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Jesús Ignacio Ferrero Muñoz, , Profesor de Business Ethics

¿Podemos seguir confiando en el sector financiero?

lun, 05 may 2014 10:22:00 +0000 Publicado en El Mundo

Los griegos, los de la Grecia clásica, afirmaban que las crisis eran procesos de ruptura o separación, que ofrecían una extraordinaria oportunidad para pensar críticamente en las causas de ese derrumbe y aprender para el futuro. Por eso uno de los sentidos etimológicos de la palabra "crisis" es juicio, reflexión. No cabe duda de que la crisis financiera que ha degenerado en una recesión global, nos ofrece un escenario idóneo para sacar experiencia y mejorar, no sólo para no volver a cometer los mismos errores sino para buscar un comportamiento excelente. Bien procesadas, las crisis pueden ser de gran ayuda.

Pero ¿cómo aprender de un fenómeno tan complejo y articulado como la crisis actual? Las causas que han desembocado en este cataclismo son múltiples y entrelazadas, los agentes implicados han sido numerosos, y los fallos  muy dispersos y excesivos. El elenco necesariamente ha de ser incompleto pero no deben faltar las autoridades monetarias con sus políticas expansivas y contractivas; los organismos reguladores y supervisores que actuaron con poca diligencia; los ingenieros financieros que crearon las mortgage backed securities y otros productos altamente complejos sin un debido análisis de sus posibles consecuencias; las agencias de rating que, al menos, adolecieron de profesionalidad; los deudores que permitieron niveles de endeudamiento difícilmente soportables; las empresas inmobiliarias que no calcularon bien los riesgos que estaban asumiendo; las agencias de seguridad que olvidaron su rol garante; y por encima de todo los bancos, tanto los comerciales como los de inversión -la supresión de la ley Glass Steagall los ha equiparado notablemente-, que concedieron hipotecas y préstamos sin valorar el riesgo, que además titulizaban para sacarlas de sus balances y evitar los límites regulatorios; etc.

A pesar de esta amalgama de agentes y causas, hay un consenso general en el papel decisivo que ha tenido la codicia en la gestación y desarrollo de la crisis.

La codicia no dista mucho de la ambición, pero esa distancia resulta esencial. Mientras que la ambición es un deseo vehemente por lograr algo, la codicia deviene en un deseo inmoderado que no repara en la legitimidad de los medios. Parece evidente que la ambición ha ayudado a la humanidad a superar obstáculos para mejorar las condiciones de vida, ampliar conocimientos, desarrollar la ciencia, la educación, la salud, la vivienda, etc. Pero de la ambición a la codicia hay un paso pequeño, y se ha dado demasiadas veces a lo largo de la historia. Precisamente para evitarlo está la ley, pero ni la ola desregulatoria actual ni la poca diligencia de las auditoras y organismos de control han ayudado. 

La codicia se ha convertido así en la gasolina que ha alimentado un potentísimo motor diseñado por las condiciones del mercado financiero -facilidad para obtener créditos a muy bajo interés, crecimiento exponencial de productos financieros muy sofisticados, extremada movilidad del dinero- que ha provocado una loca carrera a toda máquina centrada en el cortísimo plazo, en la que hemos participado casi todos llevados por el trastorno general generando unos niveles de especulación y apalancamiento nunca vistos.

Si la codicia ha sido el virus que ha terminado por hacer estallar la crisis -etimológicamente significa también el momento culminante de una enfermedad-, el modo de corregirla será inyectar el antídoto en el sistema. Éste no es otro que la virtud de la prudencia, acompañada de la templanza, la justicia y la fortaleza, en definitiva, una buena dosis de ética de la virtud.

La prudencia es la virtud esencial del directivo, ya que ayuda a tomar decisiones acertadas, mirando el para qué y el cómo, moderando la ambición para que no degenere en codicia, atendiendo a la justicia en las relaciones comerciales tanto cumpliendo la ley como procurando al cliente información veraz y relevante para la buena toma de decisiones, y siendo fuertes para centrarse en el cliente en el caso de conflictos de intereses. Esto es especialmente importante en un mercado en el que se decide con el dinero de los otros.

A la pregunta de si podemos seguir confiando en el sector financiero, la respuesta es que sí, porque la negativa sería tanto como negar la confianza en las personas, y eso sería la ruina de la sociedad, pero reclamando directivos y agentes virtuosos, prudentes, que generen confianza, que atiendan al para qué pero también al cómo, y sin olvidar que todos nosotros formamos parte también del sistema financiero y que nuestra propia prudencia ayudará a generar comportamientos prudentes en los demás, y así aprenderemos todos de esta crisis.