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“La integración es un proceso de doble sentido: acoger y adaptarse”

Bichara Khader, experto en las relaciones euroárabes

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FOTO: Cedida

Bichara Khader (Palestina, 1944) habla seis idiomas, porque “cuando hablas en el idioma del otro, le hablas al corazón”. Entra en una sala de la Universidad de Navarra con paso lento, con la experiencia del que lleva años trabajando para el Grupo de Altos Expertos sobre Política Exterior y Seguridad Común de la Comisión Europea y de quien forma parte del Grupo de Sabios para el Diálogo Cultural en el Mediterráneo.

Hace 51 años llegó a Bélgica para estudiar en la Universidad Católica de Lovaina, donde fundó el Centro de Investigaciones y Estudios sobre el Mundo Árabe en 1975. En medio de la entrevista, recibe una llamada. Es su mujer, belga. Hablan en francés. Cuando cuelga, dice: “Como ves, estoy totalmente integrado en la sociedad. Me considero como un belga de origen palestino”.

¿Tuvo algún problema al llegar a Europa?

No. El hecho de que yo sea árabe, palestino y cristiano no ha constituido para mí ninguna barrera de integración en Bélgica. Como vine a estudiar a una universidad cristiana, encontré muchos puntos en común que facilitaron mi adecuación con la sociedad de adopción. El obstáculo de la integración no existe para los árabes cristianos, que sí se encuentran una barrera lingüística. En cambio, un musulmán tiene más dificultades para integrarse.

 

¿Qué papel juega el idioma en ese proceso de integración?

Cuando uno habla la lengua del país, tiene una herramienta muy potente para integrarse. Si un refugiado sirio viene a Pamplona, por ejemplo, y no sabe el idioma, tendrá muchos problemas para integrarse porque no podrá mezclarse con la población local. Tendrá que charlar en inglés. Pero si lo habla mal, y el español que intenta entenderle también, las conversaciones serán muy superfluas.

 

¿Se puede integrar un musulmán que no hable el idioma local?

La mayoría de los musulmanes que viven en Europa están perfectamente integrados: hay médicos, hay ingenieros, hay artistas… Pero hay una pequeña minoría de jóvenes, sobre todo de la segunda y tercera generación, que se encuentra en una zona gris. Esos jóvenes han sido delincuentes, han dejado la escuela, no han desarrollado las capacidades lingüísticas para integrarse, no han conseguido diplomas para su ascenso social. Muchas veces han consumido drogas y han pasado por prisión. Sus padres han sido trabajadores manuales que no han podido ir a la escuela ni llevar a sus hijos. Son esos jóvenes los que se radicalizan y cometen atentados, pero son una parte representativa de veintidós millones de musulmanes europeos. Es una pequeña minoría.

 

¿Usted sabía francés cuando llegó a Bélgica?

Sí, porque estudié en un seminario dirigido por padres franceses. Allí también aprendí italiano y latín. Antes, en la escuela católica de mi pueblo, hasta los 12 años, hablaba en árabe e inglés. El castellano lo estudié en el consulado español de Jerusalén. Me integré con mucha facilidad porque dominaba ya el francés, que es algo que no suele suceder entre los extranjeros.

 

¿Qué otros factores influyen en la integración?

Los matrimonios mixtos. Pero a los padres europeos les cuesta mucho que una hija suya se case con un musulmán. En cambio, que el hijo se case con una chica musulmana suscita menos rechazo. Esto se debe a que las chicas se integran mejor que los chicos, porque son más voluntaristas, van a la universidad y se esfuerzan más por integrarse. En Bélgica, por ejemplo, hay muchas chicas musulmanas que se casan con belgas. Las dos mejores presentadoras de la televisión belga son de origen musulmán, se casaron con belgas y han constituido familias mixtas. Mientras tanto, las mujeres europeas rechazan a los musulmanes porque tienen muchos prejuicios contra ellos. Piensan que tratan a la mujer como una persona sin derechos.

 

¿Y estos prejuicios son ciertos?

No. Hay muchos casos de musulmanes que se han casado con mujeres francesas y belgas y ambos son felices. Además, la tasa de divorcios en esos matrimonios mixtos es mucho menor que la del país europeo en cuestión. Poco a poco, estas situaciones se están multiplicando.

 

¿De qué nace entonces ese rechazo a los musulmanes en Europa?

De que vivimos en sociedades descristianizadas. Se ha dejado la práctica religiosa a un lado y se ve como algo raro y antimoderno. Hay una especie de idolatría a la secularización que considera que la fe es para unos sectores cristianos muy marginados. Cuando estas “personas modernas” ven a unos musulmanes o judíos rezando, les sorprende e incluso puede darles miedo.

