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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Patrimonio e identidad (36). Un baztanés gigantesco

vie, 04 sep 2020 14:11:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Estos días pasados ha estado de plena actualidad el gigante de Altzo, Miguel Joaquín Eleicegui (1818-1861), cuyos restos han sido encontrados en el cementerio de su localidad natal. Llegó a medir en torno a 2,40 m., siendo exhibido por Europa y recibido por diferentes reyes como Isabel II de España, María II de Portugal, Luis Felipe de Francia y Victoria del Reino Unido. Todo aquel periplo se inició en 1843, cuando José Antonio Arzadun, vecino de Lecumberri, llegó a un acuerdo con el padre de Miguel Joaquín para llevar a este último por los pueblos y ganar dinero. Entre las cláusulas del documento, se estableció que se le pagaría todo el tabaco y se le dejaría ir a misa todos los días, en los distintos puntos en que se encontrase.

No fue el único caso, en tiempos pasados, en que una persona de aquellas características fue presentada al público por su estatura en distintos lugares. Citaremos, el cercano ejemplo de Fermín Arrudi (1870-1913), nacido un 7 de julio en Sallent de Gállego, conocido como el “gigante de Sallent”, que fue muy famoso en todo el Pirineo aragonés y en diversas ciudades españolas. Medía 2,29 m. y fue llevado a Alemania, Holanda, Austria, Francia, Sudamérica y Estados Unidos. Figuró, asimismo, como personaje especial en la Exposición Universal de París de 1900. Según Iribarren, también se le pudo ver en las fiestas de San Fermín y, al parecer, acudió a algunos de los famosos conciertos de Pablo Sarasate.
 

El canónigo baztanés, del palacio de Errazu

Se trata de don José Apeztegui y Pérez de Rada (1687-1746), hijo de Juan Bautista Apeztegui y Errazu, palaciano de Errazu y de Elena Pérez de Rada y Juaniz de Echálaz, natural de Obanos. Según Pilar Andueza, el matrimonio fundó, en 1717, el mayorazgo de Apeztegui, tras considerar que “de la división de los bienes resultan grandes inconvenientes y por ello se pierde y destruyen las familias y memoria de las personas nobles e ilustres, y por el contrario se conservan y perpetúan, quedando enteras y unidas”. Al mayorazgo quedó unida la casa del palacio cabo de armería, erigida poco antes de 1674, ya que sirvió de modelo en aquel año para el palacio Jarola de Elvetea, erigido bajo la munificencia del capitán don Miguel de Vergara.

Nació don José en aquel palacio cabo de Armería, que obtuvo cédula de llamamiento a Cortes en 1655. Familiarmente estaba emparentado, entre otros, con los premonstratenses fray Bartolomé Echenique, catedrático de Salamanca y general de su orden y con los canónigos Juan Miguel Echenique y Pedro Fermín de Jáuregui y Aldecoa, el mecenas de la sacristía rococó. Entre sus hermanos los hubo que siguieron la carrera militar como Juan Antonio Bautista, sirviendo en los ejércitos en Milán, Valencia y Cataluña y otros la eclesiástica como Francisco Alejo. Una hermana de nombre Josefa estuvo casada con José Ormat y Echenique.

A las aulas de la Universidad de Salamanca acudió, siendo bachiller en cánones y allí obtuvo la licenciatura en leyes. En la ciudad del Tormes estuvo entre 1710 y 1714. Fue elegido canónigo de Pamplona en 1716, al año siguiente del fallecimiento de su tío, el también canónigo don Andrés de Apeztegui, arcediano de la Tabla, que sufragó el retablo de San Fermín en la propia catedral. Don José fue designado prior en diciembre de 1727, ocupando aquella primera silla del cabildo hasta su muerte, en 1746. Fue vicario general del obispado, en sede vacante, en tres ocasiones, en 1728, 1734 y 1742. Desempeñó en distintos momentos de su vida otros cargos de responsabilidad como oficial principal del obispado, gobernador y provisor. En 1717 y 1718 su salud no era muy buena, a juzgar por los permisos que pidió para convalecer en Errazu. Sus últimos años estuvieron repletos de achaques, lo que le obligó a retirarse bastantes temporadas a su casa nativa en Errazu, según señala N. Ardanaz, “por ver si la cercanía a los aires marítimos” y los consejos de un médico de Sempere (Saint-Pée-sur-Nivelle) en Labord, lograban aliviar sus dolencias. En 1744, su estado de salud se agravó, pero mejoró momentáneamente, permitiéndole volver a la capital navarra. En agosto de 1745 dejó Pamplona para no volver, tras haber solicitado permiso al cabildo, para medicinarse en el monasterio de Urdax. 

