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Sonia Rivas, Profesora de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.

Las habilidades que la COVID-19 ha hecho visible de la labor del buen profesor

lun, 05 oct 2020 11:32:00 +0000 Publicado en The Conversation

Este 5 de octubre se celebra el Día Mundial de los Docentes, siempre una ocasión para destacar los progresos alcanzados y reflexionar sobre las maneras de hacer frente a los desafíos pendientes a fin de promover la profesión docente. Podría ser una celebración del año más, si no fuera porque la situación de la COVID-19 nos ha puesto de relieve muchas responsabilidades del docente que quizás pasan inadvertidas a los ojos de cualquier ciudadano que vive la vorágine del día a día.

Estamos atravesando una crisis, que nos conduce a reflexionar en el terreno educativo sobre dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. Los profesores se han planteado el liderazgo de su profesión como herramienta para dar respuesta a las consecuencias de la crisis. Se han formado intensa y extensamente en todas aquellas metodologías activas que se han considerado pedagógicamente útiles para continuar con el proceso de enseñanza-aprendizaje en sus alumnos. Han puesto en juego sus habilidades pedagógicas y personales para proporcionar un aprendizaje a distancia y de calidad a los alumnos, intentando que nadie se quede atrás y reduciendo lo máximo posible la brecha en el aprendizaje entre sus alumnos. Han atendido a la inmediatez de los cambios derivados de la situación sanitaria de forma flexible, adaptando su entorno de aprendizaje a los diversos protocolos COVID-19 para volver a abrir los centros con seguridad sanitaria. Pero, sobre todo, han sido capaces de sumar en su proceso de enseñanza-aprendizaje la realidad de las familias.

Los buenos profesores han mostrado ser la pieza central de un engranaje educativo, no por ser la parte más importante, sino porque conecta con la realidad del alumno, de su familia, de los colegas de trabajo y con la de la organización a la que pertenece. Sin embargo, cuando este engranaje se detiene y, con él, todo los demás, tenemos tiempo de reflexionar sobre el valor, la utilidad, las características de cada una de las piezas.

Hemos observado en los profesores la competencia ‘querer mirar al alumno’, que implica querer observar qué le sucede, verificar qué está aprendiendo, conocer qué necesidad educativa tiene en un momento en el que sus relaciones sociales se han visto reducidas al mínimo, y que las relaciones personales con sus docentes y con sus compañeros se mediaban a través de una pantalla. Los profesores, por ello, han desbordado empatía, entusiasmo, ilusión, ganas por mostrar todo lo que el alumno puede aprender con estos andamiajes teniendo en cuenta la casilla de salida. Aunque queda aún mucho terreno por recorrer en algunos aspectos, como el modo de fomentar cierta autonomía en el aprendizaje en los niños, en la medida de las posibilidades de cada uno, parece que van por buen camino.

Hemos comprobado que los profesores saben decir: tienen la habilidad de hacer entender que la familia es la primera responsable en la educación en sus alumnos y que el docente es parte colaboradora en esta labor. Por ello, ha sacado a relucir la capacidad de hacer equipo con la familia, de incorporar su participación en el proceso de enseñanza-aprendizaje en aquellas facetas que ella se sentía más capaz, y de respetar, a la vez, su modo de educar. La calidad humana de los profesores, su cercanía con los progenitores y con las familias, han sido vitales.

Hemos visto también en este tiempo que los profesores tienen la capacidad de querer aprender: querer aprender con y de sus compañeros, de formarse, porque quieren, porque se sienten parte de una comunidad de aprendizaje con la que se identifican, que sienten propia. Por el bien de sus alumnos han sacado partido de sus fortalezas poniendo al servicio del mundo profesional todo lo que creían que podía servir. Asimismo, han sido capaces de pedir ayuda para trabajar sus debilidades. Por ello han visto la necesidad de invertir gran parte de su tiempo y esfuerzo en formarse en competencias digitales, valorando qué es lo mejor para sus alumnos y para su contenido. En esta línea siguen trabajando muchos profesores, pensando cómo transferir las metodologías activas al entorno virtual en la educación, de decidir hasta qué punto este espacio educativo no presencial sirve, y para qué.

Finalmente, hemos advertido que los profesores tienen la capacidad de hacerlo porque pueden, porque cuentan con el respaldo de un equipo directivo que valora su actividad, que confía en ellos, y que les ofrece toda la ayuda y apoyos necesarios para conseguirlo. Sus destrezas comunicativas, de saber hacer equipo y de sentirse integrados en una institución se han traducido en que han trasladado del mejor modo posible a sus implicados directos el mensaje de la dirección, en un entorno cambiante en el que se han tenido que adaptar tiempos y espacios de forma flexible.

En definitiva: acompañemos y confiemos en el buen hacer y en el arte del profesorado, en sus saberes y competencias de naturaleza pedagógica y didáctica. Su buena formación, sus cualidades personales y su querer lo mejor para sus alumnos, tengan las circunstancias que tengan, serán el mejor motor para estos momentos de crisis.