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Ricardo Fernández Gracia,, director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra.

Ángeles músicos en el Barroco navarro

   

lun, 23 nov 2015 12:12:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

La presencia de los ángeles músicos es una constante en la iconografía cristiana, con un gran desarrollo en la época gótica. En la etapa barroca, cobró una dimensión especialmente sensorial, por el apego del estilo al color, las escenografías, las visiones, la teatralidad, el movimiento y las metamorfosis. Los encontramos en cúpulas y cubiertas, en las escenas de la Natividad, en los cielos rotos de las escenas de los martirios de los santos, junto a las celestiales visiones de Santa Teresa, Santa Cecilia y otros bienaventurados y, ¡cómo no!, en las impresionantes cajas de nuestros órganos.

En simpar paralelismo con las fuentes escritas y los sermones del momento, la presencia de los ángeles músicos ambientó, de modo particular, aquellos espacios de capillas e iglesias que se mostraban ante el público como verdaderos cielos en la tierra y escenografías sacras. Velas, flores y música interpelaban a los sentidos y hacían de aquellos interiores, auténticos paraísos, según leemos en muchos sermones y relaciones festivas. Cuando los sonidos no se escuchaban, la visión de los intérpretes celestiales compensaban y llevaban al pensamiento aquellos conjuntos sonoros de voces e instrumentos.

En sintonía con los textos literarios

Recordemos, a modo de ejemplo y como referencia literaria para la contemplación de las escenas la Navidad, un texto de fray Diego de Vega en su libro Paraíso de la gloria de los santos, editado en Valladolid en 1607, en donde escribe sobre el nacimiento de Cristo: "En la Natividad quiso Dios entrar en el mundo como Supremo Rey y bajó consigo su Capilla Real, y también para que entendiesen los hombres que venía, no de guerra, sino de paz, no a castigar, sino a perdonar, no a usar de la justicia, sino de la misericordia. Al fin, para dar a entender que venía vencido de amor, viene a la tierra cantando. Es muy propio de enamorados andar de noche con música. Estáis vos durmiendo en vuestra casa, oís a la media noche en el barrio una música de guitarras y voces muy bien concertadas y luego, sin más discurso decís: música en nuestro barrio, y a media noche y con escarcha y el frío: amores son estos, que me maten si algún enamorado no anda por aquí. ¡A!, buen Dios y si me diarades en esta ocasión una lengua igual al pensamiento que pudiera decir todo lo que el pensamiento concibe. Música y a la media noche y en el mayor rigor del invierno, cuando el mundo estaba todo nevado. Música de ángeles en este arrabal del mundo, donde no se suelen oír sino llantos y voces tristísimas. ¡Qué pueden ser sino amores!, que me maten si algún enamorado no anda por aquí, yo apostaré que es Dios, que aficionado de nuestra naturaleza ha venido al mundo con aquel disfraz. Vuestros amores, mi Dios son los dueños desta música, que aficionado de mi alma la andáis recuestando. El amor es, Señor, quien os trae del cielo al suelo, el amor quien os ha hecho hacer tales disfraces, el amor quien os ha traído al hospital y a tanta pobreza, que nazcáis hoy en un establillo, que os envuelvan en pobres mantillas, que os reclinen en un pesebre, que estéis entre bestias". A los ángeles se suman en ocasiones pastores con instrumentos, como el que toca la gaita en el relieve del Nacimiento del retablo mayor de Los Arcos.

En grandes conjuntos escenográficos

Unos lugares en donde no podían faltar los ángeles con partituras o instrumentos musicales son las cúpulas y bóvedas de capillas y templos, por su ambientación y simbología celestial. Mucho se ha perdido y es difícil calcular cuántas de estas pinturas al fresco están todavía bajo los encalados decimonónicos. Entre los ejemplos conservados y que contienen ángeles músicos citaremos los más señeros. La capilla de la Inmaculada en el antiguo templo de los jesuitas de Tudela, hoy parroquia de San Jorge. Junto al retablo y un friso con los epítetos de las letanías, en las alturas de su cúpula se explayan unos cuantos ángeles músicos. Su realización, en las primeras décadas del siglo XVIII, está muy cerca de los fresquistas aragoneses de la familia Plano, aunque también puede ser obra de José Eleizegui, autor de las pinturas del camarín de la Virgen del Yugo y el único pintor establecido en la ciudad capaz de enfrentarse a semejante conjunto.

En Miranda de Arga, dando ambientación al retablo mayor se han conservado parte de las decoraciones murales, no todas, como el famoso ¿asomado" del que habla Iribarren y hay que identificar con algún personaje en balcón con celosías como el de Viana o de la cercana capilla del Pilar de Calahorra, ambas obras de Francisco del Plano. Pese a su desaparición parcial, aún podemos contemplar a ambos lados del ático del suntuoso retablo barroco un conjunto de ángeles cantores e instrumentistas, realizados, hacia 1760, por Pedro Antonio de Rada y José o Manuel del Rey, según el profesor Echeverría Goñi.

