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“Si los avances científicos sobre salud llegan a los ciudadanos será más fácil convencerles de la necesidad de invertir en investigación médica”

Antonio M. Bañón, profesor de la Universidad de Almería, intervino en el XVIII Congreso de la Asociación Europea de Lenguas para Fines Específicos, organizado en el Instituto Cultura y Sociedad

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Antonio Bañón
FOTO: Natalia Rouzaut
25/06/19 15:17 Isabel Solana

Antonio M. Bañón, profesor de la Universidad de Almería, fue uno de los ponentes principales del XVIII Congreso de la Asociación Europea de Lenguas para Fines Específicos (AELFE). El encuentro fue organizado por el proyecto ‘Discurso público’ del Instituto Cultura y Sociedad (ICS), el centro de investigación en humanidades y ciencias sociales de la Universidad de Navarra.

El profesor Bañón habló sobre el análisis del discurso aplicado al ámbito de la salud. En su ponencia presentó un panorama de los estudios sobre esta cuestión, así como orientaciones prácticas que ha tenido o que deberá tener en el futuro la investigación desde la Lingüística sobre discurso y salud.

Si la cantidad de conocimiento con la que acudimos al médico sirve para mejorar el intercambio de información en el diagnóstico y el tratamiento, es es un sueño. Pero puede convertirse en una pesadilla si el conocimiento se gestiona mal
  • En su ponencia ha comentado que existen tres niveles de relación entre salud y discurso. ¿Cuáles son?

El discurso es demostración de salud o de enfermedad, es herramienta de salud o de enfermedad y es manifestación de una determinada construcción social de la salud y la enfermedad. Posiblemente, la línea más trabajada es la primera. La palabra puede hacerte enfermar: está demostrado que muchas depresiones tienen su origen en un discurso agresivo, en violencia verbal. Igualmente, puede sanar; la psicoterapia es un ejemplo significativo de cómo la conversación y la escucha pueden ayudar. Con respecto al tercer nivel, cabe decir que están apareciendo conceptos como ‘obeso metabólicamente sano’, ‘preenfermo’... que demuestran que salud y enfermedad están en pleno proceso de reflexión, de  constitución, de reconstitución.

  • ¿Cuáles son los mensajes sobre salud más frecuentes en la esfera pública?

El punto de partida de la reflexión podría ser que hemos mejorado mucho en el conocimiento, pero muchas veces solo desde el punto de vista cuantitativo. Por ejemplo, pensamos que llevar una aplicación en el móvil sobre salud nos asegura que nos estamos cuidando y es un punto perverso. Estamos evolucionando, pero a la vez hay mucha confusión. 

  • ¿En qué hemos mejorado?

La publicidad es menos agresiva que en el pasado y ahora se regulan aspectos como el tabaco o el alcohol. También hemos mejorado en los discursos preventivos, que están ganando espacio. Muchos colegios también están enseñando a valorar adecuadamente qué significa estar sano. El discurso preventivo está ganando espacio.

 Ahora bien, también pensamos que sabemos más sobre salud de lo que realmente conocemos. Esto es muy claro en el caso de las enfermedades raras. Escuchamos el concepto con más frecuencia, en muchas ocasiones asociado al compromiso de personas públicas. No obstante, si tratamos de profundidad, no encontramos un conocimiento verdadero de qué es una enfermedad poco frecuente, ni la ratio, ni las consecuencias… Esa especie de “esquizofrenia” de conocimiento es un terreno por explorar.

La alfabetización en salud no solo es responsabilidad de los profesionales sanitarios: si no existen ámbitos establecidos, los pacientes debemos solicitarlos o promoverlos
  • Una fuente fundamental desde la que recibimos mensajes sobre salud son los medios. ¿Cómo valora en general las coberturas? 

El objetivo de los medios en lo que respecta a la salud debe ser la alfabetización de la sociedad. ¿Cómo? En connivencia, en colaboración con otros actores. Por eso es importante generar  espacios comunes entre periodistas, investigadores, médicos, enfermeros… Un segundo objetivo complementario sería evitar el sensacionalismo, que los medios y sus responsables sean conscientes de las consecuencias que pueden tener los mensajes de este tipo en torno a la salud y la enfermedad. 

  • ¿Cómo podemos los ciudadanos defendernos de estos mensajes sensacionalistas y/o engañosos?

Por simplificar, se pueden citar dos claves para discernir si el mensaje que nos llega es adecuado o inadecuado: las fuentes y el tiempo. El mensaje debe proceder de una fuente verosímil. Y si nos dicen que un tratamiento cuya investigación ha costado décadas se va a aplicar en breve, algo falla. En ocasiones, los medios hacen que se gestione mal la representación del tiempo por la pasión de transmitir innovación. Con esto, no quiero decir que los progresos en investigación médica no se deban trasladar a la sociedad. Es importante que el progreso no se quede solo en la comunidad médica: si llega a los ciudadanos será más fácil convencerles de la necesidad de invertir en investigación médica.

