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Patrimonio e identidad (80). Un pergamino iluminado por Nicasio Martínez, en 1924, para el homenaje de Tudela al poeta Alberto Pelairea

15/01/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

La fama literaria de Alberto Pelairea (1878-1939) había llegado a comienzos de 1924 a una verdadera cima en Navarra. En 1918, había obtenido una gran distinción en los Juegos Florales, con motivo del primer centenario del nacimiento de Navarro Villoslada, por su poema titulado “Navarra” y, en 1922, su letra fue premiada junto a la partitura de Joaquín Larregla para el Himno de Navarra a san Francisco Javier. A esas causas generales, se unían otras más particulares, en el caso de Tudela. La madre del poeta -Rita Garbayo- era tudelana y él mismo pasó el periodo de primera y segunda enseñanza en la capital de la Ribera. Respecto a su padre, Calixto Pelairea, se viene repitiendo que era roncalés, algo que hay que matizar, ya que también nació en Tudela en 1841, siendo bautizado el 12 de marzo de dicho año como hijo de Julián Pelairea y Martina Zunzarren. Los abuelos de Alberto, adquirieron en 1839 la casa que, con el nombre de Posada Pelairea, se convertiría más tarde en el Hotel Remigio.

La ascendencia de Calixto, el padre de Alberto era, efectivamente, roncalesa, ya que era hijo de Julián, natural de Vidángoz y nieto de Pascual, nacido en la cercana localidad de Ustés. En su vida profesional, recuerda Pablo Guijarro, que Calixto Pelairea y Zunzarren solicitó, en 1869, una vacante de profesor en la Escuela de Dibujo de Tudela, argumentando a su favor su naturaleza tudelana y haber trabajado como delineante en Madrid y en la Dirección de Obras Públicas de la provincia de Navarra, además de haber obtenido el primer puesto en la oposición a profesor de dibujo en la Escuela de la Sociedad Económica de León. Pese a su renuncia a la oposición, se trasladó a Tudela más tarde, como muestra su participación en la comisión organizadora de una procesión con santa Clara, en octubre de 1885, con motivo de fin del cólera en la ciudad.

Dejando su genealogía, hay que señalar que Alberto Pelairea había escrito para el año 1924 algunas obras literarias, tanto en prosa como en poesía, centradas en la capital de la Ribera. Algunas de ellas se pensaron en aras a obtener beneficios para las Siervas de María, instituto religioso en el que ingresó su parienta sor Isabel Pelairea Fuertes (Vidángoz, 1909 - Milán, 1990).

Entre la producción tudelana anterior a enero de 1924, fecha del homenaje del Ayuntamiento, a la que nos hemos referido, destacaremos el poema dedicado a Joaquín Gaztambide, en 1920, con motivo del traslado de sus restos mortales a Tudela, así como un poema a Santa Ana (1922). En cuanto a obras teatrales citaremos el juguete cómico La boda del Volatín (1921), y la zarzuela La hija del santero (1924) a la que pusieron música Tomás Jiménez y posteriormente José María Viscasillas. En Tudela también se había estrenado, en 1923, en la Escuela Dominical, el juguete cómico titulado “El duende negro”. Precisamente, la interpretación de un par de sus obras, a beneficio de las Siervas de María, fue la causa del homenaje del consistorio tudelano por su altruismo, al igual que había ocurrido un par de años antes en Fitero, al nombrarle hijo adoptivo por causas inmediatas similares, con la recaudación de fondos para enviar a los soldados de la localidad que estaban en África.

El homenaje tudelano

Del homenaje que se le rindió el día 21 de abril de 1924 dieron cuenta, entre otros, los rotativos regionales Diario de Navarra y La Voz de Navarra. En este último periódico (20 de abril de 1924) leemos: “¡Hermosa es la musa de Pelairea cuando canta, cuando reza, cuando llora, pero es aún más hermosa, más gentil y encantadora cuando teje con las perlas de cristal y los hilos de luz de sus versos los dones jugosos de la caridad ...”. El acto consistió en una comida en el salón de sesiones del Ayuntamiento servida por el Hotel Continental, al que se sumaron todas las personas que permitía su aforo, en torno a doscientas. Al finalizar, tras las intervenciones de varias personas, entre ellas el alcalde y el párroco de la Magdalena, Pelairea leyó unos versos que llevaban por título “Mi Gratitud”, publicados en la crónica del acontecimiento que firma nada menos que Garcilaso -Raimundo García- director de Diario de Navarra, que termina así: “En cuantos asistimos a ella perdurará el recuerdo de este acto, todo lleno de espiritualidad y de emoción, en el que Tudela, al rendir tan efusivo homenaje de admiración y cariño a su poeta, se ha ofrecido como ejemplo de ciudad amorosa y buena. Todo se lo merece un hombre del mérito y de la simpatía de Pelairea”.

El poema con sus quintillas es, según Luis Gil Gómez, “un testimonio de agradecimiento a Tudela, en el que volcó sus sentimientos y recuerdos de los años de su infancia transcurridos en la ciudad. Así terminaban:

Vaya, pues, mi rendimiento,
y permitid que os rece

en este bello momento,

todo el agradecimiento

que en el alma me florece.

