Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología
La pandemia como espejo
Uno de los más famosos aforismos de la antigüedad griega es «Conócete a ti mismo». Significa que para orientar la propia vida se requiere autoconocimiento. El aforismo estaba inscrito en el pronaos del templo de Apolo y era el saludo que el dios dirigía a los visitantes de su templo, deseándoles sabiduría. Platón pone esta frase en boca de Sócrates en su diálogo con Alcibiades, un joven que aspiraba a la política. Le aconseja que antes de ser gobernante debe aprender a gobernarse a sí mismo, lo que requiere autoconocerse.
A esa meta se llega a través de una introspección y reflexión habitual que permita descubrir tanto nuestras capacidades y virtudes como nuestras limitaciones y defectos. Todo ello con el propósito de una continua mejora personal.
Para autoconocerse es clave mirarse de modo habitual en un espejo limpio. No me refiero a la experiencia del joven Narciso, ni a la del típico adolescente, interesados solamente en conocerse por fuera para alimentar su vanidad. El narcisismo oculta el yo interior. El espejo puede ser la conducta ejemplar de un buen amigo o una crisis social y sanitaria que nos sacude, nos desconcierta, nos interpela y nos incita a revisar nuestros principios y nuestro comportamiento. También nos mueve a mirar a nuestra propia vida para descubrir dónde está lo esencial, porque con frecuencia hacemos de lo relativo algo esencial y viceversa.
A lo largo de la historia se han producido muchas epidemias que dejaron huellas profundas en el devenir humano. Una de ellas fue la devastadora peste de Atenas en el año 430 a. C., la primera epidemia documentada de la historia. El historiador Tucídides dejó escrito que los atenienses descubrieron de repente que «sus vidas y sus riquezas eran efímeras».
La actual pandemia de la Convid-19 tomada como espejo en el que nos vernos como personas y como sociedad, nos devuelve el mismo mensaje que a los atenienses. En el aislamiento social o cuarentena se descubre que lo más importante en la vida no es el afán de acumular bienes materiales, sino enriquecerse en humanidad, creciendo más en el ser que en el tener.
La Covid-19 está logrando que la jerarquía de valores encabezada por el hedonismo y el individualismo, sea cuestionada por otra presidida por valores éticos, sociales y cívicos, tales como el bien común y el comunitarismo, los cuales, a su vez, son consecuencia del espíritu de servicio. En edificios (que no comunidades) de vecinos que no tenían nada en común y en donde cada uno iba a lo suyo, a raíz del actual confinamiento surgen ofrecimientos para hacerle la compra gratis o traer medicinas a personas mayores que viven solas.
Los valores que más nos humanizan se oponen al individualismo que teníamos como como personas y como sociedad antes de la pandemia. La pandemia, con el obligado confinamiento, modifica nuestras sobrecargadas agendas y nuestra estresada forma de vida. Nos recuerda que somos vulnerables, tal como se deduce del relato bíblico: «Se seca el heno y la flor cae... Todo hombre es como heno» (Isaías 40,6).
Antes de la cura sanitaria estamos recibiendo una no menos necesaria cura de humildad. Advertimos que estábamos acostumbrados a un modo de funcionar prepotente, caracterizado por la prisa, el activismo y la urgencia. Ahora, confinados en el hogar familiar, de la necesidad hacemos virtud, viviendo con sosiego, a pesar del bullicio habitual de los niños.
Mirándonos en el espejo de la pandemia estamos descubriendo que el desasosiego es incompatible con la felicidad; que necesitamos cuidarnos y dejar que nos cuiden, para poder cuidar a los demás; que tenemos que crecer en sensibilidad y solidaridad con la gente más necesitada; que debemos vivir con más austeridad; que la técnica es para el hombre, y no el hombre para la técnica.
Tom Cheesewright, experto en predicciones del futuro de la sociedad en función de la ciencia y la tecnología, cree que uno de los primeros cambios será el fin de la jornada laboral como la conocemos ahora: «Las empresas inteligentes se darán cuenta de que los seres humanos no son robots y trabajaremos de formas más productivas. Esto significa que organizaremos la jornada laboral en función de nuestro reloj vital para tener así descanso suficiente».