Gerardo Castillo Ceballos, , Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Redescubrir la riqueza del silencio
Hay personas que tienen una capacidad que admiro y envidio: escribir en un lugar muy ruidoso. Por ejemplo, periodistas que redactan su columna diaria en una cafetería con música a todo volumen, a la que se une el ruido de las máquinas tragaperras y los gritos del camarero pidiendo a la cocina "otra de gambas". O poetas como José Hierro, que escribió sus mejores poemas en el bar de la esquina. Sé que cuando alguno de esos escritores todoterreno ha intentado hacer lo mismo en una casa de campo en la que sólo se oye el canto de un pájaro no han podido; el silencio les perturbaba: "¡aquí ni me inspiro ni me concentro!"
El ser humano necesita momentos de silencio para conocerse mejor y ensimismarse; por eso huye del ruido excesivo y continuo que le aleja de sí mismo. Es un problema con difícil solución, ya que vivimos en un mundo muy ruidoso, empezando por el hogar familiar.
En cualquier vivienda suelen estar conectados al mismo tiempo la lavadora, el friegaplatos, la aspiradora, la radio, la cadena musical y la televisión. Como consecuencia, cada dos por tres saltan los fusibles dejando la casa a oscuras y en silencio. ¡Benditos fusibles que nos rescatan y liberan de la tortura del ruido y nos trasladan en un segundo a un mundo habitable ya perdido en el que era posible hacer vida familiar! ¿No habría que prolongar estas treguas?.
Propongo algo más realista: declarar una habitación de la casa como zona de silencio (quizá habría que forrar sus paredes de corcho). ¿Y por qué no hacerlo en las salas de espera de las estaciones de tren y de los aeropuertos con una inscripción de este tipo: "está usted en un espacio de silencio. El ruido nos pone de los nervios". No es una exageración: ¿acaso el ruido perjudica la salud menos que el tabaco?
El ruido expresa lo superficial, lo vacío de contenido, lo repetitivo; en cambio, el silencio nos remite a los mensajes profundos y auténticos. El silencio es creativo; el paso de lo conocido a lo desconocido debe darse en silencio y desde el silencio.
La sociedad actual ignora el silencio. Eso tiene consecuencias, tal como las explica M. Sánchez Monge: "no disponer de tiempos de silencio conlleva vivir al día, sin profundidad, sin preguntas o esperanzas verdaderas. Implica poca sensibilidad y falta de asombro ante algo tan maravilloso como el hecho de estar vivo. Una persona que no busca el silencio ignora para qué vive".
El hombre de hoy desconoce el gran valor del silencio, por lo que no lo busca. Y si alguna vez lo encuentra sin buscarlo no sabe qué hacer con él y se asusta: en el espejo del silencio ve reflejada una imagen de sí mismo que le sorprende y que quizá no le guste. Y en vez de afrontar esa realidad huye para refugiarse en el activismo y en las palabras inútiles.
La comunicación verdadera no se inicia con palabras, sino que nace del silencio y de la escucha, y luego madura del mismo modo: con una actitud perseverante de silencio y escucha.
El silencio es algo más que ausencia de sonido y de palabras: es una actitud humilde, respetuosa y paciente. Callando posibilitamos que el otro se exprese y renunciamos a aferrarnos a nuestras ideas y palabras. Esto es especialmente importante en el amor conyugal. Callando dejamos que trabaje el silencio. Hay momentos en los que las palabras distraen y estorban, siendo más oportuna la comunicación basada en los silencios, sobre todo a medida que los casados se hacen mayores y llegan las limitaciones propias de la edad. Ese es el mensaje de estos versos:
Cuando tú te quedes muda,/ cuando yo me quede ciego,/ nos quedarán las manos/ y el silencio./ Cuando tú te pongas vieja,/ cuando yo me ponga viejo,/ nos quedarán los labios/ y el silencio.
Esta visión del silencio es propia de los matrimonios con amor romántico. Pero, para ser realistas, conviene aludir también a los matrimonios en los que el silencio se ve de forma prosaica.
Conversación entre dos amigos:
-Hace veinte días que mi mujer no me habla.
-¡Cuidala! Mujeres así ya no existen.
Benedicto XVI escribió que el silencio brota de la plenitud que habita en nosotros, que proviene de la plenitud de Dios. Por eso el silencio es imprescindible en la oración. Añadió que la soledad y el silencio son espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas.