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Artistas Navarros (7). El “valiente pincel” de Vicente Berdusán

03/03/2025

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, una serie sobre artistas navarros

La personalidad artística de Vicente Berdusán (1632-1697), pintor establecido en Tudela con un notable taller en la segunda mitad del siglo XVII, acaparó sobresalientes encargos de su especialidad en Navarra y fuera de ella, llegando a numerosos puntos de Aragón, La Rioja y Guipúzcoa. Nacido en Ejea de los Caballeros, en 1632, fue el último varón de ocho hermanos. Pasó tempranamente a Tudela, quedó huérfano de padre y madre, correspondiendo su tutoría a Juan de Gurrea, fundador de un dinámico taller de retablistas en dicha ciudad. Se inició en la pintura hacia 1644 con un pariente, Hernando de Mozos, y se ausentó de la capital de la Ribera durante los años centrales del siglo, para completar su formación en la Corte, en la órbita de Juan Carreño de Miranda, autor del famoso lienzo de los Trinitarios de Pamplona -hoy en el Louvre- que los frailes se negaban a recibir y gracias al juicio de Berdusán se aceptó.

El título de este artículo lo hemos tomado de una fuente coetánea, que trata de la elección del programa de la capilla de los Villahermosa en San Carlos Borromeo de Zaragoza (1693), en donde se nos informa que fue el padre Tomás de Muniesa, jesuita, el que una vez “tomadas las medidas de los lienzos que se habían de pintar para llenar las paredes, escogió la idea de unos santos con especial milagro y relación al Santísimo Sacramento, y en tanto que estos se pintaban, encomendándolos al valiente pincel de Verdussan, pintor afamado de Tudela, se entendió en la fábrica de la capilla”.

Un estilo muy personal

En su obra destaca el predominio del color sobre el dibujo, los tonos cálidos, cálidos y chispeantes, con inconfundibles carmines, los espacios tridimensionales, los juegos lumínicos, la complicación compositiva en base a movimientos, formas bullentes y diagonales, así como el empleo de abundantes fuentes gráficas, grabados de Collaert, Galle, Pontius, Wierix, Cort. Su producción fue eminentemente religiosa y propia del periodo de la Contrarreforma, contando con una clientela notable entre catedrales, parroquias, conventos, burgueses y nobles.

Por lo que respecta a sus estampas, dibujos y grabados, sabemos que los poseía y cuidaba. Nada más ilustrativo que las dotes de sus hijos, hechas por su viuda en el mismo año de la muerte de Vicente Berdusán (1697). Su hijo Carlos recibió como dote matrimonial 2000 reales en “valor de diferentes cuadros y bosquejos y dibujos de los que quedaron por muerte del dicho Vicente de Berdusan, su padre, propios de su mano y de la de Carreño, de que se ara memoria “. Felipe, por su parte, percibiría junto a otros bienes dotales “en cuadros y borrones mil novecientos y sesenta y cuatro reales, y en estampas y rasguños quinientos reales, que ambas partidas montan dos mil cuatrocientos y sesenta y cuatro reales”.

Una amplia y selecta clientela

La entonces colegial de Tudela, su cabildo de canónigos, la parroquia establecida dentro de ella, así como algún capitular, fueron los responsables de que nuestro pintor dejase allí importantes conjuntos como el retablo de la capilla del Espíritu Santo, en torno a 1661 y, sobre todo, el magnífico ciclo de la sala capitular, realizado entre 1669 y 1671, siendo deán de la colegiata don Basilio Camargo y Castejón, colegial de la Santa Cruz de Valladolid, alcalde de la Sala de Hijosdalgo de la Chancillería de Valladolid y Oidor de la de Granada, hombre de extenso currículum, buen conocedor de los ambientes artísticos castellanos y granadinos y que poseía una nada desdeñable colección pictórica.

Sus obras en la catedral de Tarazona -retablo de la Virgen del Pilar, lienzos de san Francisco Javier y de otros santos- debieron estar relacionados con el hecho de que su hijo Gaspar Berdusán llegó a ser secretario del obispo turiasonense don Mateo Sánchez de Castelar. La llegada de sus obras a la catedral de Huesca se debió a su fama entre los nobles de aquellas tierras y de algún notable canónigo de la seo aragonesa. Pudieron conocer al artista a través de dos hermanos de origen tudelano que ocuparon altos puestos en la iglesia aragonesa del siglo XVII, los Francés de Urrigoiti, uno arcediano de Zaragoza y otro obispo de Barbastro.

Los retablos de la capilla oscense de San Joaquín se debieron a la munificencia de don Bartolomé de Santolaria, maestrescuela de la catedral oscense y catedrático de cánones de la universidad, promovido al obispado de Jaca en 1673, sede de la que no llegó a tomar posesión por haber fallecido. La otra capilla que contiene un lienzo de Berdusán, firmado y fechado en la misma catedral de Huesca, es la de San Martín, patronato de los condes de Atarés, don Juan Sanz de Latrás y su segunda esposa doña Magdalena Sanz de Latrás de Agullena.

Los templos de jurisdicción diocesana y de los regulares fueron clientes asiduos de Berdusán. Algunas parroquias que requirieron sus servicios en Navarra fueron las del Rosario de Corella -retablo mayor y pechinas-, Viana, Roncal y Garde -retablos de San Francisco Javier-, Caparroso, Milagro, Mélida, etc., así como algunas aragonesas, como las de Villafranca de Ebro o la de Magallón. Lienzos de Berdusán fueron encargados por la parroquia de Azpeitia, en Guipúzcoa, aunque perecieron en un incendio del retablo ocurrido hace varias décadas.

