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Peregrinos de hace cuatrocientos años vistos por un observador canónigo en Roncesvalles


FotoRoncesvalles bajo una gran capa de nieve. Foto Bibiano Esparza/

El canónigo y subprior de la colegiata de Roncesvalles entre 1598 y 1625, Juan de Huarte, formado en la Universidad de Salamanca, escritor y cronista incansable, nos da cuenta a través de largos años de experiencia, a comienzos del siglo XVII, de su percepción acerca de los peregrinos que pasaban por la colegiata. El texto de su crónica, publicada sólo en parte por Javier de Ibarra, nos proporciona una descripción ajustada e inteligente acerca de los peregrinos que llegaban a la colegiata y su hospital. 

La viveza del relato lo acerca a una carta y constituye un verdadero deleite encontrar documentos de este tipo, especialmente para quien, como el que suscribe en la disciplina de historia del arte, ha de tratar con fuentes más lacónicas como las cuentas o más distantes, como los contratos o los procesos judiciales.

Peregrinos atacados por lobos. Detalle del grabado de la Virgen de Roncesvalles, segunda mitad del siglo XVII

El subprior mencionado distingue cuatro tipos con gran capacidad de observación, análisis y reflexión. En el primero incluye a los verdaderos, pero advierte de la gran diferencia de los antiguos “y los de estos tiempos, porque los antiguos, como verdaderos cristianos y celosos de la salvación de sus almas, hacían sus peregrinaciones santamente, movidos por santos fines, con medios proporcionados para conseguirlos, unos por penitencia de sus pecados, otros por venerar los lugares píos en los cuales hubiese Dios mostrado sus misericordias en socorro de los fieles y confusión de los infieles, obrando milagros; otros por honrar a la Virgen Madre de Dios, a los santos apóstoles, visitando sus sepulcros y reliquias, y de otros muchos santos, y sobre todo el del Santo Sepulcro de Jerusalén con los demás lugares santificados con la presencia de Cristo, nuestro Señor. Bien entiendo que todavía en estos tiempos habrá muchos peregrinos que harán sus peregrinaciones por alguno de estos santos fines o por todos ellos, pero son muy raros”.

En la segunda clase engloba a vagabundos, holgazanes, baldíos, inútiles, malos trabajadores, viciosos “que ni son para Dios ni para el mundo” y desterrados de sus tierras. Con una media sotanilla, una esclavina, zurrón, calabaza y bordón, junto a una socia, fingiendo estar casados, “discurren por toda España, donde hallan la gente más caritativa que en otras partes de la cristiandad”. En el mismo tipo alista a aquellos que andan toda la vida con título de cautivos, engañando a las gentes sencillas con relatos de lo que padecieron en Argel, Constantinopla o Marruecos, en tierras de turcos y moros, fingiendo siempre mil mentiras.La tercera corresponde a los labradores que vienen de Francia y del norte de Europa. Recuerda que, si vienen de Bearne, nunca lo indican, afirmando que son de tierras cristianas de Francia. No vienen con verdadero espíritu de peregrinación, sino sólo por sustentarse en España y acompañados de mujeres e hijos. Los identifica con labradores que, acabada la sementera para no gastar en sus casas o no tener, se dedican a ir cantando coplas y canciones donosas hasta el tiempo de la cosecha. Reúne en este mismo apartado a los buhoneros franceses, llamados merchantes, “una gente muy lucida como ortigas entre yerbas, entre cristianos son cristianos y entre herejes, como ellos”. Se acompañan de cascabeles y sonajas y con colgantes por los cuellos llenas de dijes y de cosas baladís.Por último, en cuarto lugar, estaban los más perniciosos “por ser herejes”, tanto principales como plebeyos. Los primeros movidos por la curiosidad de ver España, por su condición de espías en tiempos de guerra y disfrazados con hábitos de frailes y con bordones y esclavinas. Nunca entraban a la iglesia, ni se quitaban el sombrero delante del templo y si lo hacían era por mera curiosidad “por ver las antiguallas de Roldán y Oliberos”, simulando ceremonias de cristianos para acogerse en el hospital. Los segundos eran muchos y de diversos grupos: labradores, cavacequias, paleros, guadañeros y ganaderos, generalmente bearneses que llegaban a Castilla y Aragón. Cuando terminaban de cortar los henos, volvían a su tierra con el dinero ganado. Tanto a la ida como a la vuelta paraban en Roncesvalles, en cuyo hospital recibían raciones. 

Relieve del retablo mayor de Roncesvalles, por Garpar Ramos y Victorián de Echenagusia, 1623. Foto Bibiano Esparza

Para saber más

IBARRA, J. de, Historia de Roncesvalles, Pamplona. Talleres Tipográficos de La Acción Social, 1935
HUARTE, J. de, Historia de Roncesvalles, 1617, manuscrito del archivo-biblioteca de la Colegiata de Roncesvalles

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