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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Patrimonio e identidad (37). El elefante en cinco contextos del arte navarro

vie, 18 sep 2020 11:12:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

El elefante es un animal que, excepcionalmente, aparece en el patrimonio navarro, sin embargo, sí que lo hace en obras destacadas y, sobre todo, en distintas cronologías y contextos. Los pocos ejemplos se ven compensados por la multiplicidad de sus mensajes en los respectivos entornos en donde lo encontramos.

Por su peculiar aspecto y desmesuradas proporciones, que tanto le separan del resto de los animales, llamó la atención desde hace siglos en las representaciones artísticas, siendo su presencia importante en las sillerías de coro, tal y como estudió Isabel Mateo Gómez en su libro sobre los temas profanos de las mismas.

Su fuerza, fácil domesticación, memoria e inteligencia, así como su aptitud para la guerra fueron descritas por san Isidoro, cuando recordaba que “los antiguos romanos les llamaban bueyes de lucas; bueyes porque el buey era el animal más grande que ellos conocían, y les llamaban lucas, porque Pirro los empleó en Lucania, por primera vez, en la guerra contra los romanos”.

Los bestiarios medievales los consideraron como símbolo de la pureza, por su natural poco concupiscente, asimilándolos también con Adán por su forma de engendrar, aproximándose al árbol de la mandrágora, del que tomaba fruto para adquirir vitalidad. A partir de ahí y de ciertos hechos legendarios, diversos escritores le dieron un sentido ético-moral y religioso, asimilándolo como símbolo de la castidad y de la fortaleza.

Sobre su fortaleza y aptitud para las campañas militares, el texto del Libro de los Macabeos, afirma: “sobre cada una de estas bestias había una fuerte torre de madera, que servía de defensa, y sobre la torre, máquinas de guerra; yendo en cada torre treinta y dos hombres esforzados, los cuales peleaban desde ella y un indio gobernaba la bestia …. y Eleazar, hijo de Saura, observó un elefante que iba enjaezado”. El mencionado san Isidoro afirmaba, en el mismo sentido, que “Estos animales son muy aptos para la guerra, y los persas e hindúes, que los utilizan, arrojan sus flechas sobre unas torres de madera colocadas sobre el dorso de los elefantes, y así están defendidos como por un muro”.
 

En la arqueta de Leire

En la famosa arqueta hispano-musulmana de Leire, hoy en el Museo de Navarra y obra sobresaliente de los talleres califales cordobeses de 1004-1005, firmada por el maestro Faray y sus discípulos encontramos a elefantes en su cara posterior y en la tapa, ejecutados con refinado realismo. En el primer caso, el marfil está firmado por Jayr y encontramos, en uno de los medallones laterales, un tema de cacería con sendos paquidermos de tamaño reducidísimo en un torneo con sus guerreros con espadas y escudos. Hace pendant con otra escena con los jinetes con los mismos elementos, pero montados sobre caballos. En la tapa de la pieza vuelven a aparecer dentro de chaflanes lobulados unos guerreros sobre elefantes en una escena que parece recrear otro torneo, similar al que hemos citado en la cara posterior de la pieza

Los conocedores y estudiosos de este tipo de piezas señalan que, si bien las escenas de fiestas y cacerías son relativamente frecuentes, el tema del torneo no aparece más que en esta arqueta de Leire. El tamaño de los elefantes llevó a pensar que se trataba de una raza enana de los paquidermos, algo que rebate Malaxaecheverría en su conocida obra sobre El bestiario esculpido en Navarra, con el argumento de que la perspectiva, tal y como se aplica desde épocas más tardías, no la contemplaba el artista medieval, en parte por la limitación del espacio, en parte por el propio desconocimiento de los tamaños en relación con el cuerpo humano.
 