Se conservan todas las cuentas de la asistencia que recibió a lo largo de dos meses y veinte días por parte del médico, cirujano y boticario de Baztán, Juan José Ariz, Juan Esteban de Aguirre y Martín de Petri, respectivamente.

Su partida de defunción se conserva en el libro correspondiente de difuntos de Errazu y lleva fecha de dos de marzo de 1746. Otras fuentes indican que falleció a las seis de la tarde. Inmediatamente se le trasladó a Pamplona, en cuya catedral fue sepultado el día 5 de marzo de aquel mismo año de 1746. Vivió, por tanto, mucho más que los casos de los gigantes de Altzo y Sallent, que murieron con cuarenta y tres años, alcanzando el canónigo Apeztegui los cincuenta y nueve.

Arigita lo juzga como hombre de excelentes condiciones como religioso y con gran autoridad y erudición. Otras fuentes del siglo XVIII lo califican como uno de los miembros más virtuosos y ejemplares del cabildo pamplonés. Dejó fundadas, en la catedral, con un capital de 1.000 ducados, unas misas en las octavas del Corpus y la Asunción de la Virgen, en 1742. En sus últimas disposiciones también dotó una capellanía en Errazu con la cantidad de 400 ducados. Otras disposiciones de sus últimas voluntades fueron para la iglesia de su pueblo, los pobres de las parroquias pamplonesas y de las localidades de Arraiza, Ubani, Zabalza y Cirauqui, así como a la Casa de Misericordia. Sus criados y criadas recibieron también mandas especiales.

Poseyó una buena biblioteca con numerosos ejemplares de diferentes tamaños, en la que no faltaban los Salmanticenses, obras del Padre Gracián, Juan de Palafox, María Jesús de Ágreda y muchos volúmenes relativos a temática de derecho, ejército, historia de Navarra, nobleza y teología espiritual.

Entre sus bienes de su casa prioral destacan en el inventario realizado, después de su muerte, todos aquellos ubicados en el oratorio, presidido por una pintura sobre tabla de la Virgen del Sagrario, titular de la catedral de Pamplona en su rico marco dorado, un Crucifijo de bronce, cornucopias, cuadros de pequeño tamaño de san José y la Virgen, Nuestra Señora del Popolo, el Bautista, san Francisco, san Pedro de Alcántara, el Salvador, san Juan de Sahagún, grabados del Corazón de Jesús, la Virgen de Nieva, un cáliz de plata y numerosas reliquias, algunas de ellas adornadas por las Agustinas Recoletas. Las piezas de plata de su casa denotan asimismo el estatus del prior. Poseía un gran azafate de plata, varias salvillas, saleros, cubiertos y otras piezas de ajuar doméstico.


En Salamanca conocido como “el altísimo” y en la corte ante Felipe V, considerado como el más alto de “todo el Reino”

Contamos con un testimonio de excepción, publicado a los veintidós años de su muerte. Se trata de la Historia del colegio Viejo de San Bartolomé, Mayor de la célebre Universidad de Salamanca obra de José de Rojas y Contreras, marqués de Alventos, publicada en 1768. En ese libro nos cuenta la anécdota ocurrida con Felipe V, muy repetida por quienes se han ocupado del personaje. Así nos relata la parte relativa a la estatura de don José Apeztegui: “Fue singularísimo en la estatura del cuerpo, y así mientras estuvo en Salamanca no le conocían por otro nombre que el Altísimo, no habiendo encontrado en su tiempo en España quien le igualase, pero al mismo tiempo era muy galán y proporcionado. Sucedióle siendo colegial un caso que fue el asunto de las conversaciones en la Corte. Esta a en ella nuestro colegial y fue como otros muchos a ver comer al rey don Felipe Quinto, que solía hacerlo en público en aquel tiempo; y como por su estatura sobresalía extraordinariamente a los demás del concurso, reparó el rey en el que hacía a todos tantas ventajas, y preguntó si estaba subido en algún banquillo, y diciéndole que no, y que la que se manifestaba era su estatura, dudó de la certeza, y mandó se hiciese lugar para que pudiese llegar cerca de la mesa. Hízose así y nuestro colegial, en pena de su curiosidad, tuvo que pasar el sonrojo de ser aquel día el principal objeto de la atención de los cortesanos. Estúvole el rey observando con mucho cuidado y le mandó luego decir si quería entrar en sus Guardias, donde sería atendido y se le daría empleado correspondiente a su calidad, a lo que respondió, que aunque la profesión literaria que había empezado, no le embazaría a seguir la de las armas, le impedía el poder obedecer a su Majestad el estado eclesiástico que ya había abrazado y hallarse ordenado de Epístola, de que se quedo el monarca satisfecho”