Cofradías, como la de Santa Teresa de Fitero, que agrupaba a los alpargateros de la localidad, le encargaron el soberbio lienzo de la Transverberación de santa Teresa, y otras hermandades de San Francisco Javier de otros pueblos hicieron lo propio con su titular. Mención especial merecen las pinturas de la ermita de Nuestra Señora de Zuberoa, de Garde, por su emplazamiento, en donde la cofradía de Santiago y la Asunción hizo posible que en pleno valle del Roncal encontremos pinturas de Berdusán, conocido en aquellas tierras por las conexiones de los pastores roncaleses con la Bardena y diversas localidades de la Ribera.

Monasterios, como el cisterciense de Veruela, le encomendaron un ciclo de la vida de san Bernardo, bajo el mandato de dos esclarecidos abades, y los conventos tudelanos cuentan con obra suya de cierta relevancia, Especialmente, las dominicas en su retablo mayor, realizado bajo los auspicios del secretario de despacho universal de Carlos II, don Manuel de Lira, que contaba en el convento tudelano con cercanas familiares. Carmelitas calzados y descalzos, clarisas, capuchinas o jesuitas—hoy San Jorge el Real— nos ponen en relación con su obra en sus diferentes épocas.

Las relaciones de hermandad de los conventos con sus respectivas órdenes nos explican la presencia de Berdusán en Santo Domingo de Huesca, en el desaparecido conjunto de los frailes menores de Zaragoza o en los carmelitas descalzos de Lazcano (hoy benedictinos).

Ya aludimos a los condes de Atarés como responsables del encargo de los lienzos de la capilla de San Martín de la catedral de Huesca. Una hermana del conde, doña Ana María Latrás, fundó las Capuchinas de Huesca, en donde se encuentran los lienzos de los desaparecidos retablos del convento, dedicados a la Venida de la Virgen del Pilar, san Francisco y santa Clara.

Otros importantes personajes de adineradas familias tudelanas también requirieron los lienzos de Berdusán. Así, don Domingo de Rodas ordenaba en su testamento ser sepultado en su capilla de los jesuitas de Tudela, con la advocación de la conversión de San Pablo, el lienzo lleva la firma del pintor en 1677. Poco antes, otro noble tudelano, tesorero de su colegial, don Agustín de Baquedano, le ordenaba pintar el lienzo de santo Tomás de Villanueva para su capilla en el trascoro, que dotó con un retablo de líneas clasicistas en el que campean sus armas.

Por último, entre los nobles, destacaremos a una de las familias de más linaje en Aragón y con relaciones con Navarra, los duques de Villahermosa, que le encomendaron la serie de pinturas de motivos eucarísticos, relacionadas con santos de otras tantas órdenes religiosas, que se conservan en la capilla de la Comunión en el Seminario de San Carlos Borromeo de la capital aragonesa. Por los textos de la época sabemos que aquella familia nobiliaria se inclinó por hacer el encargo al “valiente pincel” de Vicente Berdusán.

Sus temas en sintonía con la pintura de su siglo

Dado que la inmensa producción salida del taller de Vicente Berdusán son temas religiosos, es fácil imaginar que entre sus clientes dominaron distintas instituciones religiosas que, siguiendo los usos y modos de aquellos tiempos, tenían tapizados sus iglesias y conventos con otros tantos lienzos de distinta calidad y origen. Gran parte de estos comitentes eran, en frase de Antonio Acisclo Palomino, que escribe al poco tiempo de morir nuestro pintor, de «muy difícil contentar». Con ello alude a su tradicionalismo en algunas ocasiones, a las tasaciones y desacuerdos en materia de precio en otras y, por último, a algunas interpretaciones iconográficas.

Series como las de Veruela dedicada a san Bernardo, la capilla de los Villahermosa a la Eucaristía o la Virgen en la catedral de Tudela lo sitúan en paralelo a lo que hicieron los grandes pintores del siglo, como Zurbarán. Otro tanto ocurre con los grandes cuadros de altar como la Venida de la Virgen del Pilar de Zaragoza de las Capuchinas de Huesca o la Asunción de la Virgen de la misma ciudad y el Triunfo de san Francisco Javier de los jesuitas de Tudela. En los pequeños cuadros para la devoción, como la Inmaculada Niña de Tudela, se muestra la delicadeza en este tipo de pintura destinada a la imago pietatis.

De momento: un retrato

El otro gran género al que se enfrentaron los pintores de nuestro siglo XVII fue el retrato. Es seguro que Berdusán lo practicó pero, de momento, no hemos podido atribuirle con gran seguridad más que el del hermano Juan de Jesús San Joaquín (†1669), lego carmelita descalzo con una vida repleta de fenómenos extraordinarios. La priora de Recoletas, Teresa de los Ángeles solicitó el retrato, como hicieron otros en la ciudad y otras poblaciones, en este caso portando la imagen de la Virgen de las Maravillas. Llama la atención el realismo y verismo del retrato, acorde con los grabados y pinturas del retratado. La atribución a Berdusán del cuadro de Recoletas la fundamentamos en varios motivos. En primer lugar, en la conformación del rostro de la Virgen, con un esquema muy repetitivo en el pintor, con amplias carnes y carmín en la pequeña boca. Asimismo, la configuración de las cabezas de los ángeles de la peana y el Niño Jesús, todas ellas muy abocetadas. Los colores rosáceos de la túnica de la Virgen similares a la camisa del pobre al que socorre santo Tomás de Villanueva en su retablo de la catedral de Tudela (1671) o la cortinilla de la carroza de san Bernardo en el lienzo de Veruela (1672). Por último, el paisaje está en total sintonía con el que el pintor pone de fondo a la figura de san Francisco de Asís en las Capuchinas de Huesca (c. 1672) o al lienzo de san Pedro de Verona en el retablo mayor de las dominicas de Tudela (1689).