Portada de Santa María de Olite

Dos elefantes encontramos en esta sobresaliente portada gótica, presidida por su titular Santa María con el Niño en su regazo y realizada entre 1300 y 1330, por tres maestros y en relación con talleres parisinos y de la puerta del Reloj de la catedral de Toledo. Recientemente, este conjunto ha sido estudiado en una monografía, cuya parte iconográfica ha realizado la profesora Clara Fernández-Ladreda. En ambos casos se representa al paquidermo portando sobre sus lomos un castillo. El primero de ellos aparece en la jamba izquierda, junto a escenas del Génesis y animales reales y fantásticos que, por separado poseen su simbolismo, pero que, en general, más bien parecen deberse a una intención decorativa. El elefante de la jamba porta un castillete sobre el que asoma un hombre encapuchado que sujeta con una mano un cuerno y con otra una rama. Su razón de ser en este lugar podría estribar en la asociación del animal con el pecado original, ya que está junto a escenas del paraíso terrenal. Según El Fisiólogo y algunos bestiarios, el elefante carecía de concupiscencia y cuando quería tener hijos, se encaminaba a Oriente, acercándose al árbol denominado mandrágora del Paraíso, del que como hemos indicado tomaban el fruto, primero la hembra y luego ésta le daba al macho. A partir de ese relato la pareja de elefantes se identificaban con Adán y Eva que, mientras obedecieron a Dios fueron virtuosos, pero cuando la mujer comió del fruto del árbol y dio de comer a Adán quedó embarazada del mal (Caín).

El segundo elefante se localiza en los gabletes de la misma portada. En la galería izquierda encontramos a un león disputándole un hueso a una especie de hidra y al elefante aplastando a un dragón y portando sobre sus lomos un castillo del que sobresale una cabeza tocando un cuerno. El detalle del dragón es acorde con distintos textos de los bestiarios que han estudiado Malaxecheverría y Martínez Lagos. Esta última profesora indica que, en las escenas en donde aparece el paquidermo aplastando al dragón, no suele llevar encima la torre. La razón de la enemistad entre ambos animales se hacía radicar en los relatos literarios que narran que, cuando la elefanta va a dar a luz, se sumerge en un estanque hasta que el agua le llega a las ubres. Allí nace la cría, porque si lo hiciera fuera del agua vendría el dragón de temperamento ardiente con anhelo por beber la sangre fresca del paquidermo, devorando al recién nacido. En cualquier caso, el elefante padre, siempre en guardia, estaría dispuesto a pisotear al dragón y destruirle.
 

En la sillería de la catedral de Pamplona

En uno de los frentes de los brazales de la sillería de la catedral de Pamplona encontramos a un elefante, interpretado por Pedro Echeverría, en este caso como símbolo de consistencia, castidad, paz y, sugestivamente, de la humanidad obediente. El conjunto coral de Pamplona fue llevado a cabo entre 1539 y 1541, durante el priorato de don Sancho Miguel Garcés de Cascante (1512-1549), familiar y comensal del Papa por 2.600 ducados, procedentes de las rentas capitulares, limosnas de los canónigos y rentas de la Corona. El director del proyecto fue Esteban de Obray, con el que colaboraron Guillén de Holanda, imaginero del taller burgalés de Bigarny y activo en las sillerías de Santo Domingo de la Calzada (1524) y Calahorra (1534), el vizcaíno San Juan de Arteaga, un grupo de maestros franceses: Peti Juan de Melun, Peti Juan de Beauves (¿ayudado por su hijo?) y Pierres Picart, maestro de la Universidad de Oñate, los guipuzcoanos Diego de Mendiguren y Juan de Amasa (buen conocedor de la decoración “a la romana”) y el riojano Francisco Martínez Cornago, criado de Obray. 

En aquel contexto del siglo del Humanismo, hay que recordar que el significado del paquidermo fue recogido en los libros de emblemática de numerosísimos autores como Alciato, Piero Valeriano, Sebastián de Covarrubias, Picinelli o Rollenhagen. En ellos tratan de su religión, mansedumbre y eternidad. Un estudio de García Mahíques sobre el tema señala: “la historia del elefante es rica. Como sujeto portador de significados, la cultura occidental ha usado y abusado de su carácter para denotar la mansedumbre, la fuerza, la compasión, la templanza, la memoria, la humanidad …, en el fondo, lo más interesante es que le han valorado una serie de cualidades que lo convierten en un ser cercano al hombre. Da la impresión de que participa de su mismo sentido común, y es el miembro del reino animal más cercano a poseer un alma como la humana”.


