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Patrimonio e identidad (62). San Francisco Javier, 1922

11/03/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

La celebración de los centenarios arrancó en la Europa del siglo XVII. A Navarra llegó la costumbre en la segunda mitad del siglo XIX, para festejar fechas de apariciones de singulares imágenes de la Virgen (Araceli de Corella, 1874; Puy de Estella, 1885; Ujué, 1886 o Camino de Pamplona, 1887 o Yugo de Arguedas, 1889). En las primeras décadas del siglo XX se sumaron los centenarios de la batalla de las Navas (VII) en 1912, del Privilegio de la Unión de Pamplona (V) en 1923 y del III de la canonización de san Francisco Javier en 1922.

Contexto: un excepcional ambiente javierista

Hace un siglo la vivencia javierista entre muchos navarros era profunda. No en vano, estaban en el recuerdo, las grandes peregrinaciones al castillo de fines del siglo XIX y la reconstrucción del conjunto con la nueva basílica por la duquesa de Villahermosa. En el colegio de los jesuitas en Tudela se estaba educando a gran parte de las élites y la archicofradía pamplonesa vivía momentos álgidos. Algunas determinaciones de la Iglesia, tanto universal como diocesana, fomentaron aquel ambiente. En 1904, el santo navarro fue nombrado patrono de las obras de Propagación de la Fe y, poco más tarde, en 1927, como patrono de todas las misiones. El obispo de Pamplona, fray José López y Mendoza, designó el 3 de diciembre como fiesta de guardar en 1918. El mismo prelado también publicó la orden para la celebración obligatoria de la novena de la gracia. En 1926 el nuevo obispo, Mateo Múgica, determinó que al, final del rosario, se rezase el Padre Nuestro, Ave María y Gloria por las misiones, encomendando la petición a san Francisco Javier.

Recuerdos de aquel centenario son la medalla conmemorativa diseñada por Julio Arrieta,  el estreno de la obra de Jenaro Xavier Vallejos “Volcán de Amor”, en el Teatro Gayarre, y el himno oficial.

El brazo del santo y el Cristo del cangrejo en tierras navarras

Las efemérides tuvieron dos momentos especiales, por una parte, una gran peregrinación en mayo y, por otra, en septiembre, la visita real a Javier y la gran procesión en la capital navarra. Gran información nos proporcionan el programa editado en Pamplona, la revista La Avalancha, los rotativos regionales y, sobre todo, un libro-crónica sobre el periplo de las reliquias de san Ignacio y san Francisco Javier, editado en 1924 con gran aparato gráfico. En esta última publicación, nada menos que 165 páginas dan cuenta puntual, con numerosos detalles y fotografías, de cómo se festejaron y vivieron aquellas conmemoraciones, enmarcadas en la concesión de un Año Jubilar, por un Breve de Benedicto XV.

Respecto al brazo, hay que señalar que eran grandes los prodigios que se atribuían a su intercesión. Entre los más señalados figura el vinculado con su desmembración del cuerpo, en 1614. Tras varios intentos fallidos, en los que se sucedieron grandes temblores del edificio, un jesuita arengó al cuerpo del santo para que se dejase cortar el brazo, apelando al argumento de su obediencia en vida. Esa misma virtud debía manifestarse después de muerto, por lo que invocó la autoridad del Prepósito de la Compañía y del Papa, ante lo cual ya no hubo dificultad alguna para lograr la sección del brazo. 

La iniciativa para que traer el brazo a Navarra en 1922 partió de la Junta Organizadora. La recepción tuvo lugar en Valcarlos, de donde pasó a Roncesvalles. El 10 de mayo, con una comitiva de 42 automóviles, se trasladó a Pamplona. Por todo el recorrido, los cohetes y las campanas de los pueblos sonaron, deteniéndose unos momentos en Aoiz, Urroz y Huarte. En Pamplona, se recibió en la parroquia de San Nicolás y de allí se condujo a la catedral en una gran procesión, acompañada de gigantes, hermandades, cofradías, ayuntamiento y órdenes religiosas. Recorrió numerosas localidades de Navarra y Ultrapuertos, hasta el 8 de octubre. Aquellas visitas fueron auténticos paseos triunfales, en los que no faltaron todo tipo de honores, arcos, músicas y volteos de campanas.

Por lo que respecta al Cristo del cangrejo, recordaremos que fue protagonista de uno de los milagros del santo más representados. El hecho tuvo lugar en 1546, cuando Javier intentaba llegar a la isla de Baranula y trató de detener la tempestad con su Crucifijo, que cayó al mar y le fue devuelto al día siguiente por un cangrejo. La pieza tuvo un larguísimo periplo y desde 1816 se conserva en el Palacio Real. En 1922 fue pedido a Alfonso XIII por la Diputación. El rey accedió, lo entregó al nuncio y éste al obispo de Pamplona en presencia de los parlamentarios navarros. La comitiva llegó a Alsasua, el 1 de marzo. Desde allí se trasladó a la capilla de San Fermín y más tarde a la catedral, a otras localidades y a Javier.