Y que sepáis siempre quiero

que a vuestro afecto rendido

hay un corazón sincero,

en el cariñoso nido

de mi villa de Fitero

y unos brazos que enlazan

a los vuestros como hermanos

y que juntando las manos

hoy con vuestro alcalde abrazan

a todos los Tudelanos,

y unos labios de amor cierra

en sus fervores supremos

besando el pan que comemos

y una voz que hablar anhela

y aunque con gratitud se vela

se alza fuerte y soberana

en brindis a lo alto vuela:

¡Tudelanos! …. ¡Por Santa Ana! ..

¡Tudelanos! … ¡Por Tudela! ..

El pergamino

El pergamino se conserva en una colección particular y mide 41,4 x 57,4 cms. A la pieza se refiere Diario de Navarra (22 de abril de 1924) en estos términos: “es una verdadera obra de arte realizada con motivos decorativos de la catedral de Tudela, y encerrado en un hermoso marco …”. El texto que recoge es el del acuerdo del consistorio tudelano de 10 de enero de aquel año, elaborado en caligrafía preciosista con una inicial que copia la de un manuscrito medieval: “El Muy Ilustre Ayuntamiento de la ciudad de Tudela en sesión de 10 de enero de 1924 acordó dedicar al inspirado poeta don Alberto Pelairea Garbayo un homenaje de gratitud en nombre de esta ciudad por la desinteresada cesión de dos de sus obras teatrales a un grupo de distinguidas señoritas y jóvenes tudelanos que las representaron en el Teatro Novedades, cedido gratuitamente a beneficio de las Siervas de María, contribuyendo con la generosidad de todos a la permanencia en esta ciudad de tan benéfica Institución ….”.

El dibujo está firmado por N. Martínez en abril de 1924, al que hay que identificar con Nicasio Martínez. Se organiza como un gran frontis en formato horizontal con un cuerpo rectangular entre sendas columnas de inspiración románica y un ático muy decorativo. En la parte inferior destaca en el centro el escudo heráldico de Tudela surmontado por corona mural. Los laterales se organizan con elementos arquitectónicos, concretamente con unos fragmentos de muros y columnas con capiteles claramente inspirados en su estética por los del claustro de la catedral de Tudela. En el de la izquierda figura una escena de La Cruz de la Atalaya, obra de temática fiterana de 1912 y en el de la derecha otra inspirada en La Hija del Santero (1924), zarzuela a la que antes nos hemos referido. Ambas obras con sus títulos figuran en las hojas izquierda y derecha de un enorme libro que aparece en el centro del remate de la parte superior, cobijado junto a otros elementos bajo una portada cuyo modelo es la puerta de Santa María de la catedral. Junto al libro, encontramos la lámpara del estudio y la vigilancia, varios libros alusivos a la sabiduría y un tintero con sus plumas. Todo ello evoca la labor del poeta, junto a un laurel y una estrella pitagórica de cinco puntas, denominada por Luca Pacioli como de la proporción divina. A ambos lados del mencionado motivo central de la portada, encontramos colorísticos rameados y volutas vegetales inspirados, ciertamente, en elementos del claustro tudelano.

El autor del dibujo y la iluminación

De Nicasio Martínez se ha ocupado recientemente el profesor Esteban Orta, al que seguimos. Nicasio nació en Murchante en 1881 y quedó muy pronto huérfano. En Ablitas, al parecer bajo la protección del famoso coleccionista José Lázaro Galdiano (1862-1847), pasó algún tiempo. Según testimonio de María Luisa Martínez, hija de Nicasio, las obras artísticas de aquella mansión de Ablitas debieron suscitar en el niño y adolescente los gustos artísticos. Cursó estudios con los Claretianos, se estableció en Zaragoza como profesor de dibujo y proyectista de una fábrica de vidrieras. Contrajo matrimonio, en 1913, con Carmen Martínez, de Murchante, hija de Plácido Martínez, empresario, inventor y profesor de dibujo. Nicasio y Carmen se trasladaron a Tudela en 1916, tras conseguir la oposición de una plaza como profesor en Castel Ruiz, teniendo varios discípulos, entre ellos a Miguel Pérez Torres. En la capital de la Ribera compaginó la docencia con la pintura y en 1926 se trasladó a Zaragoza, en donde colaboró con los talleres artísticos de los Hermanos Albareda y atendió diversos encargos, algunos para Tudela y Castejón. Falleció en la capital aragonesa en 1958.

Entre sus trabajos destacaron los preciosos pergaminos, orlados de dibujos y guirnaldas y ricas caligrafías. Entre ellos merecen mención las orlas de los alumnos del Colegio de Jesuitas de Tudela, los de los homenajes a Primo de Rivera en Tudela (1928), a la Escuela Apostólica de Javier en sus bodas de plata (publicado en La Avalancha, 1930), a Elvira España en Tudela (1940), a Basiano en Murchante (1951) y el que ahora damos a conocer de Pelairea.

A modo de coda

Si hasta 1924 la relación del poeta con gentes e instituciones de Tudela fue algo evidente, lo ocurrido entre esa fecha y su fallecimiento fue in crescendo y lo corrobora su producción literaria, tanto en verso como en prosa, con protagonistas variados de la ciudad: personas, familiares, instituciones, la patrona Santa Ana, las costumbres y tradiciones. Todas ellas fueron muestras inequívocas de aquella especial conexión que, en lo personal, terminó en abril de 1939, cuando murió. Su memoria, lejos de apagarse, fructificó como lo muestran un número extraordinario del periódico El Ribereño Navarro, que le dedicó varias páginas con motivo del primer aniversario de su muerte, en abril de 1940, la representación de algunas de sus obras en el Teatro Cervantes de Tudela y la dedicación de una calle en 1965.