En un emblema funerario de 1758

En pleno Siglo de las Luces, en uno de los emblemas que se pintaron para los funerales de la reina Bárbara de Braganza (1758), bajo el encargo del regimiento pamplonés, por Juan Antonio Logroño, bajo la supervisión de fray Miguel de Corella, figuran sendos elefantes y dos corazones sobre llamas de fuego. Junto a la pareja de paquidermos una inscripción reza “Nulla noscunt adulteria” (No conocen adulterio alguno). Al lado de los corazones se ubica otro texto en el que se lee: “Amor hos accendit amores” (El amor encendió estos amores). Respecto al corazón de carne, hay que recordar que fue símbolo secular y universal como emblema de vida moral y emocional. Además, hay que recordar cómo, desde el siglo XVI, se tenía al corazón no sólo como sede sino sobre todo agente de los afectos, por lo que en el Renacimiento se le adoptó, en términos generales, como símbolo del amor. 

J. L. Molins y J. Azanza han estudiado el mensaje de la composición que intenta glosar la fidelidad conyugal de la reina difunta y su esposo Fernando VI, durante los años de su matrimonio y el amor que se profesaron, con pureza de corazón y sin dejarse arrastrar por las pasiones, lo que le permitiría pasar a gozar del amor divino.

Como fuente literaria concreta, en este caso, podemos recordar lo que dice el mismo Aristóteles sobre el elefante macho que, mientras está la hembra preñada a lo largo casi dos años, se abstiene de acercarse a ella gracias a su temperamento frío y casto. Otro escritor Claudio Eliano, escritor y profesor de retórica que vivió entre el siglo II y III, escribió De Natura Animalium, con historias breves de la naturaleza y los animales de las que se sacaban lecciones morales. Entre estás últimas, afirma que el elefante no sólo era casto, sino defensor de la castidad matrimonial, muy contrario al adulterio. Estos mensajes pervivieron en los bestiarios medievales y llegaron a los repertorios emblemáticos del siglo XVI.


En el belén de Recoletas de Pamplona

El belén de las Agustinas Recoletas se fue engrandeciendo en pleno siglo XVIII con distintos animales. Cuando se inauguró la capilla de la Virgen del Camino, en 1776, y cada comunidad e instituciones sacaron lo más atractivo a las calles para llamar la atención por riqueza o rareza, las citadas religiosas colocaron el belén, que según la crónica: “lo tienen muy especial, con animales muy extraños y perfectos, que causó admiración…”. Entre aquellos animales, especialmente unos camellos de rarísima factura, figuraba el elefante que se ha conservado y aún se coloca en el gran belén conventual.

La incorporación del elefante al belén era relativamente reciente y estuvo motivada y acrecentada por la llegada de un ejemplar en la embajada del sultán otomano Mahmut I a Carlos de Borbón Farnesio, rey de Nápoles y dos Sicilias, futuro Carlos III, en aquel mismo año de 1741, según vemos en la pintura de Giuseppe Bonito del citado año. Aquella embajada de 1741 constituyó un acontecimiento social y político en Nápoles, tanto por el número de visitantes como por lo singular y exuberante de su indumentaria, así como por los exóticos animales que la acompañaban. No fue el único elefante que recibió como regalo Carlos III. En 1773 llegó otro procedente de Manila que recorrió numerosas regiones hasta que llegó a la corte, con todo tipo de cuidados.

La afición del monarca hacia el belén desde que reinó en Nápoles, hizo que en España adquiriese en su época auténtica carta de presentación. Las distintas novedades, entre ellas la presencia del elefante, hizo que una reducción del paquidermo pasase a la representación tridimensional del nacimiento de Cristo y que otros belenes lo incluyesen por su exotismo en sus vistosas cabalgatas.