Mayo de 1922: una gran peregrinación del cooperativismo agrario

El día 15 de mayo tuvo lugar en Javier una gran concentración, auspiciada por las Cajas Rurales navarras, que acudieron con 7.000 agricultores y noventa banderas. La misa, los almuerzos, los desplazamientos, tanto a pie como en vehículos de todo tipo fueron concurridísimos. 

Por la detallada crónica de Diario de Navarra, sabemos que hasta Sangüesa llegó un tren especial y desde allí salieron caminando y en vehículos hacia Javier “y en medio de aquella baraunda, aunque parezca una paradoja, se reorganizó la caravana que llegó a su destino…, los vehículos inscritos se detuvieron en el alto de Javier, de donde descendieron los peregrinos a pie, procesionalmente, llevando en medio sus banderas. Aquel trozo de carretera semejaba un hormiguero”. Un arco ricamente adornado daba la bienvenida. Antes de la misa, celebrada en uno de los frontones, los peregrinos con sus banderas se colocaron frente al castillo para recibir la bendición con el brazo relicario y el Crucifijo del cangrejo. Terminada la misa, los grupos se dispersaron para comer. Posteriormente, veneraron las reliquias en la basílica y se organizó el regreso, en medio de un viento fuerte y frío.

Septiembre: la visita real y la procesión cívico-religiosa

En Pamplona, entre el 21 y 25 de septiembre, se celebró un solemne triduo dispuesto por la Diputación, el Congreso Nacional de la Unión Misional del Clero, la peregrinación oficial a Javier y la gran procesión.

El día 23 tuvo lugar la peregrinación oficial a Javier, con la Diputación Foral y las Diputaciones de las provincias Vascongadas al frente, numerosas delegaciones de villas y ciudades, así como varios obispos. La presencia del rey Alfonso XIII, que llegó al castillo en automóvil, procedente de San Sebastián, dio gran realce a los festejos. La misa contó con la participación del Orfeón Pamplonés.

Al día siguiente, 24 de septiembre, en Pamplona, tras una vigilia de la Adoración Nocturna en la catedral, con 40 banderas, tuvo lugar el acto popular y masivo, que fue una procesión que recorrió sus calles. Partió a las diez de la mañana de la catedral y finalizó ante el palacio de Diputación, en el Paseo de Sarasate. En ella participaron la comparsa de Gigantes de Pamplona, la Pamplonesa y las Bandas de Estella y Sangüesa, 2.000 niños de la Santa Infancia, formados en filas de a cuatro, banderas de sindicatos católicos, cofradías y comisiones de 200 ó 215 ayuntamientos navarros con sus banderas. Seguía a la corporación municipal de Pamplona, sacerdotes y comunidades religiosas, escoltando a las imágenes de san Miguel de Aralar, Virgen del Sagrario de la catedral y de san Fermín. La presidencia eclesiástica con el cabildo, el cardenal de Zaragoza, el arzobispo de Sevilla y otros obispos con el brazo del santo, precedía a la Junta del Centenario, una comisión de la Caja de Ahorros de Navarra -fundada aquel mismo año-, la Diputación y las Diputaciones Vascongadas, el gobernador civil y otras autoridades. El Regimiento de la Constitución, con bandera y música, rindió honores a la reliquia. Al finalizar el desfile, las imágenes de san Fermín la Virgen y San Miguel de Aralar se colocaron bajo el Monumento a los Fueros. Desde el balcón principal del Palacio Foral, las 25.000 personas congregadas recibieron la bendición, mientras las banderas rendían homenaje “hasta el polvo en señal de acatamiento” y las bandas militares y civiles interpretaban la Marcha Real.

La novena de la gracia y el himno de Larregla / Pelairea

Entre los hechos que trascendieron a los festejos de aquel año, hay que mencionar el Himno Oficial, que quedó en manos del poeta Alberto Pelairea y del compositor Joaquín Larregla. Al respecto, sabemos que el primero se desplazó a Madrid desde Fitero, en donde residía como administrador de los Baños. La impresión de Pelairea de la partitura fue positivísima, juzgándola como de “estupenda inspiración musical”.

La comisión organizadora fue de la opinión de que la partitura se difundiese y  aprendiese en distintos ámbitos, cuando aprobó que el himno “quede difundido y arraigado tanto como lo está el de san Ignacio y perdure pasando a las sucesivas generaciones: a tal fin, tan pronto esté terminado, se dará a conocer en el Orfeón pamplonés, en la Academia municipal de música, en los Colegios de Lecároz y Tudela y en todas las escuelas de niños y niñas de Navarra; se procurará además que los organistas de las parroquias del país lo ejecuten después de la misa parroquial, al menos durante el año jubilar, y tan pronto sea instrumentado, se facilitará a las bandas de música que lo pidan. Finalmente se hará una transcripción a piano para que también penetre en todos los hogares navarros”.

Por lo que respecta a la Novena de la Gracia, con origen en 1634, por la curación del padre Marcelo Mastrilli, sabemos que tuvo amplio eco en Navarra desde el propio siglo XVII y fue auspiciada por las Cortes y la Diputación del Reino. En 1922, el obispo de Pamplona declaró su celebración, como obligatoria en todas las parroquias y templos de la diócesis, haciendo notar que, hasta entonces, se celebraba sólo por costumbre.