Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Los niños de ahora: autosuficientes y estresados
Vivimos en la sociedad del “todo a un click”. El hombre de hoy está dominado por la prisa. La prisa es deseo o necesidad de apresurarse. ¿Por qué el hombre tiene, actualmente, tanta prisa? Una de las posibles causas es el afán de tener muchas cosas cuanto antes para vivir más cómodamente. Cuantas más cosas se tienen, más cosas se desea tener. Es una sed que mueve a la búsqueda acelerada de satisfacciones sucesivas y de placeres inmediatos.
La forma acelerada de vivir es un serio obstáculo para la libertad interior del hombre, que pierde el dominio de sí, aquello que antes se denominaba aguantar y aguantarse. El hombre está perdiendo no sólo la capacidad de renuncia, sino también la capacidad de resiliencia ante el dolor. Esto es contagioso. Tiene un “efecto llamada”, sobre todo para los niños. Los padres somos modelos de conducta para nuestros hijos; por eso, si no somos capaces de parar y esperar, ellos tampoco lo harán.
Esos mismos niños se quejan de que todo su tiempo está lleno de ocupaciones que les han sido impuestas, que no hay momentos para jugar, que todos los días son iguales y que acaban agotados. Su horario de trabajo es similar al de los trabajadores profesionales: madrugan tanto o más que ellos; su mochila es mayor que la de los maletines de los ejecutivos de empresa, y están afectados por un estrés no menos preocupante.
El estrés se produce por la exigencia de un rendimiento muy superior a lo normal, que al no conseguirse, produce alteración física o mental y frustración personal. Pero sin olvidar que el estrés tiene un componente positivo, con efectos beneficiosos para el organismo, si es moderado. En algunas ocasiones, todos necesitamos cierto estrés, cierta activación para cumplir con un deber puntual.
Mariano Narodowski, ilustre pedagogo argentino, sostiene que la cultura mediática y supertecnificada está provocando nuevas identidades infantiles, como, por ejemplo, la de la “infancia hiperrealizada”: los niños atraviesan de forma vertiginosa el período infantil de la mano de las nuevas tecnologías, adquiriendo un saber instrumental superior al de muchos adultos. Por ese motivo se suelen sentir autosuficientes y distantes de sus padres, sobre todo cuando estos últimos tienen complejo ante esos nativos digitales. Los padres deben mantener la autoridad. Un ejemplo: “Mira, Pepito, o dejas de protestar y te comes las lentejas o lo grabo y lo cuelgo en Youtube”.
Los niños adictos a internet suelen perder el sentido del tiempo. Por ejemplo, si el niño es avisado al medio día para que acuda a comer, su respuesta suele seguir la tabla de equivalencias del tiempo en internet: “ya voy” (30 minutos); “déjame enviar un whatsapp” (45 minutos); “sólo miro el correo electrónico” (50 minutos); “iré tan pronto como pueda” (anochece).
La infancia es la etapa de “ser niño”, y no la de “no ser aún adulto.” Estamos asistiendo al regreso de un viejo mito que parecía superado: el del niño como adulto en miniatura (o a escala). Se vuelve a ignorar que el niño tiene personalidad propia, diferente de la del adulto. También se olvida que la esencia de la infancia es la inocencia. Los niños de ahora llenan su tiempo libre con actividades extracurriculares, por lo que apenas juegan. Lo impide la falta de tiempo y el consumismo de internet. Antes los juegos se realizaban en vivo: “Papá, estoy jugando a las carreras de chapas en la plaza con mis amigos”. Ahora, en cambio, los juegos son virtuales: “Papá, estoy jugando a las chapas en Nintendo”.
La idea tradicional de la infancia como la edad de la inocencia está desapareciendo, debido sobre todo a la amplia y no controlada información que llega al niño con su móvil o tableta conectados a internet. ¿Quiénes son los niños y adolescentes con más alto riesgo de adicción a las TIC? Son aquellos que son más inseguros, carecen de afecto y no saben rehacerse ante las dificultades. Y así se entregarán sumisamente a la realidad virtual.
La verdadera función de la técnica es liberar al hombre de algunas actividades materiales que le atan, para facilitar su desarrollo espiritual; es poner la mano sobre las cosas para poseerlas por el espíritu. Para Gustave Thibon, “el hombre necesita la acción, pero debe hacerla compatible con la contemplación si quiere que haya armonía en su vida. Debe procurar que la acción no llegue hasta ese agotamiento interior en que el hombre, desposeído de lo que es, se convierte en esclavo de lo que hace”.