 

¿Cómo se supera esa distancia?

No hay una fórmula mágica. Es una decisión personal. Las sociedades europeas han dado la espalda a la práctica religiosa y el Estado no puede decidir que se vuelva a ella. Los inmigrantes musulmanes vienen de culturas muy religiosas que ven la exteriorización como algo normal. Lo que les extraña es que alguien no practique el ramadán. En Europa, por el contrario, lo normal es proclamarse ateo. España es un caso atípico. Cuando Rajoy juró su cargo con una mano encima de la Constitución y otra encima de la Biblia, se vio como una rareza en el resto de Europa.

 

¿Puede haber diálogo entre una sociedad que relega la religión al ámbito privado y otra que la manifiesta públicamente?

Depende. En Inglaterra se practica el comunitarismo con los inmigrantes. En Alemania, la azafata de un avión puede llevar velo y es algo normal. El caso francés, en cambio, se sostiene sobre una laicidad muy rigurosa, casi radical. Allí, toda expresión religiosa en un espacio público es algo que choca con la cultura popular. El velo o el burkini sugieren enseguida una reacción identitaria. Se ve al musulmán como una amenaza a la identidad cultural o a la seguridad nacional. Se puede rechazar el burka por motivos de seguridad o por razones de respeto a la mujer, pero creo que es mejor una relación más apaciguada, más tranquila. En Francia son muy exagerados.

 

¿Qué papel juegan en ese diálogo los propios musulmanes?

La integración es un proceso de doble sentido. Las sociedades europeas deben tener una cultura de acogida y los que llegan tienen que adaptarse al código social aceptado. Por eso, los musulmanes tienen que esforzarse para no provocar rechazo y no exagerar con los signos religiosos en los espacios públicos. El burka, por ejemplo, es una expresión de un radicalismo musulmán que impide la integración en una sociedad abierta como la francesa. Yo me opongo al burka, pero el velo, que no cubre toda la cara, se puede tolerar perfectamente. No es un signo de radicalización, sino un signo del respeto a la mujer.

 

Los movimientos de extrema derecha aseguran que los musulmanes nos están invadiendo…

Es el miedo al mestizaje, el miedo al otro, el miedo al musulmán. Los movimientos populistas y xenófobos tienen miedo de una globalización que apisone las diferencias nacionales. Para combatirlo, instrumentalizan el islam como bandera para obtener seguidores. Si lo logran, pueden definir lo que será Europa en la próxima década. En la Unión Europea (UE) hay quinientos millones de habitantes. Algo más de veinte son musulmanes. Siete son árabes. Es muy insensato hablar de invasión.

 

¿No tendrían que responder los musulmanes a estos grupos?

Ya lo hacen. Salen a la calle cuando hay atentados, porque muchos musulmanes rechazan los movimientos terroristas. El extremismo musulmán hace más daño al islam que a las propias sociedades europeas. Las primeras víctimas de los atentados son los musulmanes que no son radicales. Los fanáticos, como los xenófobos, son los que tampoco pueden aceptar al otro.

 

¿Qué diferencias hay cuando son los europeos los que entran en naciones árabes?

Para la UE, el mundo árabe es un mercado importante, una fuente de energía y un espacio que determina su seguridad. Somos socios indispensables. Entre la UE y los veintidós países árabes hay un intercambio de trescientos mil millones de euros al año. Las exportaciones europeas constituyen casi dos terceras partes. Es decir, indirectamente, los árabes están creando empleo para las empresas europeas. Europa está trabajando con el mundo árabe a beneficio de sus empresas, pero no hay una nueva colonización.

 

¿Y los árabes no protestan por la imposición europea?

No. Es cierto que muchos países europeos han sido potencias coloniales, pero ahora los estados árabes son independientes y sus problemas son su propia responsabilidad. El mundo árabe tiene que mirar a Europa de igual a igual. Tienen que promoverse políticas que busquen el diálogo cultural y el reconocimiento mutuo. Por eso, Europa no debe ver al mundo árabe sólo como un mercado, un gran pozo de petróleo o un problema de inseguridad.

 

¿Esa relación ha cambiado con la Primavera Árabe?

Durante décadas, la UE había trabajado con regímenes autoritarios porque facilitaban el comercio. No trabajó lo suficiente con las sociedades árabes que buscaban la paz, la democracia y la justicia, porque no esperaba que fueran capaces de librarse del yugo autoritario. Ahora, tiene que cambiar su visión y entender el Mediterráneo como un espacio donde reside el futuro de Europa.

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