Otra cúpula que conserva este tipo de decoraciones escenográficas es la de la capilla de San Francisco de Paula de los Mínimos de Cascante. En este caso, la pintura es de inferior categoría, destacando la representación del órgano, si bien parece que quien interpreta es la misma Santa Cecilia.

Algunos áticos de retablos, como el de la Virgen del Camino de Pamplona (1766), se convierten en lugares en donde ángeles con instrumentos de cuerda y viento armonizan los conjuntos celestiales que allí se representan con presencia de santos, la Trinidad y otras representaciones en torno a la Virgen.

Las cajas de los órganos

Las cajas de los órganos se convirtieron en los siglos del Barroco en signos de riqueza, ostentación y lujo, y formaron parte de la concepción globalizante de las artes que atribuye a la vista una importancia primordial. La imagen y la música quedaron asociadas con la palabra cantada y con una sensualidad más o menos patente, en línea estética de la liturgia del momento, en aras para conmover oyentes y excitarlos a más piedad. Como no podía ser de otro modo, las jerarquías angélicas pueblan las cajas de los órganos, ya que en su interior los tubos imitan sus cantos e instrumentos celestiales. En plena cultura del Barroco, tan íntimamente aliada con los sentidos, las voces y sones del órgano constituían uno de los medios más sensuales y atractivos para la fascinación de quienes asistían a las ceremonias dentro del templo. Caja e instrumento estaban llamados a guardar una especial sintonía.

Lo más usual es que pequeñas esculturas de ángeles tomen los instrumentos de cuerda o viento y simulen que están ejecutando. La caja más poblada de esos seres alados es, sin duda la de Tafalla, obra de Juan Ángel Nagusia, realizada en 1735 según diseño de Juan de Lesaca. En menor grado encontramos esos pequeños ángeles en la caja rococó de Los Arcos, de Diego de Camporredondo.

Sin embargo, en otros casos, la escultura cobra mayor protagonismo al presentarnos auténticas obras de escultura policromada, como ocurre en los aletones del órgano abacial de Fitero, finalizado en 1660, según la gran inscripción que lo corona. Una decoración con palmas, frutos y ángeles y mancebos con instrumentos hablan de triunfo, abundancia, concierto musical y armonía celestial.

En los remates de los órganos resulta frecuente encontrar esculturas de ángeles o alegorías de bulto redondo redondo con instrumentos de viento, como ocurre en Sesma, Fitero, Huarte Araquil, desaparecido de Villava, Santesteban, Isaba, Larraga o Peralta, entre otros ejemplos.

En la pintura de caballete

En la pintura de caballete, los ángeles ora cantando, ora interpretando tendrán su lugar muy especial en las zonas superiores de las composiciones. Entre los primeros destaca el coro angélico del lienzo de la Comunión de la Virgen de los Carmelitas Descalzos de Pamplona.

La producción de Vicente Berdusán da buena cuenta de cómo su autor conocía los instrumentos a través de grabados, pero también mediante la observación cuanto pudiese haber contemplado en las capillas de música de las catedrales para las que trabajó, e incluso de las casas nobles que le hicieron encargos, sin olvidar algunas pinturas de escuela madrileña, en donde completó su formación y muy particularmente el lienzo de la Fundación de la Orden Trinitaria del convento Pamplona, hoy en el Louvre, en donde su maestro Carreño incorporó delicados instrumentos musicales en las manos de ángeles.

Verdaderos conjuntos instrumentales de cámara encontramos reproducidos en algunos lienzos salidos del pincel de Berdusán, como el San Martín y el tríptico del mismo santo de la catedral de Huesca, la Venida de la Virgen del Pilar de las Capuchinas de la misma ciudad, uno de los milagros de la vida de San Bernardo en el monasterio de Veruela, la Asunción de Viana, el lienzo del ático del retablo de las Dominicas de Tudela o la Transverberación de Santa Teresa del monasterio de Fitero.

Otras pinturas muestran detalles de preciosos instrumentos y atentos ángeles cantores con sus partituras, como el de la Imposición del collar a Santa Teresa de Pedro Orrente en El Carmen de Corella, la Fundación de la Orden Trinitaria del mencionado Carreño, la Comunión de la Virgen de los Carmelitas Descalzos de Pamplona o la Santa Juana con el Niño Jesús y un ángel músico de las Clarisas de Tudela. Sobre esta última pintura, de mediados del siglo XVII, hay que hacer notar que es la única representación en Navarra de la popular terciaria franciscana (1481-1534), de la que se publicaron biografías en el siglo XVII y algunas obras de teatro, entre ellas una de la pluma de Tirso de Molina. Por lo demás, hay que recordar que gozó de una iconografía bastante difundida, sobre todo en ambientes de la orden franciscana, que la veneró desde el siglo XVII como santa y gran doctora, e incluso como bandera a favor del misterio de la Inmaculada Concepción.