31/07/2025
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Expansion
Javier Andreu |
Catedrático de Historia Antigua y director del Diploma en Arqueología Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra
Profesores de la Facultad de Filosofía y Letras publican a lo largo del verano en la serie "Líderes en la ficción", del periódico Expansión. Semanalmente, nos acercan las virtudes de distintos personajes de la literatura.
VIRTUDES I El héroe que sobrevivió a la guerra de Troya era para los romanos símbolo de la ‘pietas’.
En el año 20 a. C., el emperador Augusto comenzó la construcción de la plaza que iba a contar al mundo, y a Roma, maltrecha por casi un siglo de guerras civiles, los grandiosos orígenes de la ciudad del Tíber y que iba a emparentar a aquella con la más insigne ciudad de la Grecia antigua, Troya. El foro de Augusto, cuyos restos siguen hoy conmoviendo, simplemente llevó a la piedra la gran epopeya de los romanos que, unos años antes, el poeta Virgilio, había empezado a componer por encargo de quien, en el testamento de César, apareció como su hijo adoptivo, el propio Augusto.
Esa epopeya, la Eneida, contaba en doce libros las peripecias del viaje de regreso -el nóstos, como los griegos conocían a este tipo de relatos de viajes erráticos y azarosos- de un troyano, Eneas, superviviente de la destrucción de Troya hacia el año 1100 a. C. en una guerra que había inspirado los mejores versos de la épica clásica, la Ilíada y la Odisea de Homero. Y, en esa gran plaza de la propaganda y de la administración cívica del nuevo e inicialmente pacífico tiempo de Augusto que fue el foro por él construido, Eneas tenía un lugar y un protagonismo destacados. Su estatua le presentaba armado, huyendo de Troya a la carrera, llevando de la mano a su hijo Ascanio y en brazos a su ya anciano padre, Anquises, mientras a duras penas portaba el Paladión, una estatua de madera que representaba a los dioses patrios, a los dioses de Troya.
La salida de Eneas de Troya no fue fácil. En la evacuación de la ciudad que, tenida por invencible, los aqueos tomaron a través del conocido ardid del caballo, Eneas perdió a su esposa Creúsa a la que buscó entre las llamas de Troya y de cuyo espíritu recibió el encargo de emprender un periplo que diera a Troya un nuevo y eterno futuro. Y esa aventura, que llevó a Eneas por distintas localizaciones del Mediterráneo, incluyendo Cartago, donde, por ardid de Juno, se enamoró de la reina Dido, terminaría en el Lacio donde, recibido por el rey Latino, acabaría por casar con su hija Lavinia y fundando Lavinium algo antes que Ascanio, el hijo de Eneas fundase la ciudad de Alba Longa de cuya estirpe nacerían Rómulo y Remo y, por tanto, Roma.
Para los romanos en general, y para Augusto en particular, Eneas representaba las virtudes propias del liderazgo individual puestas al servicio de una empresa colectiva. Pero, sobre todo, Eneas era el símbolo de la pietas, la virtud que, para los romanos sintetizaba la devoción a los dioses -que guían su viaje por el mare nostrum y en cuyos oráculos y consejos se abandona-, a su familia -a la que ayuda a salir de la ciudad y cuyo recuerdo siempre venera-, y a su patria que abandona pero cuya memoria trata de salvar conduciéndola, de hecho, a través de Roma, a una perpetuidad inimaginada. En uno de sus sueños, Eneas vislumbra que tener piedad de los que se entregan, pero ser implacable con los soberbios serán las armas que harán grande al más extenso y perdurable Imperio de todos los tiempos, el romano.
Eneas, en su vagar por el Mediterráneo, da ejemplo también de resiliencia, y cuando, a petición de su padre baja a visitarle al Averno, lugar en el que recibe el oráculo de gobierno eterno antes citado, nos recuerda que la generosidad y la audacia siempre tienen premio y que las grandes visiones nacen de la firme determinación por los objetivos.
Se dice que en el año 27 a. C., apenas empezada la composición de la Eneida, al recibir Augusto el sagrado título con el que le conocemos todavía hoy, el Senado le regaló un escudo en mármol, el clipeus uirtutis, en el que estaban inscritas las virtudes del emperador, la clementia -la magnanimidad, que no es incompatible con la exigencia-, la iustitia -para dar y reconocer a cada uno lo suyo según sus méritos- y la pietas que, para un romano, tenía cuerpo y rostro en la figura de Eneas. No es casual que esas virtudes augusteas fueran, exactamente, las mismas que Eneas personificó en la Eneida cuyos versos, que hace dos mil años legitimaron el gobierno que Roma ejerció sobre el mundo, siguen hoy inspirando lecciones de liderazgo aptas para quien sepa y quiera descubrirlas.
Altar con Eneas y Ascanio [Museo del Bardo, Túnez]. Fuente