelado a un Creonte débil e irresponsable. Pero Creonte se muestra como un gobernante con claro sentido de sus responsabilidades y actúa en conciencia según lo que él considera justo y razonable.

¿Y por qué Antígona decide ir contra la ley promulgada por Creonte, sabiendo que ponía en riesgo su propia vida? Ella apela a las leyes eternas no escritas, las tradiciones religiosas que mandan enterrar piadosamente a los muertos, que considera que son superiores y prevalecen sobre las leyes civiles. Además ella es hermana del castigado, por lo que tiene una mayor responsabilidad. Igual que Creonte, Antígona se mueve por un claro sentido del deber y la responsabilidad y actúa en conciencia según lo que ella considera la justicia superior y más sagrada. Las motivaciones y acciones de ambos parecen bastante razonables y defendibles, y ninguno de ellos se mueve por motivos arbitrarios o egoístas. Creonte por supuesto conoce los motivos que mueven a Antígona. ¿Por qué decide condenarla a muerte? Un desafío tan directo a la autoridad y a la ley, fundamento de la comunidad, no puede quedar impune si se quiere defender la vida común de la ciudad, el valor cuya custodia tiene él encomendada: de nuevo en esta decisión se muestra como un gobernante atento a sus responsabilidades.

Sería un error ver en este conflicto entre Creonte y Antígona un conflicto simplemente entre la autoridad y la libertad o autonomía individual de los súbditos que pueden tomar decisiones por su cuenta si no les parece bien lo que la autoridad manda. Sea un país, una empresa o cualquier institución, parece esencial la figura de autoridad que ordena y guía, y que los demás secundan; es fundamental que el que manda actúe con responsabilidad y justicia para que el grupo funcione, y a la vez es fundamental que los demás reconozcan y acaten esa autoridad para evitar la disgregación del grupo y que cada uno actúe por su cuenta. Pero Antígona jamás apela en su decisión meramente a su libertad individual o a su derecho a tomar decisiones por su cuenta. A lo que ella apela siempre es a las leyes recibidas por la tradición ética y religiosa, compartidas y aceptadas por todos, y a sus lazos familiares: dos instancias que son reales, no sujetas a la voluntad individual y de las que emanan acciones exigibles.

A Creonte no le faltó ni sentido de la responsabilidad ni sentido de la justicia en su decisión, pero en el desarrollo de la historia se aprecia lo erróneo de su actitud y sus consecuencias desastrosas. Entonces, ¿qué le faltó? Posiblemente le faltó prudencia, la virtud que nos permite estar atentos a la realidad concreta, adaptarnos a ella y decidir en cada caso concreto la mejor acción posible, con la conciencia de que las decisiones humanas son falibles y debemos estar dispuestos a aprender y corregirnos. Varias personas, además de la propia Antígona, intercedieron en su favor, haciendo ver a Creonte que ella no actuaba por rebeldía o capricho, sino por atención a elementos muy reales que ella no podía desoír y que, en su nivel, formaban parte de la misma comunidad por la que Creonte debía velar. Pero Creonte se muestra en estas ocasiones obstinado, excesivamente orgulloso y seguro de sus propias razones, reacio a escuchar a los demás, ciego a la realidad en su concreción y amplitud y a los elementos que debía tener en consideración para una decisión más razonable y justa. Al final acaba cediendo y rectificando, pero cuando ya era demasiado tarde.

Sin prudencia no puede haber decisiones verdaderamente justas, porque partiríamos de principios excesivamente generales y abstractos que podrían traducirse en una gran injusticia. Debemos prestar cuidadosamente atención a la realidad en la que nuestras decisiones se mueven, y a esto apunta la virtud de la prudencia. Dentro de las múltiples facetas que implica la prudencia, hay dos que son especialmente relevante para directivos y cuya carencia hemos encontrando en Creonte: la disposición constante a aprender y corregirnos, para lo cual es imprescindible saber escuchar a los demás para poder ver mejor la realidad y ampliar nuestra perspectiva; y ser conscientes de que hay una decisión que tomar y la conveniencia de tomarla en el tiempo oportuno, ni demasiado pronto ni demasiado tarde: el precipitado, el indeciso o el reacio a reconocer errores y rectificar son ejemplos de falta de prudencia y pueden hacer mucho daño en las empresas.