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Promover el espíritu cristiano en la comunicación

03/02/2024

Publicado en

Omnes

Ramiro Pellitero |

Profesor de la Facultad de Teología

El Papa Francisco ha hecho énfasis últimamente en la necesidad de promover en la comunicación y la educación el espíritu cristiano, que pone a Dios en el centro y reconoce la dignidad y responsabilidad del hombre.

¿Cómo comunicar y educar desde una perspectiva cristiana? ¿Es exactamente igual que hacerlo al margen de la fe o con criterios únicamente “profesionales”?

Entre las enseñanzas de Francisco en las pasadas semanas, hemos escogido tres temas que están interconectados: la adoración, la comunicación y la educación.

Adorar: “arrodillar el corazón”

La enseñanza central del Papa Francisco durante la Navidad ha sido la necesidad de la adoración. Ya en su discurso a la curia romana para felicitar la Navidad (21-XII-2023) se refería a “escuchar con el corazón” o “escuchar de rodillas”. 

Escuchar con el corazón es mucho más que oír un mensaje o intercambiar información; es una escucha interna capaz de interceptar los deseos y necesidades de los demás, una relación que nos invita a superar esquemas y vencer los prejuicios en los que a veces encasillamos la vida de quienes nos rodea”.

Como María hemos de escuchar “de rodillas”, es decir, “con humildad y asombro”. 

Escuchar ‘de rodillas’” –señala el Papa– “es la mejor manera de escuchar de verdad, porque significa que no estamos delante del otro en la posición de quien cree que ya lo sabe todo, de alguien que ya ha interpretado las cosas antes incluso de escuchar, de alguien que mira de hacia abajo sino, por el contrario, nos abrimos al misterio del otro, dispuestos a recibir con humildad lo que quiera enseñarnos”.

A la hora de escuchar, sigue explicando Francisco, a veces somos como lobos que están siempre intentando devorar cuanto antes las palabras del otro, con nuestras impresiones y juicios. “En cambio, para escucharse unos a otros se necesita silencio interior, pero también un espacio de silencio entre escuchar y responder”.

Y todo esto se aprende en la oración: “Todo esto lo aprendemos en la oración, porque ensancha el corazón, hace bajar de su pedestal nuestro egocentrismo, nos enseña a escuchar a los demás y genera en nosotros el silencio de la contemplación. Aprendemos la contemplación en la oración, arrodillándonos ante el Señor, pero no sólo con las piernas, ¡arrodillándonos con el corazón!”

El arte de escuchar se aprende, en suma, cuando se dejan aparte los prejuicios, con apertura y sinceridad, “con el corazón de rodillas”.

Esto nos ayuda a otro arte, el “arte del discernimiento”: “Ese arte de la vida espiritual que nos despoja de la pretensión de saberlo todo, del riesgo de pensar que basta con aplicar las reglas, de la tentación de seguir adelante […] simplemente repitiendo patrones, sin considerar que el Misterio de Dios siempre nos supera y que la vida de las personas y la realidad que nos rodea son y serán siempre superiores a las ideas y teorías. La vida es superior a las ideas, siempre. Necesitamos practicar el discernimiento espiritual”. 

Todo ello nos facilitará ejercer también el discernimiento a nivel pastoral. “La fe cristiana –recordémoslo– no quiere confirmar nuestras seguridades, ni acomodarnos en certezas religiosas fáciles, ni darnos respuestas rápidas a los complejos problemas de la vida”.

Contemplación, asombro, adoración

La adoración vuelve a ocupar un lugar central en la homilía de Nochebuena (24-XII-2023). Lo primero, apunta el Papa, es contemplar el modo en que Dios se encarna, tomando el camino de la humildad y de la pequeñez, en un mundo en que con frecuencia lo importante es el poder y la fuerza. Por eso, “¡qué arraigada está en nosotros la idea mundana de un Dios alejado y controlador, rígido y poderoso, que ayuda a los suyos a imponerse sobre los demás! […] Él ha nacido ‘para todos’durante el censo de ‘toda la tierra’”. Al mirar la ternura de Dios, su rostro en ese Niño, vemos que es Dios de “compasión y misericordia, omnipotente siempre y solo en el amor”. Ese es el modo de ser de Dios.

De la contemplación surge, pues, el asombro. Ante Dios cada uno no somos un número de un censo, sino que nuestro nombre está escrito en su corazón. Y nos dice: “Por ti me hice carne, por ti me hice como tú”. Y la consecuencia: “Él, que se hizo carne, no espera de ti tus resultados exitosos, sino tu corazón abierto y confiado. Y tú en Él redescubrirás quién eres: un hijo amado de Dios, una hija amada de Dios. Ahora puedes creerlo, porque esta noche el Señor vino a la luz para iluminar tu vida y sus ojos brillan de amor por ti”. Cristo no mira números sino rostros”. Pero ¿quién lo mira a Él?

