Alejandro Navas García,, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
Xenofobia y populismo en Europa
No es coherente dejar de tener hijos y mirar con recelo la proliferación de las mezquitas en nuestras ciudades. El populismo da una solución simplista al problema, pero los gobiernos carecen de una respuesta adecuada
En los aeropuertos ingleses se decretó el estado de emergencia para los primeros días de enero. Como podría haber incidentes, las televisiones enviaron equipos especiales. La alarma -que luego resultó falsa venía de la posible llegada masiva de búlgaros y rumanos, una vez que la Unión Europea les abría las fronteras de su mercado laboral el 1 de enero. La temida invasión de los 'bárbaros' no se ha producido, al menos de momento.
Las encuestas muestran un marcado rechazo por parte de la población inglesa hacia los inmigrantes. Más de tres cuartas partes de los británicos quieren que haya «menos extranjeros», y algo más de la mitad dice incluso que «muchos menos».
El Gobierno de coalición que preside David Cameron intenta un equilibrio que parece imposible. De una parte, quiere mantener la imagen -y la realidad de Gran Bretaña como un país abierto, cosmopolita, reino de la libertad. La 'City' es el principal mercado financiero europeo, y tanto el dinero como el comercio necesitan un ambiente de libertad. De otra parte, el Gobierno procura contentar a la población, cuyos sentimientos xenófobos se han acentuado en los últimos años.
Sensible a la opinión pública, Cameron viene subrayando últimamente este segundo discurso. Habrá que ver con qué resultados, pues el electorado no acaba de fiarse de su sinceridad y confía más en el populista Ukip ('United Kingdom Independence Party'). Según las previsiones, este partido podría ser el ganador de las elecciones europeas de mayo. Nigel Farage, su presidente, quiere poner trabas a la inmigración. Como esto no es legal en el marco de la Unión Europea, propone abandonarla. No le importa el posible daño económico de esa salida: «Hay cosas más importantes que el dinero, como el estado de nuestra sociedad y las posibilidades de trabajo para nuestros jóvenes».
En Francia se registra un fenómeno paralelo con el Frente Nacional, al que las encuestas dan igualmente ganador en los comicios de mayo. Marine Le Pen agita con energía el denominado «anticóctel»: «No al 'establishment' político y cultural; no a la Unión Europea; no al euro». El respaldo popular a su propuesta, tan simple como efectista, crece sin parar. En igual medida lo hace el desconcierto de la clase intelectual y política.
Se considera que el auge del populismo en Europa viene a sellar el fracaso de la política tradicional. Los partidos clásicos se ven incapaces de recuperar la confianza del electorado. Faltos de recursos y de ideas, intentan copiar parte del discurso populista, sin éxito: la gente suele preferir el original a una tibia imitación (como los independentistas catalanes siguen a Esquerra y no a CIU, o los vascos se despegan del PNV y se acercan a Sortu). O bien apuntan a los numerosos puntos débiles de esos grupos, para desacreditarlos. Este tiro puede salirles por la culata, pues aparecer como víctimas del poder incrementa el apoyo al populismo. La ciudadanía pasa de la decepción y el descontento a la indignación. Hay crispación en el ambiente, y cualquier motivo puede generar una respuesta popular violenta y desproporcionada, como se ha visto en el barrio de Gamonal en Burgos. Es la gota que hace colmar el vaso.
El Estado del Bienestar europeo se levantó en los decenios que siguieron a la Segunda Guerra Mundial gracias al trabajo de la mano de obra inmigrante: italianos, españoles y portugueses en Centroeuropa (con el tiempo, griegos y turcos relevaron a los latinos); indios y pakistaníes en Gran Bretaña. Contra la previsión de las autoridades, muchos de ellos optaron por quedarse en esos países. Ala vista de la caída de la natalidad en Europa y del consiguiente envejecimiento de la población, sin el concurso de los inmigrantes no hay futuro, ni para nuestra economía ni para las pensiones. Las políticas de integración basadas en el multiculturalismo -Suecia, Holanda han fracasado. Un país pequeño y muy organizado como Suiza puede controlar sin fisuras el flujo inmigrante, pero esto no es posible en el territorio de la Unión Europea.
No es coherente dejar de tener hijos y mirar con recelo la proliferación de las mezquitas en nuestras ciudades. El populismo da una solución simplista al problema, pero los gobiernos carecen de una respuesta adecuada. Al igual que hace un particular en su casa, una nación puede poner límites a la inmigración: cada uno decide a quién abre su puerta. Pero una vez que los invitados están dentro, se merecen un trato humano, respetuoso con su dignidad.