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El euro: más luces que sombras de un sueño integrador

30/12/21

Publicado en

Expansión

Isabel Rodríguez Tejedo |

Profesora de la Facultad de Económicas de la Universidad de Navarra

Si fuera una persona, el euro no sólo tendría edad de votar sino que estaría a punto de acabar una carrera universitaria. Más que los veinte años que hace que la moneda única se puso en circulación, es esa la imagen que más recuerda que hay una generación entera de ciudadanos que nunca ha tenido entre sus manos una peseta, salvo quizá por curiosidad. Seguramente, muchos de estos jóvenes han hecho un “viaje europeo” de fin de estudios, de esos en los que uno duerme hoy en un autobús en un país para despertarse mañana en otro. Pero lo que no habrán hecho es ese gesto que para sus padres fue habitual, el de buscar en la mochila, repasando entre varios sobres, las monedas necesarias para el viaje, para encontrar la moneda que toca hoy. Aquí pesetas, ahí francos (sin liar los franceses y los belgas) y para el jueves marcos.

El euro fue un símbolo claro de vocación integradora, un resultado palpable y visible de un proceso político que buscaba una Europa más unida, donde la prosperidad sería la vacuna para no repetir conflictos bélicos. La moneda única ha facilitado el movimiento de personas y bienes entres los países de la Unión, integrando mercados físicos y financieros. También ha permitido una mayor presencia internacional, haciéndose un hueco junto al dólar como moneda de referencia. Hoy, el euro es la segunda moneda de reserva mundial y cerca de la mitad de los pagos internacionales se efectúan en euros.

Operar en la misma moneda permite eliminar la incertidumbre asociada al cambio de divisas y sus costes asociados. Un ejemplo del día a día se puede encontrar en la facilidad con la que los consumidores pueden hacer compras en línea en países de la unión monetaria. La moneda común permite una comparación fácil de precios que hace evidente dónde encontrar la mejor oferta para un consumidor que quizá podría sentirse intimidado por el cambio de divisa. Este escenario, cotidiano y fácil de entender por su cercanía a nuestras vidas, se extiende a operaciones de compra-venta más complicadas de pequeñas y medianas empresas, y también a las decisiones de inversión. 

Pero las implicaciones de esta ventaja del euro van más allá de la simple comodidad. Suponen una mejora en la posición de empresas perjudicadas por estar localizadas en lugares con mayor riesgo-país. Con la estabilidad que el euro les presta, estas empresas pueden acceder a financiación en condiciones más ventajosas. También el euro permitió abrir oportunidades de inversión basadas en los méritos de la propuesta inversora, eliminando el riesgo de tipo de cambio asociado a monedas más volátiles.

El euro es más que los billetes y monedas que tenemos en la cartera, o en los que denominamos precios, pasivos y activos. Ha supuesto una integración económica e institucional de primera magnitud. Al abandonar las monedas nacionales, los países dejaron atrás la política monetaria propia, uno de los instrumentos tradicionales de política económica. Esta renuncia ha supuesto beneficios y costes.

Entre los beneficios están el mayor compromiso con reglas supranacionales y, especialmente para los países con menos credibilidad en política monetaria, una posición clara contra la inflación elevada y la apuesta por una política monetaria prudente. También la posibilidad de compartir riesgos, con un Banco Central potente que puede tomar acción decisiva (por ejemplo, adquiriendo activos) si fuera necesario.

Entre los costes destaca la pérdida de flexibilidad que supone renunciar al control sobre una herramienta de política económica. Esto es especialmente importante porque los ciclos de los países de la Unión Monetaria no están perfectamente sincronizados, lo que supone que la política monetaria óptima no es necesariamente la misma para todos ellos en un momento dado del tiempo. Dada la importancia de Alemania en el sistema común y la historia del país germánico con la inflación, siempre ha asomado la sospecha de que la política monetaria común se parecía más a la política monetaria alemana de lo que debería.

La crisis financiera fue un buen ejemplo de las luces y las sombras del marco monetario común. Por un lado permitió tener un Banco Central Europeo fuerte, con gran capacidad de intervenir en el mercado. Por otro, evidenció los problemas de intentar usar una herramienta única para problemas diversos, muy específicos de cada país. “Salirse del euro” se convirtió entonces en una posible puerta a cruzar, aunque a dónde daba aquella puerta era una pregunta con tantas respuestas como personas.

La última crisis, en esta ocasión con origen sanitario en vez de financiero, ha vuelto a poner sobre la mesa las fisuras de ese sueño integrador que llamamos Europa. Pero, aunque los jóvenes viajeros de hoy tengan que buscar en la mochila su pasaporte covid, o los resultados de la PCR de turno, lo que no les cabe en la cabeza es buscar en la cartera otra moneda que no sea el euro.