El apellido y la estatura del joven baztanés quedaron en la memoria del primer Borbón y, años más tarde, en 1727, cuando se consultó su nombre en la Cámara de Castilla para la provisión del priorato de la catedral de Pamplona, el rey preguntó al marqués de la Compuesta, secretario, “si era el consultado uno de estatura grande a quien había convidado a ser soldado, pues le parecía que el apellido era el mismo de uno a quien había visto años hacía, estando comiendo”. El marqués no supo dar razón, pero indagando para satisfacer la curiosidad del monarca le informó que, efectivamente, era el mismo, a lo que contestó Felipe V: “Pues la elección está bien hecha, porque no se puede negar que es el sujeto mayor de aquel cabildo y aún de todo el Reino”.


Testimonios sobre su altura en la catedral de Pamplona

Distintos estudios, en general ligados a la catedral de la capital navarra, han dado a conocer la excepcionalidad de la altura de un canónigo baztanés que llegó a ser prior de la catedral. Arigita, Iribarren, Goñi Gaztambide, Ardanaz Iñarga, entre otros, han recogido tres testimonios sobre su gigantismo. En primer lugar, el dato sobre su sepultura, en el panteón de los canónigos de la cripta de la Barbazana, en donde fue enterrado, siendo necesarios dos huecos de sepulturas ordinarias en el sentido longitudinal, en el centro del recinto, con la siguiente inscripción, que publicó Mariano Arigita: “AQVI ESTA SEPVLTADO D. JOSEPH DE APEZTEGVI, / PRIOR DE ESTA SANTA YGLESIA, MVRIO EN EL / LVGAR DE ERRAZV EL DIA 2 DE MARZO DE 1746. / R. I. P.”. Se conservan las detalladísimas cuentas de todo lo relativo a su traslado y acompañamiento desde Errazu, gastos del ataúd, el arriero que lo condujo desde Baztán a Capuchinos extramuros, los cocheros que bajaron con carro fúnebre para subirlo a la catedral, campanero y macero de la catedral, así como de los centenares de misas celebradas inmediatamente por su alma y los responsos en conventos y parroquias de la capital navarra. Como es sabido la cripta de la capilla Barbazana sirvió de panteón para los canónigos desde 1651. En 1770, se ordenó desocupar varios sepulcros, colocando los restos dignamente con sus nombres y años. Finalmente, en la restauración del recinto en 1947, se enlosó la estancia, suprimiéndose más de sesenta sepulturas.

El segundo testimonio es bastante lacónico, pero harto ilustrativo. Proviene del archivo catedralicio pamplonés. Concretamente del libro tercero de actas capitulares. Al hacer mención de su muerte y traslado a Pamplona de sus restos mortales, se hace constar que era “natural de Errazu, donde murió y de estatura agigantada”, agregándose en el margen y como modo de poner en relación su altura con una imagen bien conocida del claustro catedralicio, lo siguiente: “Era tanto que besaba el pie de la Virgen de la puerta del claustro al pasar siempre, y sin elevarse un punto”. En otras fuentes se indica que lo hacía “sin levantar los talones desde el plano”. Se refiere a la escultura gótica de la Virgen del Amparo, en tiempos pasados, de gran culto en la seo pamplonesa, como prueban distintos textos y relaciones, así como la leyenda de la aldeana que la saludaba con una tosca poesía y era respondida por la Virgen. Si tenemos en cuenta, como ya publicó Iribarren, que los pies de la imagen pétrea de Nuestra Señora del Amparo y por tanto la boca del prebendado están a 2,22 m. del suelo del claustro, algo que hemos comprobado, el canónigo mediría en torno a los 2,40 m., lo que haría parecer un auténtico coloso. En estas medidas, hay que presuponer que el nuevo enlosado del claustro, realizado entre 1771 y 1772, mantuvo el nivel anterior, algo que parece totalmente cierto.

Una tercera prueba se ha de poner, por su obviedad, en relación con el permiso que don José Apeztegui obtuvo del cabildo catedralicio para ampliar la casa prioral en agosto de 1731, señalándose que era muy angosta, a fortiori para un hombre de sus dimensiones. El hecho encaja perfectamente con el deseo y la necesidad de tener un hábitat acomodado a su altura, ya que nos lo imaginamos en la vetusta construcción continuamente agachándose para pasar por las puertas no aptas para él y con las descomodidades de una mansión distinguida pero no adaptada a sus necesidades.