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"Al llegar al pueblo lo primero que vi fueron las placas de metal que se usan como aislante y que allí hacían de paredes y tejados de las casas"

Mario Rodríguez, alumno de 3º de Farmacia + IPC, ha pasado unas semanas en Nepal colaborando en un hospital y un puesto de salud

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08/09/16 11:05 Laura Juampérez

Mario Rodríguez Monteverde, estudiante de 3º de Farmacia y el International Pharmaceutical Certificate, ha trabajado este verano como voluntario en el hospital Stupa Community Hospital de Kathmandu (Nepal) y en un pequeño pueblo en las montañas en el distrito Mangkha. A su regreso, ha contado su experiencia como farmacéutico un año después del terrible terremoto que asoló  el país.

 “Al llegar al pueblo -Pari Gaon, de 150 habitantes-”, rememora, “lo primero que vi fueron placas de metal que se usan como aislante y que allí eran las paredes y los tejados de las casas, con piedras por encima para el viento no se las llevara”. Antes del terremoto de 2015, añade, “este pueblo  era un conjunto de casas tradicionales nepalíes construidas con  ladrillos de barro. Ahora la gente dice que no les llega ningún dinero del que se supone que tienen asignado para la reconstrucción”.

En la capital la situación no es mejor. “Cerca del hospital ‘Stupa Community Hospital’ sigue habiendo tiendas de campaña donde se refugia la gente que todavía no ha recuperado su casa. Mientras tanto, los médicos y los guías aseguraban que se estaba dando prioridad a los templos y los centros culturales en la reconstrucción del país, antes que a las casas de los nepalíes”.

Mario Rodriguez-Farmacia
Un puesto de salud dirigido por voluntarios

Pese a ello, añade Mario, “la familia con la que me hospedé en el pueblo se encontraba feliz en todo momento. En la casa nunca faltaba la comida y siempre había algo que hacer. Los niños se despertaban todos los días a las seis de la mañana y desde los ocho años empezaban a trabajar en los campos de arroz. No tenían teléfonos, ni televisión, ni un centro de ocio, pero eran felices y solo esperaban no enfermarse”, relata Mario.

Durante una semana trabajó en el puesto de salud junto a otra voluntaria. “En este puesto no había médicos, sino cuatro asistentes sanitarios que trabajaban unas cuatro horas diarias junto a nueve voluntarios distribuidos por las distintas zonas del distrito”. “Allí recibíamos una media de veinte pacientes diarios, aunque en esas fechas la cifra se reducía debido a las lluvias de los monsones”.

En este centro los recursos escaseaban: “Había una lista en la pared para anotar los medicamentos que el estado debía enviar a cada puesto de salud 4 veces al año”. Como era de esperar, algunos no llegaban nunca. “Aunque la mayoría de los medicamentos los pagaba el gobierno, incluyendo el requerido para combatir la tuberculosis, otros procedían de ONGs y algunos los tenía que pagar el paciente”. “Cuando llegaba una fractura”, añade Mario, “se podía inmovilizar, pero no disponían de material para operar, ni tampoco de antídotos para la picadura de serpientes venenosas, por ejemplo”.

Mientras que en la capital había más casos de fiebre tifoidea, cortes, alcoholismo y enfermedades gastrointestinales, en la zona rural abundaban las infecciones en los pies, casi todas producidas por hongos. “Este problema se debía a que estábamos en  plena temporada de plantación de arroz, y los trabajadores andaban descalzos por el barro constantemente, con el agua hasta la altura de las rodillas”, culmina el estudiante.

Para él, que el año pasado también se decantó por un verano de trabajo en el extranjero, lo más reseñable de la experiencia en Nepal ha sido vivir en primera persona la situación de este país tan solo un año después del terrible seísmo que se saldó con más de 9.000 muertos y del que todavía tratan de recuperarse.                                                    

 

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