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Cómo afectan las erupciones volcánicas a la calidad del agua

23/09/2021

Publicado en

The Conversation

Carolina Santamaría Elola |

Investigadora del Instituto de Biodiversidad y Medioambiente y profesora de la Facultad de Ciencias

Las erupciones volcánicas son uno de los fenómenos naturales más espectaculares y, al mismo tiempo, más contaminantes y perjudiciales para el medioambiente. Su efecto en el área próxima al volcán es inmediato y devastador, debido a los flujos de lava, gases, materiales sólidos y avalanchas de lodo (lahares) que pueden producirse al derretirse la nieve depositada en las laderas del volcán o por fuertes lluvias mezcladas con las cenizas emitidas durante estos procesos eruptivos (Rafferti 2021).  

Pero los efectos de una erupción volcánica no solo se aprecian en las zonas más cercanas, sino que, dependiendo de su explosividad, tanto los gases liberados como el polvo de ceniza más fino, pueden ser transportados a través de la atmósfera terrestre y afectar, aunque de manera menos intensa, a ecosistemas y poblaciones situadas a grandes distancias del origen de la explosión volcánica.

La actividad volcánica puede resultar una importante fuente de contaminación del agua ya que, cuando los flujos provenientes del volcán alcanzan masas de aguas superficiales o subterráneas, los gases disueltos y las partículas sólidas arrastradas pueden afectar la calidad del agua, limitando el abastecimiento de agua potable para seres humanos y la disponibilidad de agua para animales.

Una de las principales preocupaciones de los habitantes de zonas afectadas por este tipo de fenómenos es el suministro de agua potable. Estudios realizados en áreas afectadas por erupciones volcánicas mostraron que los parámetros de calidad del agua más afectados son la turbidez, el pH y el aumento de la concentración de elementos que pueden ser tóxicos, esenciales para la vida y otros que pueden ser a la vez tóxicos y esenciales, dependiendo de la concentración alcanzada (Flaathen 2006). Por lo tanto, que las aguas superficiales sean fertilizadas o contaminadas dependerá del tipo de cenizas y de las características químicas de las aguas.

La turbidez es una medida de la pérdida de transparencia del agua, como consecuencia de la presencia de partículas en suspensión. Las cenizas producidas durante la erupción volcánica pueden incrementar la turbidez del agua si se mantienen en suspensión, aunque se irán sedimentando en el fondo de los ríos, lagos o embalses lentamente. Este aumento en la turbidez puede causar algunos problemas en las plantas de tratamiento y potabilización de aguas, ya que los procesos de filtración y la efectividad de los tratamientos de desinfección pueden verse dificultados.

En 1980 el Monte St. Helens (Estado de Washington, EEUU) entró en erupción durante unas nueve horas. La Agencia de Protección del Medio Ambiente, describió los efectos de dicha erupción en instalaciones de potabilización y tratamiento de aguas, así como una estimación de los daños sufridos por dichas instalaciones como consecuencia de dicha erupción (EPA, Volcanic activity). Según el documento, se detectaron valores de pH ácidos y elevada turbidez en aguas superficiales, pero el agua potabilizada no mostró valores anómalos de elementos que pudieran estar presentes en las cenizas.

Los cambios en el pH y el aumento de la concentración de ciertos elementos son debidos a que la parte exterior de las partículas de ceniza contiene compuestos ácidos y sales solubles en agua. En general, cuando las cenizas alcanzan masas de aguas superficiales como lagos o embalses, que contienen elevadas cantidades de agua, el efecto en el cambio de la composición del agua es despreciable (el pH generalmente no bajará de 6,5), pero este efecto dependerá de la cantidad de ceniza depositada, lo que a su vez estará relacionado con el tipo de erupción y el tiempo que dure dicho proceso. En el caso de ríos y corrientes de agua, el proceso natural de agitación inducido por la velocidad del agua permitirá que la dilución sea rápida, por lo que el cambio de pH y la elevada concentración de metales no durarán mucho tiempo, salvo en el caso de eventos eruptivos de larga duración.

Se han detectado hasta 55 compuestos solubles en aguas contaminadas con cenizas, de los cuales sodio, calcio, magnesio, cloruro, sulfato y fluoruro son los que pueden aparecer en concentraciones más elevadas (Stewart 2006). En el caso de eventos eruptivos limitados a un periodo corto de tiempo, las concentraciones de estos elementos se redujeron a valores inferiores a los establecidos en los estándares de calidad, pero en el caso de eventos eruptivos intermitentes o semicontinuos, estos valores elevados pueden llegar a ser crónicos, lo que implica la necesidad de un control exhaustivo de la calidad de dichas aguas.

Otro aspecto a considerar es qué ocurre cuando la lava llega a la costa y entra en contacto con el agua de mar. La nube gaseosa observada en estos casos estará compuesta principalmente por vapor de agua y ácido clorhídrico (HCl, gas tóxico y corrosivo) que proviene del anión cloruro presente en el agua de mar, como se comprobó en la erupción del volcán Kilauea (Hawaii, EEUU) en el año 2004 (Edmonds 2006). Por otro lado, la posibilidad de que elementos tóxicos presentes en la lava sean transferidos al agua de mar es baja, ya que se ha determinado que la fracción de lava que entra en contacto con el agua es muy pequeña, por lo que esta vía no se considera una fuente de contaminación.

Pero por muy contaminantes que parezcan estos fenómenos naturales, no hay que olvidar que la actividad antropogénica sigue siendo mucha más dañina para el medioambiente, como lo demuestra el hecho de que la actividad volcánica mundial supone apenas un 2% del CO2 que emite anualmente la actividad humana.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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