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La “Mano de Irulegui” y los vascones

16/11/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Javier Andreu Pintado |

Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Navarra y director del Diploma en Arqueología

Esta semana ha sido más fácil explicar Hispania Antigua a mis alumnos del Diploma en Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra. Quienes nos dedicamos a la Antigüedad nos pasamos horas tratando de hacer ver a nuestros estudiantes la importancia que tiene cada nuevo dato arqueológico, pero, sobre todo -pues es lo propio del método histórico en Historia Antigua- el poder de los documentos escritos del mundo clásico. Éstos, especialmente si son inscripciones grabadas por los propios protagonistas de nuestro pretérito, constituyen una evidencia directa de lo que preocupaba a nuestros antepasados, del mundo en que vivían, de sus nombres, de sus hábitos.

Todo eso está presente en la hermosa mano de bronce que, a comienzos de esta semana, presentó con inusitado boato la presidenta del Gobierno de Navarra acompañado de los, probablemente, mejores conocedores de las lenguas paleohispánicas que tenemos en España, Javier Velaza y Joaquín Gorrochategui. La mano ha sido hallada en el oppidum de Irulegi, un yacimiento enclavado en un espacio -el valle de Aranguren- que ya sabíamos que, en las décadas de los 80 y 70 del siglo I a. C., había padecido los rigores del bellum Sertorianum, la guerra que Roma sostuvo, con Pompeyo al frente, para castigar al proscrito gobernador de la Citerior, Sertorio. Y, el documento, constituye una sensacional foto fija de una costumbre que desconocíamos y que ahora acaso servirá para interpretar tantos objetos del registro arqueológico que, sin texto, nos resultan oscuros.

Según parece, esa mano, como evidencia su orificio superior, debió estar colgada en la puerta de una vivienda del castro y, a juzgar por la primera línea de las cuatro que configuran su texto -en total poco menos de medio centenar de caracteres- se abría con la expresión paleovasca sorioneku -una suerte de buen augurio- que debía dar la bienvenida a los visitantes de ese espacio y constituir un fetiche apotropaico para aquéllos y para sus moradores. Y el texto en cuestión estaba grabado con un signario, el ibérico, adaptado para dar cabida a algunos sonidos exclusivos de la lengua eúscara algo que ya se sospechaba a tenor de algunas leyendas de las cecas que, entre los siglos II y I a. C. operaron en la zona.

Pero, se trata, eso sí, de un documento privado prácticamente único que no podemos convertir -aunque algunos así lo jaleen en redes sociales- en la garantía del carácter monolítico, en lo lingüístico, de Navarra en la Antigüedad. Ya sabíamos que el vasco se habló en este territorio pues jinetes con nombres vascónicos procedentes de ciudades, incluso bastante más al sur y al este que la que hubo en Irulegi, sirvieron a Roma en la denominada “guerra de los aliados” hacia el año 89 a. C.

Pero, lógicamente, una fórmula no onomástica, como el sorioneku atestiguado en esta ‘mano de Irulegi’ tiene un appeal mucho mayor que un sencillo nombre que, quizás, tampoco era muestra de la filiación étnica, ni lingüística, de quien lo portó, aspectos éstos muy elusivos en la documentación antigua. Urge ser cauto, pues, a la hora emplear este documento más allá de lo que la pieza sugiere máxime cuando, además, la adopción del signario ibérico y en algunos de los rasgos del tipo de sistema gráfico y de escritura empleados traslucen, también, esos inevitables contactos entre íberos y vascones tan conocidos como los que, como sabíamos por los rótulos monetales antes citados -escritos en signario ibérico pero en lengua celtibérica- hubo, también entre vascones y celtíberos pues nuestra tierra fue un crisol cultural en la Antigüedad.

Y eso es lo que, ni más ni menos, deja ver este documento con el que, seguro, algunos pretenderán reescribir la Historia de Navarra. Sin embargo, sólo una más intensa investigación, sostenida en el tiempo y que, contemple, también, otros castros vascónicos como el que, por ejemplo, hubo en Santa Criz de Eslava -en la zona que, no lo olvidemos, concentra el mayor volumen de evidencias de teónimos y antropónimos vascónicos atestiguado hasta la fecha en Navarra- contribuirá a hacerlo posible.