Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Es que yo no tengo tiempo…
Dar tiempo es el mejor regalo que podemos hacer, porque nuestro tiempo es nuestra vida; también es el mejor regalo que podemos recibir, porque el donante sabe que no lo podría recuperar. Sin embargo, nos suele costar más dar tiempo que dar regalos materiales. Un ejemplo: “me llama mi nieto pidiéndome que le acompañe a su partido de futbol y le digo una vez más que no tengo tiempo, pero que a cambio le regalaré un balón de reglamento”.
Uno de los comentarios más repetidos hoy es “no tengo tiempo”, sobre todo como respuesta a la petición de un favor. Suele suceder más en personas mayores y jubiladas, que son las que, en principio, disponen de más tiempo libre. ¿Cómo explicar esta paradoja?.
J.Browne considera que el sentido subjetivo del tiempo (el tiempo psicológico o antropológico) cambia con la edad. En la infancia el tiempo transcurre más despacio, porque casi todo es novedad y ocasión de aprender; en cambio, con el paso de los años todo nos resulta familiar, por lo que solemos perder el afán de aprender. Entonces el tiempo se acelera y se nos escapa.
Para Octavio Paz “el tiempo no está fuera de nosotros, ni es algo que pasa frente a nuestros ojos como las manecillas del reloj. El tiempo somos nosotros, y no son los años los que pasan, sino nosotros los que pasamos”.
Hay casos en los que la sensación de no tener tiempo, de no llegar a todo, como en edades anteriores, resulta agobiante y obsesiva. Ese trastorno se conoce como “el síndrome de la falta de tiempo”.
Algunas personas tienen siempre tiempo para sí mismos, pero casi nunca para los demás. Consideran que acompañar a otros es una pérdida de tiempo.
Gustav Thibon aclara que en la actual sociedad existe un enclaustramiento de los individuos y una indiferencia masiva respecto del prójimo. Añade que se está dando un proceso de erosión social que Paul Valéry llamaba “la multiplicación de los solos”.
Esa actitud se refuerza cuando el “solo” carece de empatía. El no empático permanece inmerso en su propia realidad personal, desconociendo los sentimientos y problemas de los demás. También aumenta en las personas narcisistas. Al narcisista se le reconoce por el ansia de ser admirado. Se preocupa sólo de sí mismo. Su egocentrismo y falta de empatía le incapacitan para ver otros “egos” y para compartir su tiempo con ellos.
Lowen sostiene que los narcisistas no se aman a sí mismos: “Se trata de personas que no pueden aceptar su verdadera personalidad y en su lugar construyen una máscara permanente que esconde su carencia de sensibilidad emocional. Les preocupa más su apariencia que sus sentimientos” (Narcisismo: la enfermedad de nuestro tiempo, 2000).
Otro obstáculo para descubrir que mi tiempo es “nuestro tiempo” es la prisa y el apresuramiento, que se ha convertido ya en un estilo de vida. (“ahora tampoco puedo atenderte, tengo mucha prisa”). Pero no es algo exclusivo de la agitación y aceleración propia de la época actual, como lo atestigua un testimonio de 1651 escrito por Baltasar Gracián:
“No vivir aprisa. El saber repartir las cosas es saberlas gozar. A muchos les sobra la vida y se les acaba la felicidad; querrían devorar en un día lo que apenas podrán digerir en toda la vida. Viven adelantados en las felicidades, cómense los años por venir y, como van con tanta prisa, acaban pesto con todo”.
La utilización de las nuevas tecnologías fue, en principio una forma de ganar tiempo, pero el abuso de ellas (email, whatsapp y móvil, sobre todo) absorbió casi todo el tiempo libre de muchos usuarios de todas las edades.
Afortunadamente existen recursos contra el imperativo de la prisa, que detienen el tempo y lo amansan, como, por ejemplo la visita a un museo, un paseo por el campo, la pesca, el rito, cocinar un plato a fuego lento…
La lentitud no siempre es una limitación o un defecto. En la sociedad de la aceleración y la hiperactividad necesitamos que decrezca el ritmo de nuestra vida para reflexionar, para contemplar, para decidir, para trabajar no más, sino mejor. Ello conlleva ganar en paciencia, que es la virtud que nos permite soportar las molestias inevitables que nos causan los bienes que tardan en llegar. Si perdiéramos el sentido de la paciencia no podríamos adaptarnos al tiempo de los demás. Hacerlo sin que se note es caridad fina.