  • Aparte de los medios, “Doctor Google” pone a nuestra disposición toda la información que queramos sobre cualquier patología, consejos sobre salud... ¿Cómo ha cambiado nuestra relación con el médico? 

Algunos no han logrado superar la sobreinformación propia y ajena porque es muy difícil de gestionar. No depende del grado de conocimiento, sino del estilo con el que lo transmites. Es un problema de cortesía, de comunicación... Si te encuentras en la consulta a alguien que tiene muy claro qué es lo que tiene y qué quiere, la relación se complica. Otra cosa es que se produzca un intercambio de pareceres, una consulta, una reflexión... Revistas científicas relevantes han abordado, precisamente, la idea del paciente experto. Algunos editoriales se plantean si es un sueño o una pesadilla. Cuando la cantidad de conocimiento con la que acudimos al médico sirve para mejorar el intercambio de información en el diagnóstico y el tratamiento, estamos ante un sueño. Pero puede convertirse en una pesadilla si el conocimiento se gestiona mal. 

Cuando te entienden bien y convences de que es lo mejor, hay adherencia al tratamiento. De lo contrario, tendremos un problema de tipo médico, social e incluso económico
  • En ese sentido, ¿cómo es posible mejorar los procesos de comunicación médico-paciente? 

Antes había gente que solo acudía al médico para recibir un tratamiento. Y aún sigue habiendo personas que solo quieren saber qué deben tomar para curarse, no buscan nada más. Pero otros sí demandan más información. El problema es que en algunas comunidades hay un límite de minutos de atención por paciente. Es complicado pedirles que resuelvan algo con relativa urgencia y que al mismo tiempo sean alfabetizadores de las personas que tienen enfrente.  Si pedimos mucha responsabilidad en ese sentido a los profesionales de atención primaria posiblemente les estaremos sobrecargando. Los hospitales, aunque también poco tiempo, sí disponen de infraestructuras necesarias para acoger jornadas, espacios comunes... Pero la responsabilidad no es solo de los profesionales sanitarios: si no hay ámbitos de alfabetización en salud, los pacientes debemos solicitarlos o promoverlos.

  • ¿Cómo pueden los profesionales sanitarios formarse en estas herramientas?

Tienen que pedir formación en comunicación con el paciente. A diferencia de otros países, en España hay pocas asignaturas en el currículo. Ahora mismo, son los médicos que tienen una especial sensibilidad los que lo solicitan o incluso se forman de manera autónoma en asuntos tan interesantes como la acomodación comunicativa. Se trata de una teoría sociolingüística británica que sugiere conocer al interlocutor y ajustar el mensaje para que te entienda bien. La edad, la formación, el idioma son variables que hay que tener en cuenta. Por ejemplo, si nos encontramos con alguien que no domina la lengua de referencia en el lugar, la situación se vuelve aún más difícil porque hay que sumar a la habilidad divulgativa la capacidad comunicativa lingüística.

  • ¿En qué medida este esfuerzo por acomodar el mensaje influye en el proceso de sanar?

Está muy estudiado a partir del concepto clave de adherencia al tratamiento. Lo que realmente queremos no es establecer un diagnóstico y poner un tratamiento. El éxito llega cuando el paciente sigue las indicaciones del facultativo, toma la medicación, acude a las revisiones... Cuando te entienden bien y convences de que es lo mejor, hay adherencia al tratamiento. De lo contrario, tendremos un problema de tipo médico, social e incluso económico. Si el enfermo no se cura, lo normal es que se complique la situación y tenga que volver al hospital. También hay que tener en cuenta el aspecto cultural (por ejemplo, las diferencias en cuestiones como la extracción de sangre). 

  • ¿Cómo se están contemplando todas estas líneas sobre discurso y salud en  la investigación actual? 

Ha llegado el momento de ir analizando segmentos de enfermedades. Desde mi punto de vista, el reto más complejo es aplicar el análisis de discurso a las enfermedades raras. Implica desconocimiento, falta -en muchas ocasiones- de esperanza de tratamiento curativo, no solo paliativo... Necesitamos generar más corpus de comunicación sobre salud en las tres dimensiones que comentábamos. Frente a lo que ocurre en otros países, aún nos queda mucho por investigar en lenguaje técnico médico y qué estrategias se usan para divulgarlo. Otro desafío es buscar más presencia en núcleos especialmente sensibles de medicina y salud, como los cuidados paliativos. También debemos tener más presencia en la donación de órganos. Hay que entrevistar a los familiares que aceptan donar órganos en caso de fallecimiento de un ser querido y de las personas implicadas en trasplantes en vivo. Conocer el discurso, las sensaciones, las emociones que subyacen podría ser de gran utilidad. 

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