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Santiago Martínez Sánchez,, profesor del departamento de Historia de la Universidad de Navarra y coordinador de la Agrupación Universitaria por Oriente Medio​ (AUNOM)​

La telaraña yihadista

lun, 16 nov 2015 12:43:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra, La Rioja

​Por segunda vez en​ 2015, ​el terrorismo islamista asesina en París. Una cadena de atentados estremecedores​  deja un impresionante reguero de sangre. Europa se suma -si alguna vez fue ajena- al drama de Oriente Medio, donde mirar es llorar. Poco a poco se desvelará la identidad, procedencia, contacto, perfil sociecónomico, financiación, motivaciones, entrenamiento y otro aspectos de los yihadistas implicados, ocho según las cifras disponibles hasta e momento. 

Igualmente, se especulará so​bre las razones del ataque y algunos señalarán de forma vaga y aún simplona al capitalismo como​​ responsable del drama de un Oriente Medio flagelado por la guerra, la devastación y la ine​stabilidad. Y después, parafraseando a Nietzsche, pestañearán.

No puedo compartir este aná-​isis populista. Ni señalar al dia​bólico capitalismo como 'prima ​donna' del fracaso de las prima​veras arábes, responsable de las ​guerras (Siria-Irak, Yemen, Libia), los flujos migratorios subsaharianos y árabes y, en general, la descomposición que esa región clave para el mundo padece desde 2003 y 2011.

Semejante teoría contiene un segundo elemento, verdadero solo en parte, que es sostener muy rotundamente que el Islam es una religión de paz y que nada tiene que ver con estos atentados. Como después del atentado contra la revista Charlie Hebdo, este argumento lo repetirán en parlamentos y charlas de café políticos, analistas y espectadores de pelaje diverso. Es decir, el establishment de las sociedades europeas, que no quiere que sus pueblos (nosotros) vinculen Islam y violencia. Porque en nuestros países, no lo olvidemos, viven unas no tan minúsculas minorías musulmanas a las que, en realidad, no sabemos cómo integrar ni, lo que es peor, qué esperar de ellas.​

Sí, es verdad. Tienen mucho que ver con las causas del problema los intereses económicos y las alianzas políticas que Occidente ha tejido en Oriente Medio, Estados Unidos en particular, pero no sólo. Nuestros gobiernos​ hablan de libertad, democracia y derechos humanos. Pero venden armas a mansalva a regímenes (como Arabia Saudí o Qatar) para los cuales la libertad es una quimera, la democracia un contrasentido y los derechos humanos una imposición occidental ajena a la sharia. Potentados saudíes y qataríes, por cierto, han financiado espléndidamente a al-Qaeda y el wahabismo saudí es lo más parecido a un yihadismo estatal, que construye mezquitas e ​im​porta imanes por todo el mundo, ​tanto el musulmán como el occidental, ​que justifican la violencia contra los infieles en nombre de Alá. 

Sí, es verdad. El islam predica la paz y la inmensa mayoría de los de musulmanes son personas pacíficas que, como cualquier occidental, quiere prosperidad, paz y tranquilidad para su familia y su país. Más aún, son los primeros en sufrir los horrores de la guerra en Siria, Irak, Libia o Yemen, que está borrando de un plumazo la pluralidad religiosa existente en Oriente Medio. Pero la guerra no es ajena a la rapidísima expansión del islam por el mundo. Más aún, el califato se forjó mediante la violencia o yihad, que también está presente en la vida de un ​Mahoma que es el profeta, y también al arquitecto, gobernante y dirigente militar de un ​nuevo imperio político-religioso.

La realidad es más compleja,​ por desgracia, ​que achacar las causas del atentado terrorista al dinero y poder occidentales, y subrayar la paz inherente al mundo musulmán.

Desde sus inicios, el islam no establece una separación entre lo profano y lo sagrado, la esfera política y la religiosa. Aunque haya autoridades civiles y religiosas distintas, su función común es defender los derechos de la comunidad de creyentes o 'umma'. Como si fueran estados soberanos, los terroristas de al-Qaeda y el Estado Islámico se arrogan ese derecho y obran en consecuencia, justificando la violencia como una defensa legítima frente a una agresión contra la 'umma'. Agresión que Francia y cualquier país occidental ha cometido, desde su punto de vista, al formar parte de la alianza que combate a Daesh. Pero no es sólo un problema de estos grupos terroristas. Cuando se dan, las condenas de imanes y muftíes caen en saco roto, porque no existe un magisterio religioso supremo dentro del islam y porque los yihadistas basan sus tesis en las aleyas del Corán que incitan a la violencia.

El problema de Occidente es confiar la solución de este vidrioso asunto a medidas de corte tecnológico, policial, económico o militar: más dinero para Turquía, más control en las fronteras, más vigilancia online, ataques aéreos en Siria e Irak. No discuto aquí la conveniencia de estas u otras medidas: desde luego, algunas son imprescindibles. Más bien, entiendo que el diseño materialista de las sociedades occidentales nos incapacita para entender la identidad enormemente diversa y el papel de lo sagrado en los mundos que hay dentro de Oriente Medio. Así es difícil acertar con las soluciones que impidan nuevos atentados aquí y nuevas guerras allí.

En definitiva, este terrible atentado apunta a un problema cultural, tanto en los mundos islámicos como en los occidentales: quiénes somos, qué queremos y cómo y hasta dónde podemos relacionarnos cada cual sin renunciar a nuestra identidad.​

Todos, en realidad, estamos preocupados sobre estos dramáticos atentados y sobre las causas. Porque pueden repetirse y no sólo en Francia. Porque son el pan nuestro de cada día en Siria e Irak, Libia y Yemen. Porque nos concierne como ciudadanos identificar las raíces de los conflictos y buscar entre todos las soluciones, sin esperar que la Unión Europea, los políticos, la tecnología o no se sabe quién arregle este monumental embrollo.