De ahí la necesidad de la adoración, que es “el camino para acoger la Encarnación”. Lo señala el Papa: “Adorar no es perder el tiempo, sino permitirle a Dios que habite en nuestro tiempo. Es hacer que florezca en nosotros la semilla de la encarnación, es colaborar con la obra del Señor, que como fermento cambia el mundo. Adorar es interceder, reparar, permitirle a Dios que enderece la historia”. Y sobre todo ante la Eucaristía, como escribe Tolkien: “Pongo delante de ti lo que hay en la tierra digno de ser amado: el Bendito Sacramento. En él hallarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino a todo lo que ames en la tierra” (J.R.R. Tolkien, Carta 43, marzo 1941).

Comunicar: “desarmar el lenguaje”

Otro tema, sobre el que vuelve con frecuencia el obispo de Roma, es la comunicación. En un Discurso a la Asociación de los periodistas católicos alemanes (4-I-2024), les propone, en el contexto de nuestra comunicación conflictiva e inundada de declaraciones incendiarias, la desmilitarización del corazón y el “desarme del lenguaje”

Esto es fundamental: fomentar tonos de paz y comprensión, construir puentes, estar disponibles para escuchar, ejercer una comunicación respetuosa hacia el otro y sus razones. Esto es urgente en la sociedad, pero también la Iglesia necesita una comunicación ‘amable y al mismo tiempo profética’”.

Dimensión espiritual y visión universal

Les recuerda Francisco dos propuestas de su Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania (2019). En primer lugar, el cuidado de la dimensión espiritual. Es decir, “la adaptación concreta y constante al Evangelio y no a los modelos del mundo, redescubriendo la conversión personal y comunitaria a través de los Sacramentos y la oración, la docilidad al Espíritu Santo y no al espíritu de los tiempos”.

Y en segundo lugar la dimensión universal, católica, “para no concebir la vida de fe como algo relativo sólo al propio ámbito cultural y nacional. La participación en el proceso sinodal universal es buena desde este punto de vista”.

En esta doble perspectiva, los comunicadores católicos tienen un valioso papel: “Proporcionando informaciones correctas, pueden ayudar a aclarar malentendidos y, sobre todo, evitar que surjan, ayudando a la comprensión mutua y no a las oposiciones”. No deben mantenerse “neutrales” respecto al lenguaje que transmiten, sino “ponerse en juego”, implicarse para poder ser un punto de referencia. Para ello se necesitan también “comunicadores que den relieve a las historias y a los rostros de aquellos a los que pocos o nadie prestan atención. […] ¡aunque hacerlo signifique ir contracorriente y desgastar las suelas de sus zapatos!”.

Testimonio, valentía, mirada amplia

En otro discurso a responsables de la comunicación en diócesis e instituciones eclesiales (12-I-2024), les ha invitado a ir a “la raíz de lo que comunicamos, la verdad que estamos llamados a testimoniar, la comunión que nos une en Jesucristo”; también a “no caer en el error de pensar que el objeto de nuestra comunicación sean nuestras estrategias o empresas individuales”, “no cerrarnos en nuestras soledades, en nuestros miedos o ambiciones”, “no apostarlo todo por el progreso tecnológico”. 

Hay que ser realistas: “El desafío de la buena comunicación es hoy más complejo que nunca, y está el riesgo de afrontarlo con una mentalidad mundana: con la obsesión del control, del poder, del éxito; con la idea de que los problemas son ante todo materiales, tecnológicos, organizativos, económicos”. 

Realismo es también, y a ello les animó, a “partir desde el corazón”: escuchar, comunicar, ver con el corazón cosas que otros no ven, compartirlas y contarlas venciendo una perspectiva puramente mundana. 

Comunicar para nosotros no es solo cuestión de marketing o de técnica: “es estar en el mundo para hacerse cargo del otro, de los otros, y hacerse todo para todos; y compartir una lectura cristiana de los acontecimientos; y no rendirse a la cultura de la agresividad y la denigración; construir una red para compartir el bien, la verdad y la belleza por medio de relaciones sinceras; e implicar en nuestra comunicación a los jóvenes”. 

Quiso el sucesor de Pedro dejar a estos comunicadores tres palabras: testimonio, valentía y mirada amplia. El testimonio hace creíble y atractiva nuestra comunicación. Les dijo que tras la vergüenza de los abusos (sexuales), en países como Francia, la Iglesia está viviendo un camino de purificación; pero los momentos más oscuros son los que preceden a la luz. Les aconsejó trabajar con creatividad, acogida y fraternidad hacia todos. 

La valentía que viene de la humildad y de la seriedad profesional, y que hace de vuestra comunicación una red coherente y al mismo tiempo abierta, extrovertida”. Esta ha de ser vuestra valentía, les dijo el Papa. “Aunque los destinatarios puedan pareceros indiferentes, a veces críticos, incluso hostiles, no os desaniméis. No les juzguéis. Compartir la alegría del Evangelio, el amor que nos hace conocer a Dios y entender el mundo”, porque muchos hoy tienen sed de Dios y lo buscan también a través de nosotros. 

Mirada amplia”, finalmente. “Mirar al mundo entero en su belleza y complejidad. En medio de las murmuraciones de nuestro tiempo, de la incapacidad de ver lo esencial, de descubrir que lo que nos une es más grande que lo que nos divide; y que se comunica con la creatividad que nace del amor. [… ] Todo se vuelve más claro -también nuestra comunicación- desde un corazón que ve con amor”.

Educar: hacia un verdadero humanismo

En su discurso a la Federación Internacional de Universidades católicas (FIUC), el 19 de enero, Francisco se congratuló por el centenario de sus raíces, en tiempos de Pío XI y Pío XII. De esas raíces, señaló, emergen dos aspectos que el Papa Bergoglio deseaba subrayar. 

En primer lugar el trabajo en red. Les propuso la “audacia de ir contracorriente, globalizando la esperanza, la unidad y la concordia, en vez de la indiferencia, de las polarizaciones y de los conflictos”. 

Segundo, ser instrumentos para “conciliar y confirmar la paz y la caridad entre los hombres” (Pío XII, Carta Catholicas studiorum universitates, 1949), y hacerlo hoy, que estamos en un escenario de guerra (“la tercera guerra mundial a pedazos”) de modo interdisciplinar.

Pasión educativa 

En la carta magna de las universidades católicas, la Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae (1990), Juan Pablo II comenzaba diciendo que nacen “del corazón de la Iglesia” (y no solo de la inteligencia cristiana), porque son expresión del amor que anima la acción de la Iglesia. Especialmente en estas universidades debe verse qué y cómo es un proyecto educativo: 

Un proyecto educativo –señala Francisco– no se basa solo en un programa perfecto, ni en un equipamiento eficiente, ni en una buena gestión corporativa. En la universidad debe palpitar una pasión más grande, se debe notar una búsqueda común de la verdad, un horizonte de sentido, y todo esto vivido en una comunidad de conocimiento donde la generosidad del amor, por así decirlo, es palpable”.

Parafraseando a Hannah Arendt (que estudió el amor como deseo en la obra de san Agustín), exhortó el Papa a no sustituir el deseo con el funcionalismo o la burocracia. En ese sentido “no es suficiente conceder títulos académicos, es necesario despertar y custodiar en cada persona el deseo de ser.” Tampoco basta diseñar carreras competitivas, sino que “se debe promover el descubrimiento de vocaciones fecundas, inspirar caminos de vida auténtica e integrar la aportación de cada uno dentro de las dinámicas creativas de la comunidad”. Y aludiendo a un tema bien actual añadió “Es verdad que se debe pensar en la inteligencia artificial, pero también en aquella espiritual, sin la cual el hombre permanece como un extraño para sí mismo”. 

La universidad es un recurso indispensable para no vivir solamente “al compás de los tiempos”, aplazando la responsabilidad que representan las grandes necesidades humanas y los sueños de la juventud.

Aludiendo a una fábula de Kafka, pidió que la universidad no se deje llevar por el miedo, encerrándose en una burbuja de seguridad pero de espaldas a la realidad. “El miedo devora el alma”.  

“Saber por saber”, decía Unamuno, “es inhumano”. La tarea de toda universidad ha de vivirse con clarividencia por parte de una universidad católica: “Debe tomar una postura y demostrarlo con sus acciones de un modo transparente, ‘mancharse las manos’ evangélicamente en la transformación del mundo y al servicio de la persona humana”.

En otros términos, se trata de “traducir culturalmente, con un lenguaje abierto a las nuevas generaciones y a los nuevos tiempos, la riqueza de la inspiración cristiana, identificar las nuevas fronteras del pensamiento, de la ciencia y de la técnica y asumirlas con equilibrio y sabiduría […], construir alianzas intergeneracionales e interculturales en favor del cuidado dela casa común, de una visión de ecología integral que de una efectiva respuesta al grito de la tierra y al grito de los pobres”.

Todo un programa, en efecto, no sólo para las universidades católicas, sino para cualquier institución educativa de inspiración católica (y en general cristiana).